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Un islote de la historia a caballo

domingo 11 de junio de 2023, 16:36h

En la película Amanece que no es poco, el feriante de una caseta de tiro al blanco le dice a uno de sus clientes: “Yo podía haber sido una leyenda; o una epopeya si nos hubiéramos juntado varios”. La frase, de gran comicidad y aparentemente trivial, como tantas en el delirante guión de José Luis Cuerda, cobra una especial dimensión cuando remite a los anales de lo que la Real Academia define como: “Vida tradicional, que sirve de fondo permanente a la historia cambiante y visible”.

Fue el escritor y filósofo Miguel de Unamuno quien, en 1905 y en las páginas de su libro En torno al casticismo, introdujo el concepto de intrahistoria, en referencia a la vida cotidiana y las historias de la mayoría, que sirven de decorado para la historia tradicional o evenemencial, narrada como una sucesión de hechos y grandes acontecimientos, como batallas, tratados, regicidios, acuerdos nupciales, etc. En aquella obra, don Miguel escribía: “Los periódicos nada dicen de la vida silenciosa de millones de hombres sin historia que a todas horas del día y en todos los países del globo se levantan a una orden del sol y van a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna, esa labor que, como las madréporas suboceánicas, echa las bases sobre las que se alzan los islotes de la Historia”. Años más tarde, la especialista en Historia de América María Dolores Pérez Murillo, extendía el concepto a los colectivos históricamente marginados, las gentes sin historia, de las que tanto la historiografía innovadora como la sociología contemporánea, han desarrollado la idea de “historias de vida”, que aportan sustancia, amplían la perspectiva, y dan sentido pleno a la historia oficial.

/Luisa en las portadas de la prensa republicanaEn esa historia de gentes sin historia, cuya peripecia se invisibilizó al otro lado del camino oficial, suele haber mucho de leyenda y de epopeya, que cada tanto sale a luz para ventura de los que comparten el lema del escritor alemán Johann Paul Friedrich Richter: “La memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados”.

Y viene este largo y enmarañado prólogo al caso de la reciente publicación de un libro que reconstruye, en la medida de la posible, la gesta épica de alguien prácticamente desconocido para la historiografía oficial. Su título, Luisita Paramont, es a la vez el nombre de la protagonista, una mujer que vivió su durísima primera infancia en una inclusa; que emigró a Argentina a finales de los años veinte, donde triunfó como amazona o jockey femenino en los hipódromos; que regresó a España para convertirse en rejoneadora y torera; que llevó a cabo una trascendental tarea como correo durante la Guerra Civil y que vino a morir heroicamente en el desempeño de su autoimpuesta misión. A mayor abundamiento epopéyico, que seguramente diría el personaje de Cuerda, la historia de Luisita se ha recuperado gracias a la tarea ingente y denodada de un hombre, Luis Miguel Sánchez Seseña, sin más historia que la suya propia, lo cual, como vemos, podría no ser poco, sino todo lo contrario.

Portada del libro de ParamontEl proyecto empezó cuando el autor de este primoroso librito y nieto de Juan Manuel Seseña, compañero inclusero y luego de acogida de la protagonista de la trama, decidió, en palabras de la prologuista del libro, la poeta Manuela Temporelli Montiel: “… sacar de entre los muertos la memoria de la que toda la familia ha oído hablar, de alguien cercano, Luisa la rejoneadora, para poder mantener el recuerdo que con tanto afán y cariño fue refiriéndoles el relato familiar del abuelo”.

Luisa o Luisita pasó su primera infancia, ya se dijo, en la Inclusa de Madrid, como “hija del pecado”, pero parece que la suerte no le fue del todo esquiva y fue acogida, junto al abuelo de su biógrafo, en el seno de una familia de Guadalajara, que aunque carente de recursos económicos, les proporcionó una educación aseada y suficientes herramientas culturales para enfrentarse al mundo con el que le tocaría enfrentarse.

Anuncio de la retirada de Luisita como tipleLa primera noticia que tenemos de su vida pública está relacionada con la farándula, ya que en publicaciones de finales de los años veinte, aparece como tiple soprano en un coro de revista en varios espectáculos. Probablemente ese es el momento en que toma un apellido foráneo como nombre artístico. Pero no tarda en abandonar la escena para, a principios de 1932, emigrar a Argentina, donde al poco tiempo está ya montando caballos de carreras en el hipódromo bonaerense de Palermo.

Allí, es el tiempo de Agustín Pedro Justo, que ha llegado a la presidencia el año anterior con un estruendoso ruido de fraude electoral y en el contexto de la llamada Década Infame. Como quiera que a Luisita le llegan noticias de que la República Española ha arrancado su andadura movida por vientos de libertad e igualdad, considera prudente volver sobre sus pasos en el mar y regresar a España en 1934.

Al año siguiente, Gregorio Corrochano, el ensayista, corresponsal de guerra y cronista taurino, se refiere a ella en las páginas de El Noticiero Bilbaíno en los siguientes términos: “… una muchacha que ha abandonado las comodidades de su casa y vive en una torre de Barcelona por afición al hipismo y la tauromaquia”. A pesar de que la estancia en una torre barcelonesa indica solvencia económica y posibles, sabemos que al año siguiente se ha trasladado a Madrid y puesto profesionalmente en manos de Antonio M. Marinero, apoderado de Luisa Ortega y Mary Greta, entre otras “señoritas toreras”.

Luisita, protagonista en la revista _Estampa_ en 1936Aunque Luisita aparece referenciada en multitud de crósnicas y la gran enciclopedia taurina El Cossío le dedica una voz de seis o siete líneas, su paso por el arte de Cúchares no fue lo que se dice exitoso. Como se resume en el libro: “Hubo más de enfermería que de puerta grande, pero hizo más que un digno papel en la historia de la tauromaquia española”.

Al producirse el Golpe de Estado de julio de 1936 se presenta voluntaria, junto a su caballo Lucero, en la Milicia del Frente de Guadarrama. Muy pronto, su pericia ecuestre y su adaptación a la disciplina castrense le permiten incorporarse al Cuerpo de Carabineros, mayoritariamente leal a la legalidad democrática y republicana. Allí, y durante los primeros años de guerra, galopa incansable para defender el sector de Buitrago de Lozoya. Alcanza el grado de capitán y comanda a un grupo de soldados varones que defienden con sus vidas los embalses del Villar y de Puentes Viejas que suministran el 90% del agua que les llega a los heroicos defensores de Madrid. En 1939, con la suerte prácticamente echada en la contienda, la destinan a servir como enlace con las tropas que defienden la Casa de Campo, donde es probable que una bala o restos de metralla acabaran con su vida muy poco antes de la derrota definitiva de la causa popular. Hasta hoy, nada se sabe de su restos, pero nos queda el harto consuelo de su memoria. Como reza el lema feminista que May Sánchez Seseña lleva al epílogo del libro: “Porque fueron, somos; porque somos, serán”.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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