Nueva semana de feria, nueva semana en la que resumimos lo destacado (por excelso y por paupérrimo) de lo acontecido en la Feria de San Isidro 2025. Nueva semana que empieza como en los países de América del Norte: en domingo. Día en el que se lidió una descastada corrida de La Quinta. Ni “Cucaracha”, que así se llamaba el primero de los cárdenos, ni ninguno de sus hermanos, con sexto bis incluido por el inválido titular, mostró reminiscencia alguna de los grandes toros que se han lidiado en el coso venteño en los últimos años, como “Periquito” o “Matorrito”. Mansos en varas, donde los mejores se dejaron pegar y los menos encastados salieron perdiendo las manos. Del lujazo de cartel con el que Plaza 1 premió a sus aficionados, destacaremos indudablemente a Uceda Leal. ¡Qué torero! ¡Qué sabor tuvieron esos derechazos enrabietados y aquellos contados naturales a su segundo! Por no hablar de cómo efectúa el volapié en la época del “bajonazo y te levanto la mano”. Espero que tomaran buena nota sus acompañantes del cartel, que tuvieron dos nobletones astados que bien habrían servido para cortar algún apéndice. Luque, con ganas en apariencia y desgana en ejecución, no cesó en la búsqueda del mantazo perfecto, citando fuera y perdiendo pasos constantemente. ¡Quédese quieto! De Justo, al que destacaremos sus añejos genuflexos de inicio, estuvo también muy fuera y siguiendo la máxima del pico-pico mazo-mazo. No convenció tampoco al público del domingo, algo más serio que el de los viernes.
En el día de libranza de los “isidros”, segunda novillada de feria, se corrió un interesante conjunto de Conde de Mayalde, donde destacaron los lidiados en segundo, tercer y quinto lugar para que los novilleros mostraran sus maneras. De hecho, segundo y tercero incluso fueron notables en varas. En cuanto a los acartelados, destacaremos la actuación de El Mene, la cual, pese a no ser redonda, sí que mostró una cualidad nada común en esta época: el temple. Quiere hacer el toreo (y se le nota, vaya que si se le nota), especialmente con la capa, donde todavía está terminando la media que le propinó al quinto. Y sí, dio muletazos buenos a su primero por genuflexos y naturales, y a su segundo oponente especialmente a derechazos, pero bien es cierto que se le escapó un lote de Puerta Grande. Además, realiza una suerte suprema sincera, cosa que no hacen ni las mal llamadas figuras. Sin embargo, amargó al respetable esa vuelta al ruedo por su cuenta, o por la cuenta del mozo de espadas que se lo pidió.
El premio del público por la tiranía de un sin luces ¡qué disparate! Tomás Bastos, por su parte, regaló un sentido quite por tafalleras que gustó mucho, mucho más que su planteamiento periférico con su primero, con el que nunca se llegó a acoplar del todo. Menos suerte tuvo con el que cerraba la tarde, un geniudo ejemplar por el que la plaza tomó parte y no premió los intentos de torear del lusitano, cosa que tampoco es que consiguiera. Por último, Fabio Jiménez, quien deberá acudir nuevamente a Madrid a mostrar sus credenciales, pues si con su primero poco se pudo lucir por el descastamiento existente, menos consiguió con su segundo, al que su picador, Carlos Pérez, invalidó vilmente provocándole, citamos textualmente lo indicado en el programa El Toril, “dos neuomotórax mortales”. El siguiente día se lidió una corrida de Araúz de Robles, tan exótica como acostumbra. En el mismo festejo se juntan animales descastados como el primero y segundo, encastados como el cuarto y quinto y otros que parecen no tener fuerzas, pero que luego la sacan sin saber de dónde. Está esta ganadería como para hacer apuestas… Este día, 21 de mayo, marca el reinicio del calendario del aficionado en el que se volvió a ver torear de verdad. Saúl Jiménez Fortes estuvo rotundo con las telas, no así con la espada que le negó la Puerta Grande. Con su primero estuvo excelso por su verticalidad y hondura. Destacaremos una tanda por el derecho que culminó con unos exquisitos ayudados por alto y por bajo ¡qué recurso fue el por alto!
Si lo hace el de la Puebla... Por si había dudas de que se lo había hecho a un medio toro, en su segundo se lo hizo todo (y mejor aún) a un animal que llevaba la desgracia en sus puntas: mirón, encastado, poderoso… Lo tenía todo. A base de naturales de un milimétrico ajuste y de gran determinación Fortes consiguió que la plaza se rindiese a sus pies, pues aquello no era lo de todos los días. Sin embargo, esto no fue lo mejor de su tarde ya que la larguísima y templada verónica que propinó al quinto quedará grabada por siempre en la retina de los afortunados que la vimos. Por su parte Morenito de Aranda tuvo una de sus actuaciones recurrentes en Las Ventas: es un torerazo. Con el primero, un toro que no regalaba nada por los derrotes que soltaba a fin del muletazo, lo terminó de someter logrando una valerosa, aunque poco ceñida, tanda al natural al final del último tercio. Se expresó mejor con su segundo, especialmente al inicio, pues la larga distancia a la que le citaba permitía mostrar mejor las cualidades de “Campiña”, a base de tragar saliva y sufrir sudores fríos. Esto fue premiado por el respetable, el cual no entendió cómo terminó recortando y recortando esta distancia para que la dupla finalmente quedara desdibujada, no sin antes haber compuesto una notable serie al natural y unos sobresalientes muletazos por bajo. Mala suerte tuvo Adrián de Torres: con su primero, poco pudo hacer ya que el toro no llevaba nada dentro y, con el sexto bis, un casi-inválido, tuvo que componer una faena desplegada más para que el toro no se fuese al suelo que para sacar un olé.
