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Rakel Camacho: "Lo más importante en escena es la carne, la fisicidad de los actores"

domingo 11 de junio de 2023, 16:02h
Rakel Camacho
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Rakel Camacho (Foto: Marta Megías)

Rakel Camacho (Albacete, 1979), es ya una directora de escena con varios lustros de experiencia y bastantes propuestas en su haber (entre otras, La cabeza del dragón, Aleluya erótica, Lucientes (esperpento contemporáneo), La donna immobile (dormirse virgen y despertar madre de gemelos), 10% de tristeza, Una novelita lumpen…).Pero su última propuesta, magnífica por cierto, es Coronada y el toro, de Francisco Nieva, una de las más valoradas de la temporada teatral madrileña 22/23, tanto por el público como por la crítica especializada.

Al mismo tiempo, “además de directora de escena, también me siento autora pues considero inseparables los terrenos de la dirección y la autoría en algunos trabajos. Y me sigo sintiendo actriz, tengo ganas de volver a actuar. Las ganas de compartir rumbos hacen que también me sienta pedagoga (no sé si me gusta esta palabra) en creación, dirección y montaje…”.

En este último terreno no piensa Camacho, sin embargo, que un maestro pueda llegar a trasladar a sus alumnos cuanto sabe “porque, de alguna manera, los secretos personales de la creación son intangibles: cuando imparto clases me centro en que los que las reciben, descubran y concreten las ideas que el director quiere transmitir, apostando por las dramaturgias de la imagen que equilibren forma y contenido, las acciones físicas, el dispositivo escénico, el código de actuación, el concepto espacial, materialicen su propio universo escénico... Me parece importante compartir y, al mismo tiempo, aprender y descubrirme una y otra vez, cada día como algo nuevo, conocer las intenciones de otros creadores y ver cómo, de repente, coincides o no coincides con su diseño del mundo…”. Con sus alumnos siente que comparte un sistema de trabajo, “…Aunque luego todo eso es como... provisional, porque tampoco puedes llegar a afirmar que siempre se lleve a cabo un mismo sistema de trabajo… Hace ya mucho tiempo que descubrí que cada proyecto manda por sí solo y te habla y exige que le escuches, razón por la que siempre hay que estar atenta (y fuera de la zona de confort) para saber conectar con lo que supone cada aventura”.

Va con mucha frecuencia a museos, aunque siempre con menos de la que le gustaría “porque cuando eliges vivir fuera de Madrid capital, te das cuenta de que un paseo por el campo contiene la obra de arte total…” Tiene bien anotada en la mente algo que escuchó decir hace muchos años a Romeo Castellucci: si queréis hacer teatro, acudid al Museo del Prado y contemplad a Velázquez”. Quizás de ahí le venga la idea de que la instalación artística y dramatúrgica debería tener mayor presencia no sólo en los teatros sino también en los museos.

Nos interesamos por sus gustos como lectora y nos confiesa que su debilidad es el ensayo y, aunque acude frecuentemente al teatro para ver por dónde discurre la dramaturgia contemporánea, pone mucho empeño en leer también esos mismos textos para ver qué le sugiere directamente su lectura. Y, aunque lee novela, tiende al ensayo y al pensamiento. Baste decir que siempre tiene a Friedrich Nietzsche en la mesilla de noche junto a Antonin Artaud, aunque ahora está leyendo El sueño creador de María Zambrano, Los combatientes de Cristina Morales, y La fragilidad del mundo, de Joan Carles Melich, El cocodrilo de Aristóteles, de Michel Onfray, y siempre también algún texto de Jiddu Krishnamurti.

“Para hacer el teatro en el que creo, hay que ir a pecho descubierto”.

Rakel Camacho (Foto: Marta Megías)Su familia, sin tener en sus filas a ningún artista profesional, ha admirado siempre el hecho teatral. Su padre incluso, maestro, llevaba mucho a Rakel al teatro y montaba funciones con sus alumnos. Y su abuelo (guardia civil de profesión), cuando se jubiló se metió de lleno a hacer teatro. La hija, la nieta, Rakel Camacho, actuaría años más tarde en el Teatro Circo de Albacete, la histórica sala de la capital, y más tarde acabaría presentando también en ella montajes propios como directora de escena. Puede decirse sin miedo, pues, que Rakel ha sido profeta en su tierra.

