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Hollar las huellas de siglos

miércoles 13 de octubre de 2021, 10:21h

Pronto hará un mes, el próximo día 19, del inicio de la impresionante erupción volcánica en el parque natural de Cumbre Vieja en la isla de La Palma, y desde entonces recibimos avisos y testimonios casi al minuto de la evolución pormenorizada de los cauces y densidades de la lava, de la composición y comportamiento de los movimientos sísmicos en las profundidades de la tierra, de la combinación y dirección de los gases que emanan de sus bocas, de la destrucción progresiva en plantaciones y viviendas, y de un sinfín de detalles que acaban conformando un exceso brutal de información, que, poco a poco e inevitablemente, se convierte en ruido.

Y de pronto, entre ese estruendo y barahúnda noticiaria, alguien descubre un documento de 1646, de hace 375 años, en el que otro alguien relata casi lo mismo, aún careciendo de apoyo satelital, de imágenes de drones o de relatos en tiempo real de equipos periodísticos altamente cualificados en el lugar de la catástrofe.

El informante, se llamaba Alonso de Inclán y Valdés, era corregidor de Tenerife y La Palma, al servicio del “Rey Planeta”, Felipe IV, y su testimonio de puño y letra se conserva en muy buen estado y a lo largo de nueve folios, a los que se puede acceder a través del servidor de la Biblioteca Digital Hispánica de la Biblioteca Nacional de España.

Dice el corregidor que desde el lugar donde él estaba, en La Laguna, Tenerife, se avistaba: “… un fuego grande y espantoso en la isla de La Palma (…) y que del mismo fuego se distinguían otros fuegos grandes que en forma de ríos corrían hacia la mar”. Después, los moradores de la “Isla Bonita” le informan de que los terremotos se iniciaron el 30 de septiembre y que el 2 de octubre empezó la erupción que abrió una gran grieta por la que empezaron a salir una confusión de materiales incandescentes, humo y piedras, que: “… oscurecían el día y condensaban el aire”.

También participa don Alonso al rey de que, por donde avanza la lava, no va quedando más que: “… mal país, que así llaman a la tierra inhabitable por estar cubierta de piedra quemada”, para terminar solicitando a Su Majestad que tenga a bien proveer de “alivios” a los desgraciados palmeros.

Leyendo el testimonio vivo de una voz que llega desde una sima de casi cuatro siglos, vengo en recordar la ojeada atenta que diera hace unos años a un documento manuscrito que por las mismas fechas, el 23 de noviembre de 1646, dirigían a la autoridad competente y desde Retuerta del Bullaque, hoy provincia de Ciudad Real en frontera con la de Toledo, los integrantes de las Llegas o Juntas, milicia rural que garantizaba el orden frente a los continuos desmanes de los golfines, antecedente directo de las partidas de bandoleros, constituidas aquellas en representación de los colonos de los Montes de Toledo y en símbolo de solidaridad entre los territorios de la comarca.

Aprovecho el puente para plantarme frente a la Iglesia Parroquial de San Bartolomé Apóstol, en la calle Real Retuerta del Bullaque, donde luce la placa que recuerda el acontecimiento, y que durante siglos fue el lugar de encuentro de las Llegas.

Me alojo en una casa rural, Rivero, en la misma vía, a escasos 200 metros del templo. Es un edificio de dos plantas con fachada pintada en ocre y ribeteada en sus puertas y ventanas por lienzos de color almagre, herencia directa de la gama que fuese tan del gusto de los árabes hispanos que ha tiempo poblaron los Montes de Toledo, tierra de nadie y de conflicto de siglos entre musulmanes y cristianos, moriscos y mozárabes, judíos y algunos grupos de francos.

Es un casona galana y sobria, con tres habitaciones de luz tamizada y grata, dos baños, cocina, pequeño trastero y terracita, que aúna las comodidades de este tiempo con el empaque constructivo de hace un siglo. Muy distinta de aquellas viviendas bajas del tiempo de la Llega del invierno de 1646: “… con ventanucos o ventanas estrechas, pavimentos y paredes húmedas, techo a teja vana, cocinas pajeras y ahumadas, corrales estercolados (…) edificios pardos, angulados y curvos en calles pedregosas, polvorientas y embarradas que desembocaban en regueros donde pululan gallinas y cerdos o merodean perros”.

Época brumosa y retirada que se deshace en la concurrente mañana fría y ante el desayuno que me ha dejado preparado Manoli Rivero, la propietaria del establecimiento: embutidos y queso de los Montes, un trozo de hogaza para preñar con lo antedicho y magdalenas de las dos panaderías del pueblo, junto a unas primorosas rosquillas que prepara la madre de Manoli con su manitas. Diríase yantar concebido más para un rudo mulero maragato que para un urbanita jubileta, pero, evocando al dómine Cabra, me huelgo de ver mis buenas ganas y del aliño que evapora los bostezos del hambre.

Salgo al balcón desde el cuál el tiempo se me antoja detenido. Y así, apoyado en el sobrio enrejado castellano y haciendo un llamado a memoria vicaria, trato de oír los cascos de sus caballerías y de escuchar los comentarios de los jinetes sobre los debates de la Llega recién clausurada, en la que se ha acordado mantener las reuniones en Retuerta, frente a las pretensiones de la localidad de Ventas con Peña Aguilera, conviniendo en mantener que las juntas y repartos se sigan haciendo allí: “… visto útil y provechoso y de menos costa a los lugares el hacerse dichos repartimientos en Retuerta que no en Ventas, por estar éste lugar de la Retuerta en medio de todos los lugares y el de las Ventas mucho más lejos”.

Todos o casi todos parecen satisfechos con el fallo, resolución y sentencia mientras uno a uno van sacando de sus aljabas, despaciosa y casi solemnemente, la “engañadera”, tasajo de cabra, queso más duro que si fuera hecho de argamasa o algún que otro algo con lo que acompañar el pan y hacer más leve el camino hasta sus localidades de procedencia, por entre los encinares y riscos poblados de matorral espeso con sus jaras, acerrajas, pipirigallos, cantuesos y lentiscos.

Como más o menos escribió el Gabo y porque aún vivo para contarlo, me convenzo, una vez más, de que la nostalgia es un bálsamo eficaz para aliviar los malos recuerdos y magnificar los buenos, de manera que bajo para hollar sus huellas, que con la imaginación se saca de la nada un mundo.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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