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Ureña cortó una oreja y El Juli pasó desapercibido ante descastados y flojos 'juampedros'

Apoteósica salida a hombros por la Puerta Grande de Las Ventas
Apoteósica salida a hombros por la Puerta Grande de Las Ventas (Foto: Plaza1)

San Isidro: David de Miranda se consagra en la catedral con su toreo épico y lírico

viernes 24 de mayo de 2019, 22:09h
¡Torero, torero! Coreaba en pie la afición de la catedral de la Fiesta en alabanza y gloria del catecúmeno que acababa de consagrarse con un faenón tan épico y valeroso como lírico y artístico al sexto de la celebración. David de Miranda, que confirmaba doctorado, se llama ya el nuevo cardenal de la religión laica, olorosa y flamígera que son los toros. Y de la más utópica manera: saliendo a hombros por la más soñada Puerta Grande, la de Las Ventas. En una mala corrida de Juan Pedro Domecq (y van..), se reivindicó Ureña, que cortó una oreja, y El Juli pasó de puntillas. El viento molestó toda la tarde.

Apunten este nombre: David de Miranda. Que venía de 'tapado' en un cartel con la gran figura que es El Juli y la noticiosa vuelta a Madrid de un torero tan querido aquí como Paco Ureña, tras el gravísimo percance que sufrió en el ciclo septembrino de Albacete por el que perdió un ojo. Apunten. O no. Da igual, porque el onubense va a estar ya en toda la cartelería de las ferias a partir de ya. Y por derecho propio. Porque aprovechó su primera comparecencia en la catedral como matador, para reventarla con la mejor de las armas: el toreo puro.

Puro y compulsivo ante el último de un encierro de 'juampedros' -algunos 'juampedritos', por su presencia o ausencia- asquerosamente inválidos, asquerosamente bueyes de comportamiento, pero este 'Despreciado' -a pesar del nombrecito, al que no hizo alusión- sacó casta en la muleta. Lo que, con el viento molestando a tope, como toda la tarde, aumentó los méritos del nuevo 'cardenal', que en todas y cada una de sus intervenciones a lo largo del festejo clavó los pies en la arena para aguantar lo que fuera menester.

Un valor tan sereno como bestial, una épica -como los emocionantes pases cambiados, de inicio, en el platillo- que complementó con la lírica de su toreo artístico ante este burel en cuya faena de muleta convirtió en cadencia el mando, en caricia los naturales y redondos, en gracia, relajo y tersura todo lo que festoneó. Y, así redondos, naturales con temple y llevados a cabo en un palmo-, de pecho, trincherazos y hasta una arriesgadísima arrucina, se adornaban desde la ribera de la elegancia al puro cauce y desgarro de sentimiento.

Un sentimiento que caló en los corazones, apretados ante tanto valor, tanto fulgor y tanta belleza, de los espectadores que cuando tras las ajustadísimas y perfectas bernadinas finales, De Miranda enterró la espada en todo lo alto, los espectadores ya descansaron, pero un muelle les obligó a levantarse, a flamear pañuelos como no se ha visto en lo que llevamos de feria, y a cantarle al unísono lo de torero, torero.

El onubense, sereno, tranquilo y relajado toda la tarde como si llevara en su historial centenares de corridas -no alcanza ni la veintena.- sólo pudo dejar destellos muleteros con la piltrafa inválida y cadavérica que le correspondió en desgracia para la ceremonia. Eso sí, con su épica, le realizó un quite de infarto por saltilleras, que fue por tafalleras en el segunodo de Ureña y por chicuelinas en el de su consagración, mostrando en conjunto también su buen uso del percal.

Igualmente brilló Paco Ureña, obligado a saludar tras el paseíllo, en los de su lote y también con sus armas de siempre: con la verdad por delante, sin tomarse una ventaja, pisando terrenos comprometidísimos por los dos pitones e intentando siempre el toreo lásico. No acertó con la espada en el manejable primero -al que recibió con mecidas y bellísimas verónicas-. Y en el amoruchado quinto, al que sobó y sobó hasta extraerle buenas series y un remate en magníficas manoletinas, tampoco... porque el estoque quedó desprendido tirando a bajo. Más a pesar de que tal desafuero no es cuestión baladí, el cariño del público y la blandura del palco le otorgaron un trofeo.

Y, lo que son las cosas, la figura del cartel, o sea, El Juli, pasó a ser un secundario sin ningún protagonismo merced a la invalidez de sus dos bureles. Tanto el 'juampedrito' segundo, otro cadáver que daba pena y que ya en el tercer muletazo hocicba el suelo lastimosamente, como en el sobrero de Algarra -encaste Domecq, ya se sabe-, otro inválido con el que se entrenó a su manera, fuera de cacho, con miles de pases que provocaron el rechazo de una parte de los tendidos y los olés tibios de otra antes de que el madrileño fallara a la hora de despenarlo hasta en su especialidad truqista del 'julipié'.

FICHA

Cinco toros de JUAN PEDRO DOMECQ, de desiual presencia, con 2º y 3º chicos, aunque descarados de pitones, y muy flojos con 1º y 2º inválidos; todos nobles, todos mansos a excepción del encastado 6º. 4º, sobrero, de LUIS ALGARRA, en sustitución -ya al inicio de la faena de muleta tras haberse lesionado en banderillas- del titular, manso y flojo. EL JULI: silencio; algunos pitos tras aviso. PACO UREÑA. vuelta; oreja tras aviso. DAVID DE MIRANDA, que confirmaba alternativa: palmas; dos orejas tras aviso. Salió por la Puerta Grande. Plaza de Las Ventas, 24 de mayo. 11ª de Feria, Lleno.

CRÓNICA DEL FESTEJO ANTERIOR

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