Recuerda emocionada cómo se sentía cuando, con siete u ocho años, alguna de sus muñecas o juguetes los veía encima del escenario formando parte del atrezo de las obras que montaba su padre (“me hacía sentir cómplice feliz eso de ser parte de los montajes, tanto o más que si hubiera salido al escenario…”). Ahora, con desigual fortuna, ella hace otro tanto con los juguetes de sus dos hijas, también de ocho años, aunque no siempre ven bien esas libertades de su madre y “hasta llegan a mosquearse en alguna ocasión”, y eso que alguna ya habla de querer dedicarse a la actuación, pues ya han estado sobre un escenario.

¿A quién admiras hoy en lo teatral, y de quién te arrepientes más de haber tomado como maestro en otros tiempos más jóvenes e incautos? La pregunta se la lanzamos así, de sopetón, y Rakel, lejos de amilanarse, lo piensa un instante y nos dice que “admiré, admiro y creo que seguiré admirando a Rodrigo García. Con esta última obra que ha estrenado en La Abadía, Cristo está en Tinder, me ha pasado algo curioso. Yo soy una persona muy crítica y exigente —autocrítica y autoexigente también—, y más aún con quien admiro. A la vez, tampoco espero nada porque no puedes pedir que tal artista esté siempre en lo más alto, aquí no hay dioses del Olimpo. Con esta obra estaba tranquila, dejándome llevar, viendo que era algo diferente que tampoco me provocaba gran cosa, aun habiendo una continuidad en el tono de sus últimos montajes. Cuando estaba viéndola, me interesó de forma desigual (incluso, en algún momento, llegó a aburrirme), y sintiendo hasta molestia con el sonido y aburrimiento con lo que veía... Pero sus textos, son dardos que lanza sin que apenas te des cuenta en el momento. Te centras en ese humor que corre río abajo... A medida que pasó el tiempo tras la función, me iba gustando cada vez más su forma de lanzar las ideas, de incomodar, de molestar sin grandilocuencia… Yo también me incluyo en ese sector que entiende la belleza con su cierto feísmo, y ese “sacar los pies del tiesto”, a mí me parece estupendo porque nos aleja de la belleza casi empalagosa que se nos quiere meter a toda costa y que acaba haciendo apología de la superficialidad. Rodrigo no tiene ninguna pretenciosidad, es honesto, es muy directo, no busca agradar… Y yo que soy ambiciosa y aunque me importa en cierto modo agradar, artísticamente hablando, conecto fácilmente con ese Rodrigo esencial”.

Admiro a La Zaranda, a Romeo Castellucci, a Calixto Bieito, a La Ribot, Steven Cohen, a la Fura dels Baus… la verdad es que hay una larga lista porque también hay artistas de generaciones muy jóvenes que están haciendo cosas muy interesantes, y admiro a unos cuantos. Por no entrar en el mundo del cine (de quien tomo muchas referencias) o de la danza, con artistas como quienes forman Pepping Tom o el coreógrafo Dimitris Pappaioannou.

“Y respecto a alguien de quién me haya arrepentido de algún modo por haberlo admirado —prosigue diciendo Rakel—, no sé… E este sentido, más que artistas puede que haya habido formas de hacer con las que ya no comulgo como el bucle de la autobiografía (esto en el caso de que exista algo completamente libre de autobiografía, que no lo creo, pues hay que darse por entero para hacer tangible tu propio juego)

De cualquier forma, Camacho, cuando alguna vez ha conectado íntimamente con algún trabajo de alguien, como es el caso de Rodrigo, ya lo añade a su lista de maestros sin que necesariamente tenga que transitar siempre por los máximos niveles alcanzados. Y Liddell, como Francisco Nieva, que para Camacho son como hermanos gemelos, forman parte de sus referentes ineludibles.

