Los
escaparates de enero están llenos de novedades, y justo ahora se están cerrando
las agendas de los suplementos literarios con el anuncio de la programación de
las editoriales para 2013. Antoni Marí
y Carmen Posadas son dos de los protagonistas
del mes.
Enero es un
mes curioso para el mundo editorial. Y febrero. Las ediciones de libros son
estacionales, funcionan un poco como las aves migratorias. Hay esos momentos en que los escaparates
abruman de novedades, y esos otros, que invitan al recogimiento de las
presentaciones -y los lanzamientos- más sosegados, si es que alguno lo es. A lo
mejor, porque el libro que aparece en esas fechas tendrá menos competencia en
los espacios promocionales, incluidas la crítica y la información (y esta misma
columna, claro). A lo mejor, porque lo que se ofrece al público, en esos
meses-valle, no son los esperables bombazos
de venta, sino ese otro tipo de libro que busca a los convencidos, a los
afines, o al llamado público cautivo.
A mí siempre me ha gustado -o me ha tocado- publicar en estos meses de
invierno, que llegan hasta Semana Santa, y que se sitúan entre las campañas de Navidad y el Día del Libro -abril. Luego vendrán la Feria de Madrid -Mayo/Junio- y la rentrée de octubre. En esos cuatro
pilares trimestrales se acumulará la mayor parte de la producción editorial,
las grandes operaciones publicitarias. Así es de cíclico el tema.
Este enero
no es muy distinto. Hoy mismo, y en la muy activa librería La Central, de
Madrid, se presenta una de esas raras novelas "literarias", la titulada Libro de ausencias, de Antoni Marí, publicada por Tusquets. Es
la tercera novela del poeta, y estoy deseando leerla, porque se trata de la
historia de uno que ajusta las cuentas, no sólo a la muerte de un amigo, sino a
la literatura, a la que le ha marcado, libro a libro, y hay muchos para quienes leer no es distinto de vivir.
Lo haré en cuanto termine la reciente de mi también admirado Luis Landero, Absolución, un novelón denso e intenso, con muchos momentos de
sabia brillantez, editado por el mismo sello. Landero es, sin duda, uno de esos escritores sin estridencias,
seguro, poderoso y más escondido de lo que debiera. Siempre me ha gustado, desde
aquella primera Juegos de la edad tardía
-han pasado 23 años, Luis!
Dos mujeres
bien distintas, y dos géneros bien diferentes, aterrizan también este enero en
los escaparates, con títulos curiosamente parecidos. Una, la joven donostiarra Dolores Redondo, publica El guardián invisible, con la que la
editorial Destino participa en un lanzamiento internacional, su aparición casi
simultánea en varias lenguas. En ella, que abre una trilogía en torno al Valle
del Baztán, y presenta un personaje de largo recorrido, la inspectora Amaia
Salazar, penetra, un poco a la manera de ciertas novelistas nórdicas como Ann Rosman -La mujer del faro y El cofre
del alma, Salamandra- en un mundo en el que los oscuros mitos sangrientos
de los viejos panteones precristianos, parecen revivir en ciertos asesinatos en
serie.... La tensión de las leyendas del norte ibérico, que parecían encontrar
refugio en los estudios antropológicos, y acaso, en las cenizas de lo
identitario, renace aquí en una historia que tiene mucho de deuda con la moda
de lo sobrenatural y legendario. Y también, y ese es su acierto, con esos
oscuros motivos que justifican ritualizar el crimen....
La otra es Carmen Posadas, con su esperada novela El testigo invisible. Es la primera gran
apuesta de Planeta para 2013, y estará en las librerías la semana que viene. Créanme
si les digo que es una novela ambiciosa y bella, con la que Posadas vuelve al género histórico
-antes lo había jugado en La cinta roja-
y que, por su especial perspectiva, consigue que unos personajes en principio
lejanos, la familia del zar Nicolás II,
o el mismísimo Rasputín, cobren una
carnalidad, una afectividad compleja y contradictoria que les vuelve humanos y
cercanos, y que un tiempo tan crucial y crítico como el que gestó la revolución
rusa, aparezca en toda su complejidad. Seguro que el gran acierto es el del
personaje narrador de la historia, este viejo ruso, Leonid Sednev, que, ya
acabando el siglo XX y su propia vida, rememora su infancia y adolescencia en
el palacio de los Romanov, y el
viaje que les conducirá al trágico y brutal final, convirtiendo el relato de lo
que ocurrió en el de su propia e inseparable educación sentimental. (Si quieren
leer mi crítica personal, tendrán que esperar al viernes, que el fin de semana
es más propicio para estas cosas).
Pero enero
se caracteriza también por el anuncio de los programas editoriales, esos que
las casas grandes y pequeñas suelen cumplir con bastante exactitud, a
diferencia de otros negocios. No me piensen mal: me refiero, por ejemplo, a los
plazos de una obra en casa, a los tiempos de la modista, en fin, hasta las
horas en la peluquería. No estaba yo hablando del gobierno. Y según esos programas, que van recogiendo y
apuntando en sus agendas, para hacerles un hueco, desde los suplementos literarios
hasta los blogs más conspicuos -por ejemplo, el que dirige el novelista
peruano, Iván Thays, cuya novela Un sueño fugaz (Anagrama 2011) leí con pasión,
y reseñé en su momento- el año va a ser
pródigo en literatura española. Desde ya. Veremos aparecer una nueva de Antonio Muñoz Molina, que acaba de
recibir el Premio Jerusalén, que otorga cada año la Feria del Libro de la
ciudad sagrada, y que un día lejano de 1977 obtuvo Octavio Paz. Todo lo que era
sólido, lo publica Seix Barral, que promete también Alma Venus, de Pere
Gimferrer, que nos confortó el año pasado con su magnífico poema Rapsodia, y La ridícula idea de no volver a verte, de mi colega y sin embargo
amiga Rosa Montero. Alfaguara ya ha
anunciado El azar de la mujer rubia,
de Manuel Vicent, y Anagrama, El traspié. Una tarde con Schopenhauer,
de Fernando Savater. Y muchas más,
de las que iremos dando noticia.
Miren lo que
les digo: estaremos en crisis, pero la novela española parece gozar de una
salud estupenda.
- Ediciones anteriores de 'Lágrimas de cocodrilo'