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Efemérides

Centenario del nacimiento de Frank Herbert, el señor de las dunas

Centenario del nacimiento de Frank Herbert, el señor de las dunas

martes 06 de octubre de 2020, 07:00h

¡Qué cosecha la de 1920 para la literatura de ciencia ficción! Aquel año llegaron a nuestro planeta Isaac Asimov, Ray Bradbury y Frank Herbert (Tacoma, Washington 8/10/1920 - Madison, Wiscosin, 11/2/1986). Ateniéndonos al número de obras, tal vez, Herbert sea -comprensiblemente- el menos prolífico del trío. Si usted ha probado a caminar sobre dunas, sabrá lo mucho que cuesta avanzar en ellas. Recuerde que al pueblo elegido le demoró cuarenta años atravesar el desierto. Pues bien, a Frank Herbert le llevó seis la redacción de 'Dune'. No podía ser menos, tratándose de una compleja epopeya, cuya acción transcurre principalmente sobre la vastedad arenosa del planeta Arrakis. La verdad es que “Dune” es más que una epopeya, es ante todo, una cosmogonía. Los caldos densos no se improvisan, oiga; se cocinan a fuego lento. Y el de “Dune” tiene substancia (melange), tanta que se convertiría en una saga con infinidad de secuelas y hasta con precuelas póstumas. Pero como eso (no) es otra historia…lo mejor es que vayamos por partes.

Todo empezó en 1958, cuando la revista en la que Herbert trabajaba le encargó un reportaje sobre la plantación de pastizales, con los que el Departamento de Agricultura pretendía detener el avance de las dunas en la ciudad costera de Florence (Oregón). Herbert sobrevoló la zona en avioneta y quedó atónito: las dunas se movían…y en su desplazamiento paulatino habían invadido viviendas y puesto en peligro a familias enteras. Aquella pugna entre civilización y naturaleza le obsesionó y comenzó a investigar, a leer aquí y allá y a sumar informaciones que excedían las necesarias para el artículo. Se le agotó el plazo de entrega sin una sola línea escrita, pero aun así continuó con la cabeza enterrada, no ya en las dunas de Oregón, sino en “Dune”, una novela épica y ecosistémica, cuajada de intrigas políticas y de reflexiones sobre el poder (y sus vicios, en especial la corrupción y el mesianismo) y la degradación medioambiental. Una obra compleja y seductora, abundante en ecos del psicoanálisis jungiano, del budismo Zen y de la mística sufí.

El protagonista, Paul Atreides (casi un trasunto de Laurence de Arabia) es un noble enfrentado al emperador de la galaxia y al muy villano barón Vladimir Harkonnen (cuyo perfil cuesta hoy la acusación de homófobo a su autor). Paul, que adoptará el nombre de Muad’dib, lidera a los nativos del árido Arrakis -los Fremen- dedicados a la preservación del agua (escasísima) y a la recolección de las defecaciones de unos gusanos descomunales. De ellas se obtiene la especia o melange, una droga que además de alargar la vida del consumidor adicto, es clave en el desarrollo de los viajes de la Cofradía Espacial y en los rituales de iluminación interior y desbloqueo de la memoria genética de las Bene Gesserit, mujeres que en el universo duneano conforman una casta sacerdotal (de inspiración jesuítica, según los “exégetas”más avezados.Dune” es una novela de culto).

En esa creación cosmogónica, que fascinó a A.C. Clarke, Frank Herbert sumó casi mil páginas legendarias que andando lo años, influirían en el cineasta George Lucas (“Star Wars”) y en el escritor George R.R. Martin (“Juego de tronos”). En 1964 las publicó fácilmente y por entregas en la revista “Analog”. Sin embargo, cuando quiso hacerlo en forma de libro convencional, veinte editoriales la rechazaron por ser “demasiadas páginas para el género de ciencia ficción”. Sucedió que un lector de “Analog”, informado de esas vicisitudes, decidió afrontar el reto de publicarla. Dirigía una editorial especializada en manuales de reparación de vehículos, pero entusiasmado con “Dune”, se lió la manta a la cabeza y puso ruedas a la novela. Esta despegó enseguida, galardonada con los Nebula y Hugo Awards de 1965 y 1966, respectivamente.

En 1976, el productor Dino de Laurentiis se hizo con los derechos de “Dune” y David Lynch la llevó al cine con mal rendimiento de críticas. Como es probable que usted haya visto el largometraje, no me detendré en él y sí en uno que nunca vimos, sencillamente porque a última hora no fue filmado. Me refiero a la ambiciosa versión de Alejandro Jodorowsky y el productor Michel Seydoux. Le dedicaron cinco años y comprometieron a Pink Floyd para la banda sonora, a Moebius para la dirección artística y a H.G. Giger (“Alien”) para los decorados. Ente los actores figuraban Mick Jagger, David Carradine, Orson Wells y el propio Dalí (sería el emperador). Una pasada, ha dicho mentalmente, no lo niegue. Lo malo es que en Hollywood querían una producción de dos horas máximo y Jodorowsky pretendía doce (otra pasada). Afortunadamente en breve, se estrenará la adaptación en dos partes que ha hecho Denis Villeneuve con Timothée Chamalet en el papel de Paul Atreides… ya veremos

La versión de Denis Villeneuve

“Dune”, por su monumentalidad, eclipsó otros trabajos literarios de Herbert (“El dragón en el mar”, “Los sacerdotes de Psi”, “Estrella flagelada”, “El vacío”…), sobre todo porque él mismo se encargó de hacerla elefantiásica. Con “El Mesías de Dune” e “Hijos de Dune” conformó una trilogía, a la que añadió “Dios emperador de Dune”, “Herejes de Dune” y “Casa Capitular Dune”. A su muerte, su hijo Brian y Kevin J. Anderson continuaron con “Cazadores de Dune” y “Gusanos de Arena de Dune", junto a dos trilogías de precuelas en las que emplearon material inédito de Herbert. Ya ve, la factoría Dune estira su vida igual que un consumidor de melange.

Frank Herbert fue un niño pobre que a los ocho años supo que sería escritor y a los doce había leído las obras de Shakesperare. Participó en la segunda Guerra Mundial y tuvo muchos empleos, incluido el de pescador de ostras. Luego se hizo periodista y finalmente escritor. Pronunció innumerables conferencias sobre protección medioambiental, pero no fue un mero ecologista de salón, sino un auténtico Fremen, pues durante sus últimos veinte años produjo su propia energía y alimento. “El concepto de progreso actúa como mecanismo de protección destinado a defendernos de los terrores del futuro”, nos advirtió.

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