Unos y otros, como lo fue Valle-Inclán en su momento, son en cierta forma revolucionarios del teatro. Preguntamos a Rakel si ella ha pensado alguna vez cuáles son los ingredientes para poder hacer hoy algo parecido. “Yo no creo que esté todo hecho, o todo dicho, y no creo que, en el teatro, se pueda hacer una revolución pretendida. En el momento en el que tienes intención de llevar a cabo alguna revolución es porque no está en ti. Si la llevas dentro, acabarás haciéndola. Tiene que ser algo intrínseco a la persona que crea…”. Y en ese sentido, Camacho sabe muy bien que el montaje de Coronada y el toro ha supuesto una ruptura, en sí misma y en su manera de hacer.

Desde luego, Coronada ha supuesto un verdadero camino de rosas, tanto para la directora como para el elenco y todo el equipo artístico que, en general, y salvo raras excepciones, ha impactado más que positivamente en la crítica y en el público. Pero, le preguntamos, ¿no resulta un tanto peligroso sucumbir a la adulación?, ¿no puede incidir negativamente en los procesos creativos del artista? Para Camacho “la cuestión esencial no tiene que ver con eso sino con el hecho de conectar contigo misma todo el tiempo, en buscar una claridad de cómo quieres hacer las cosas, a través de estar haciéndolas… Con Coronada no pretendía hacer ninguna ruptura, pero sabía que, si conseguía subirla a un escenario importante, había que liarla parda… Por muy ñoño que suene, yo no sabía eso con la cabeza, pero sí con el corazón… Y lo bonito es que he podido hacerlo en el Teatro Español, haber contado con la confianza de Natalia Menéndez, el tremendo apoyo de la productora Sanra Produce, los medios humanos y técnicos y, sobre todo, con la libertad de haber podido crear sin límites con un equipo artístico y un elenco de agárrate y no te menees”.

En definitiva, y conectando con el tema que le habíamos planteado anteriormente, concluye afirmando que “la revolución es ser libre y estar en diálogo permanente contigo y con la visión que tienes del teatro. No puedes hacer un Nieva si no atiendes, además del texto, a la parte visual y plástica, de acción que hay en ella. Leer a Nieva no basta si no tienes un gran sentido plástico y de espectacularidad”.

Cambiamos de tercio un momento para tratar de descubrir cómo son las relaciones del creador con el crítico, el especialista que juzga públicamente su trabajo. A Rakel, las críticas positivas le encantan, le emocionan, le alegran, le ruborizan… Y las negativas, “depende de dónde vengan. Con eso soy bastante implacable. Pero las escucho. Y a veces he modificado algo en una función mía porque vi que el crítico tenía razón. Por cada grieta entra siempre una lucecita”. Suponemos —le decimos—, que hay que protegerse de alguna forma, y la directora nos confiesa que su entorno más cercano le dice muchas veces que debe protegerse más, pero es que “para hacer el teatro en el que creo, hay que ir a pecho descubierto. Cuando estoy haciendo algo, me entrego de manera absoluta, con uñas, dientes, mente, cuerpo y alma. Ese es el presente y no me preocupo demasiado de qué pasará después. Ese es el cable a tierra: escuchar el corazón y hacer una declaración de intenciones con cada nueva obra que haces”.

Vivimos en una especie de boom teatral en estos momentos y en nuestro país. Me gustaría saber cómo contempla el fenómeno una mujer, todavía joven, pero ya con cierta experiencia y que, por el momento, está consiguiendo vivir de su oficio, de su pasión. “Cuando llegué a Madrid, hace ya casi dos décadas, ya tenía la sensación de que era muy difícil poder acabar viviendo del teatro. No creo que con el tiempo la cosa haya ido a menos o a más. No me puse directamente a estudiar dirección, sino que pasé por el doblaje o la danza y el teatro musical (con Carmen Roche), y eso que no me gustaba el concepto Teatro Musical de aquel momento. Lo que quería era formarme en distintos tipos de danza y me pareció que hacerlo ahí era una forma de meterse de cabeza, casi a traición, era una buena forma de descubrirlo. Cuando se me acabaron los ahorros, tuve que dejarlo y descubrí que no encajaba allí, que aquello no era lo mío. Me faltaba formación, cualidades y aptitudes para estar ahí, pero me ayudó ir descubriendo poco a poco quién era yo, y acabé concluyendo que era en la dirección de escena donde podría dar lo mejor de mí. Por eso acabé estudiando en la RESAD”.

Günther Anders decía hace un cuarto de siglo, poco antes de tu llegada a Madrid, que la ausencia de futuro ya había comenzado. No sé si estás de acuerdo. Si es así, ¿qué nos queda por delante? “Creo sinceramente —me dice—, que como no cierres los ojos y los oídos a ese mal fario, como no te centres en lo que de verdad quieres hacer, es mejor que lo dejes porque la depresión y la angustia puede estar muy cerca y, además, puede llegar a ser muy grande. Por fortuna, me parece que entre las nuevas generaciones que están estudiando dirección de escena, ese pánico no se ha adueñado de ellos”.

Planteamos inocentemente, y a continuación, a la directora y dramaturga albaceteña dónde cree ella que se aprende más, en los escenarios, en la lectura o en el patio de butacas, y ella, sin pensarlo ni un segundo, nos contesta que “¡desde luego, en la platea se aprende muchísimo...! Mi escuela primera, sin embargo, fue la de una chica manchega que se puso a trabajar a los 18 años en diferentes compañías de la región haciendo bolo, tras bolo, tras bolo… Así hasta descubrir después de varios años que se trataba de un trabajo agotador. Con alegría y con 18 años no se te pone nada por delante. Ya entonces vivía del teatro… Luego a los 30, no (¡Ja, ja, ja… Risas abiertas…) Aquella fue una época dorada en la Red de Teatros! En Castilla-La Mancha había un buen número de compañías profesionales y todas podíamos vivir de ello.”. Allí fue donde Rakel se curtió, donde aprendió ya de forma indeleble que “el del teatro es un trabajo en equipo, y aprendí también que no puedes hacerte la chula y coger una torre de luces porque entonces tienes asegurada una contractura en la espalda de por vida… Para mí todo eso forma parte del oficio, las contracturas, ya tal… pero también las celebraciones y diversiones varias”.

No es extraño, precisamente por eso, que Rakel haya pasado por todos los eslabones del oficio para terminar amándolo hasta la médula. Ha hecho de todo, desde encargada de vestuario, recogiendo la ropa de todos sus compañeros; saliendo a escena para hacer sustituciones para poder cubrir a una protagonista con apenas dos o tres jornadas de estudio y ensayo: “Eso te da una sensación de vértigo, de inmediatez y de exigencia (aunque yo ya la llevaba de serie). Ahí creo que está el germen de que yo empezara a dirigir, a meterme en el rigor de la puesta en escena, pues me encontraba con directores cero exigentes y eso me parecía extrañísimo”.

“Esos contratiempos sobrevenidos —continúa diciendo—, eran el pan nuestro de cada día en todas las compañías y todo el equipo un poco de todo para poder decir show much go on y no perder ninguna función”. Claro, que no se puede hacer de eso norma porque, si no, acabaría haciéndose del teatro una fábrica de churros y, obviamente, el aspecto artístico acabaría diluyéndose. Pero sirve, y mucho, para espantar al miedo escénico, esa sombra que, al menos desde fuera, uno cree que atenaza a todo actor o actriz en algún momento. No es ese, sin embargo, el caso de Rakel Camacho que nos cuenta que en algún momento sí que ha llegado a pensar “¡quién me manda meterme en esto…! Pero hace ya mucho tiempo que conseguí desprenderme de esa sensación e ir sustituyéndola por la de responsabilidad. Amo el rol de los actores y actrices. Ellos son la esencia del teatro. Me gustaría muchas veces estar en su piel. Durante los ensayos no, pero cuando toca estrenar y, a partir de ahí, ir creciendo poco a poco en las funciones sucesivas, desde luego que el diálogo vivo entre público y actores lo es todo… Yo lo siento de otra manera, y me pesa, porque me encantaría estar ahí dentro, en silencio simplemente o no… Por este afán de estar cerca de los actores, como directora me cuesta mucho despegarme de las funciones porque, es tu criatura: inventas un proyecto, eliges a cada una de las personas que lo van a componer, tratas de implicarlas a tope a partir de tu universo personal… Entiendo el trabajo de dirección sólo así, dialogando permanentemente con todas las parcelas que componen el proyecto para que, al final, sea un proyecto de todos…”.

Coronada: un antes y un después

Rakel Camacho (Foto: Marta Megías)Así se explica que un montaje de la envergadura y la dificultad de Coronada y el toro acabe teniendo la fuerza arrolladora que pudimos descubrir en su día. Lo cual no impidió que nos sorprendiera la presencia en la función de las dos hijas de la directora, en torno a los ocho años, cuando esa propuesta estaba recomendada por el mismo Teatro Español para mayores de 16. ¿Qué te comentaron, o te siguen comentando tus hijas después de aquella experiencia?, nos atrevemos a preguntarle. “Lo de mis hijas con Coronada está siendo otro espectáculo. Todavía hoy siguen cantando Jota de tinieblasChani Martínez, que compuso la pieza, está encantado también con ellas… Lo de los desnudos integrales, por ejemplo, ni me lo han comentado, no les llama la atención en absoluto. Pero siguen diciendo los textos, montando escenas con sus amigas del cole… ‘Hoy hemos hecho Protestamos, protestamos mamá’. Reparten textos entre sus compañeras y asignan los papeles a cada una de ellas. Disfrutan y hacen disfrutar a todos sus compañeros”.

“La revolución es sentirte libre (serlo ya es otro tema) y estar en diálogo permanente contigo y con la visión que tienes del teatro”

De nuevo entramos de lleno en un nuevo tercio (aunque a Camacho, y a pesar de ser albaceteña, eso de los toros no le llama para nada la atención, sino todo lo contrario). Entre el arte y la producción, entre los montajes alimenticios y los artísticos hay un trecho que hay que recorrer de forma ponderada. De todas formas, Camacho está orgullosa de saberse creadora, de haber conseguido con Coronada que alguien confíe en ella y en su manera de trabajar y de ver el teatro. “Lo que pasa es que tú puedes hacer eso si aciertas, si no le creas problemas al productor, si has preparado minuciosamente todos los aspectos del montaje y luego no tienes que ir apagando fuegos todo el tiempo. El proceso de creación tienes que ir haciéndolo mucho antes y los tiempos ajustados que te piden siempre desde producción has tenido que preverlos con mucha antelación”.

¿La creación conlleva inevitablemente el riesgo, la inseguridad, el abismo? ¿Eso se contrapone a la seguridad, al camino recto, a la producción de un buen número de espectáculos que hoy pueden verse en nuestros teatros? Tu óptica del teatro, claro está, se aproxima más al primer punto de vista, ¿no? “Sigue habiendo esa doble mirada, producciones de resultados frente a producciones de creación. Y yo estoy muy orgullosa de haber podido crear con Coronada porque he podido encontrar un aliado en el Teatro Español. Lo difícil es haber podido encontrar eso, y al final tienes que moverte siempre en puntos medios. Si yo le hubiera estado diciendo todo el rato al productor del montaje ‘no lo sé…, ya lo veremos…’. Si quieres trabajar de verdad tu proceso de creación, has tenido que pensar y dar soluciones previas a la mayor parte, si no a todos, los problemas que van surgiendo mucho antes. Sólo a partir de ahí, en ese diálogo con producción, vas creando. Y luego, claro, producción te exige unos tiempos, unos presupuestos, etc., que la dirección ha debido tener también en cuenta y a priori. Si no, no se puede. O yo, no puedo”.

Pongámonos en dos extremos. ¿Qué aporta y qué condiciona el hecho de levantar una pequeña producción (Una novelita lumpen), y una grande (Coronada y el toro), ¿Dónde queda la libertad en ellas? “La Novelita fue una producción precaria —apunta Rakel—, hecha con mucho cariño, pero con la sensación constante de que no puedes volver a trabajar así… Después vino la pandemia, toqué fondo, sabía que tenía que regenerarme, y para mí esa época fue un volver a nacer. Cogí mucha fuerza y aclaré muchas cosas hasta encontrarme conmigo misma. Sí, la artista, pero lucha, busca el equilibrio y busca denodadamente la producción de lo que quieres crear. Todo tiene que partir desde las entrañas, con la verdad y la emoción por delante. Y Manuel Sánchez Ramos, Sanra Produce, que venía a darme un “no”, fue ambicioso, pasional, muy profesional, y creyó en el montaje, no sin antes haber tenido mucho diálogo y haber llegado a un gran conocimiento mutuo. Manuel está llegando y llegará muy lejos”.

El teatro, en último término, se reduce a tres elementos que hay que combinar: la palabra, el espacio y los cuerpos. A ti, ¿Cuál de esos elementos te parece más determinante en cada montaje? Para mí, nos dice “lo más importante en escena es la carne, la fisicidad de los actores, no estoy diciendo nada que no sepamos todos. Elegir un buen equipo de actores es el talento principal, primordial, de todo montaje. La obra exige que estén ahí de verdad, que sean creativos y que se entreguen, que no tomen su trabajo como algo circunstancial, cojo esto porque pasaba por aquí… En Coronada, desde luego, me ocupé mucho de que eso sucediera, que fuese así, y al final he tenido un elenco entregado de pies a cabeza, un elenco mágico de 11 actores excepcionales y 11 personas maravillosas, que son estos grandes: Nerea Moreno, Chani Martín, Jorge Kent, Juanfra Juárez, Pedro Ángel Roca, Lorena Benito, Álvaro Romero, Antonio Sansano, Germán Vigara, Eva Caballero y Sanna Toivannen.

Actuar no debería suponer un mayor sacrificio físico. En todo caso, espiritual. Y cuando hay alguien que está en el proyecto y no alcanza esa sintonía espiritual, falla. Al menos en una obra mía, tal y como entiendo todo esto. Entonces, una vez cometido el error, poco se puede hacer porque no es bueno prescindir de él, pero tampoco puedes integrarlo. Cuando pasa eso, hay que seguir adelante y tratar de que esa carencia afecte lo menos posible al conjunto del mismo. En Coronada, afortunadamente, se consiguió y el espíritu del Farolillo de San Blas, estuvo ahí siempre presente. Pero también con el resto del equipo con mi amado el gran Raymond en el espacio escénico, el genio Pablo Peña y su música, mi querida artista de los cuerpos Julia Monje, mi excelente ayudante de dirección Teresa Rivero, el fantástico trabajo de Ikerne en vestuario… producción, ayudantes…”.

Pero vamos, termina diciendo Rakel, “en la jerarquía de todos esos factores, en el pico de la pirámide está el alma y el espíritu con el que un trabajo se afronta. Y luego, yo tengo un universo particular que es ecléctico, surreal, que roza el esperpento, que es clásico, que es contemporáneo, que se apoya en los objetos, que es visceral, que se apoya en imágenes que brotan en mí y, aunque todo esto es difícil de explicar, parte de un bagaje y de una documentación que hago y que tiene mucho que ver con mi manera de ver el mundo: qué significa la fiesta de los toros, el poder de lo fálico, con lo que daña, el cuerno, que es capaz de matar, de penetrar, de gobernar… Todo eso está ahí. Cada elemento que aparece en escena (desde los jamones, la carretilla, los bocadillos o hasta la vestimenta…) tiene su porqué. Yo disfruto con cada detalle necesario para componer un espacio. Estoy con Nieva cuando dijo aquello de que ‘lo surreal no quita lo barroco. Soy barroco como lo es Dalí’. Nieva se enfadaba, y yo también, cuando se alude al término barroco como algo peyorativo, algo a lo que se le da la connotación de superficial y acumulativo… El término va mucho más allá. El mundo es barroco nos guste o no”.

Está claro que, con su teatro, Camacho busca transmitir ideas a través de la imagen, de la palabra y de los cuerpos. “En ese sentido —termina diciéndonos la artista manchega—, creo que el teatro tiene mucho más que ver con plantear dudas que con despejar incógnitas. No creo que eso lo consiga hacer nadie… Y con lo que respecta al gozo estético, no busco que se imponga la belleza como sumun, en contra de lo que ha dicho alguna parte de la crítica y del público… Tiene que haber tintes de belleza, pero no es el objetivo esencial porque en un universo conviven muchos mundos, y eso Nieva lo hace como Dios”.

Cuestionario común (Camacho)

— ¿Qué puede hacerte desmoronar en un momento dado?

Supongo que me desmorono cuando sucede algo que altera mi autoestima y mi equilibrio emocional. Pero esto nos pasa a la mayoría de las personas. El desmoronamiento siempre está ahí, asomándose a la puerta, muchas veces depende del caso que le hagamos y la acogida que le demos. Si le damos un portazo, igual nos deja en paz. Quienes hemos elegido una forma de vida cuyo bucle vital es la incertidumbre, somos conscientes (o debemos serlo, no queda otra), de que dicha incertidumbre desaparece por momentos, provocándonos ese estado único de plenitud… Pero cuando la sientes desterrada, vuelve a aparecer. Como dice Fito Páez “es sólo una cuestión de actitud” relacionarnos con todo lo que nuestras elecciones implican. Espero no estar diciendo perogrulladas.

Me desmorona la posibilidad de perder la ilusión. Es lo que más temo. No tiene tanto que ver con trabajar más o trabajar menos, sino realizar trabajos teatrales que respondan al teatro en el que creo. Me desmorona la ausencia de libertad creativa, cuando la veo alrededor o cuando la he sentido en mis carnes, (afortunadamente ha sucedido en muy contadas ocasiones). Me desmorona escuchar las frases “las cosas son así” y también “eso es muy difícil”. Cuando las escucho, no entiendo nada y siento una gran desolación.

Me desmorona el conformismo. Esto sí que me desmorona.

  • ¿El artista debe ser metódico, ordenado, o visceral e intuitivo?

Creo en la libertad de poética, de acción. Creo en la exposición total y personal, y creo que quien se expone a veces gana y a veces pierde, pero eso no es tan importante… Dicho esto, cada artista ha de ser lo que considere que quiere ser. Y se irá moldeando también en la medida que necesite o desee.

En cuanto al método, el orden, la intuición y la víscera, me parecen cuatro claves inseparables, coexistentes. Ninguna se sostiene sin la otra, al menos en el caso de la dirección de escena. Considero que ha de haber un equilibrio entre la pulsión y la disciplina. A veces una gana terreno a la otra, luego se compensan…

  • ¿Te molesta mucho que los espectadores se olviden de apagar el móvil o se pongan a consultar las redes en plena función?

El espectador debería entregar el móvil cuando enseña su entrada. En 2019 hice un proyecto de experimentación en CDN titulado Comunidades, junto a los directores Pilar G. Almansa y David Martínez. Yo metía un ataúd de purpurina dorada en escena y los espectadores dejaban ahí el teléfono encendido. Al acabar mi pieza lo cogían. No hubo muertos por desapego de teléfono… Fue divertido.

  • ¿Se puede ser progresista y de derechas y conservador y de izquierdas?

Todas las combinaciones son posibles, ¿no? Tenemos numerosas muestras de ello. Es habitual asociar las ideologías a las formas de hacer y de pensar, lo cual tiene una lógica aplastante si miramos la historia. Yo creo que esta lógica a veces se cae (como todas las lógicas). Entonces sí, claro que sucede, hay progresistas de derechas y progresistas de izquierdas, sin duda. De conservadurismo paso de hablar, pero no puedo evitar decir que es un lastre insoportable que impide toda transformación real, y que cuesta mucho soltarlo.

  • ¿Tiene la mujer presencia suficiente en todos los ámbitos de la sociedad o no?

Creo que cada vez más, se han conquistado muchos espacios, pero no hay un equilibrio total todavía, como es evidente. Sin embargo, en los puestos de poder se sigue cuestionando más el rol de la mujer. Si no eres un sargento semana, lidiarás con lo que no está en los escritos.

He aquí otra creencia limitante: el poder es poder y es vertical, y sólo abordamos una forma de estar en él. Esto es un tostón, es falso y no va a ningún lado.

Tenemos unas directoras de teatros públicos que, olé.

  • ¿Qué pregunta te haces a ti misma con frecuencia y aún no has encontrado la respuesta?

¿Cómo es posible que un país (y un mundo) con tanta historia cultural, con tanto legado artístico y tantos creadores, no se desviva por introducir en las aulas (y en la vida adulta) de manera seria y no anecdótica: el cine, la pintura, la música, la danza, el teatro, la literatura, el pensamiento, la poesía, la escritura… creando futuros consumidores de arte y cultura? Cuando hablo de país no me refiero sólo a sus gobernantes, sino a quienes formamos un país, que somos todos, y deberíamos exigir más de lo que lo hacemos, que es poco o nada.

¿Fue antes el huevo o la gallina?

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