Contrastó mucho lo vivido en la decimosegunda de feria con lo acontecido el día anterior; infame moruchada, por presentación y comportamiento, la que enviaron los hermanos Lozano representando la divisa de Alcurrucén, y ya van muchas tardes seguidas igual. Mansos, flojos y descastados, siendo devuelto el cuarto al ser lesionado en el caballo tras un puyazo trasero ─ nótese que, esta vez, el tercio de varas se convirtió en un simulacro que nunca debería haber sido permitido por la presidencia─. En su lugar salió un sobrero de Zacarías Moreno con aspecto de vaca camarguesa, manso pero de noble y encastadita embestida en la muleta. Con él estuvo trapacero, acelerado y pesado Sebastián Castella, a pesar de lo cual, tras el postrero sartenazo, alguno con gin-tonic de más, le pidió la oreja. También alargó mucho Miguel Ángel Perera ─como es habitual en él─ sus mediocres faenas, culminadas con un indecente uso de la espada. Daniel Luque tiró de repertorio vulgar y pueblerino, entiéndase el comentario con todo el respeto para el mundo rural, y con una estocada trasera y caída puso punto final a este déjà vu que, tristemente, temo que volveremos a vivir.
En el día preferido de los isidros, los viernes, se lidió una nobletona corrida de Victoriano del Río para que los tres actuantes saliesen a hombros por la Puerta Grande de Madrid. Pero ni por esas. Emilio de Justo estuvo como le vimos en su primera tarde: irreconocible. Qué aseadito se mostró con el bonachón primero y cómo aburrió a cada uno de los causantes del “No hay billetes”. Algo mejor estuvo con el cuarto de la tarde, sí, pero esas tandas de naturales a pies juntos ya no tienen el sabor de antaño, algo les falta; no son tan sinceras ni se acercan al abismo. No nos hacen sentir lo mismo, aunque cortara una oreja. Claro que, comparativamente, estuvo mejor que Andrés Roca Rey. De las peores tardes que se le recuerdan al peruano en Madrid. ¿Se cansó el mandón del toreo de mandar? Con el áspero segundo no cruzó la línea en ningún momento: despegado, abusando de las tretas de las figuras como el pico, huyendo de la verticalidad… Desastroso. Con el quinto de la tarde estuvo inédito, pues se empecinó en mantener a un inválido en pie que a la postre no le serviría de nada. Fea tarde, como su vestido.
Y, por último, Tomás Rufo, el cual poco pudo hacer con su primero, un animal que tras una serie de rodillas en los medios pareció haberse dolido. El torero pudo haberse puesto a funcionar de verdad (y no ficticiamente como sucede cuando te apodera quien te apodera) con el cierraplaza. Un tal “Alabardero” que nos venderán como un gran toro, pero que no dejó de ser un toro de carril de los que gustan a los toreros. El de Victoriano del Río lo puso todo y Tomás se dedicó a acompañarle, ligando y ligando sin parar, pero con ninguna hondura ni sentido artístico. Tan solo una serie de naturales a mitad de faena merecieron la pena. Sorprendentemente jaleado, perdió la Puerta Grande por el mal uso de los aceros. Una lástima. El sábado fue el día del arte, con una juampedrada para Juan Ortega y Pablo Aguado, que pretendía resolver una inventada rivalidad. De esto van los mano a mano, ¿no? Chistes fuera, ¿qué iban a resolver con el ganado que trajeron bajo el brazo? Animales indignos, mal alimentados, de cuernas recogidas que acaban en algo que no se sabe qué es pero que atenta contra la naturaleza... Y todos ellos sin un ápice de casta que genere inquietud en el que se sienta en el granito venteño.
Por ahí anduvo Juan Ortega, el cual da la sensación de haber tenido las mismas tardes rotundas que antaño tuvo Talavante y, por ende, ya no tiene ambición de acrecentar su palmarés. No es el caso: Juan Ortega cuenta sus triunfos por muletazos sueltos. Excelsos, eso sí, pero sueltos. Al menos Pablo Aguado hizo lo suyo con el sexto. ¿Y qué es lo suyo? Pues dar medios muletazos con una planta muy torera que sí que llegan a conectar con los agradecidos tendidos. Es lo mismo de siempre ante un toro diferente. Y encima en esta ocasión, adornados con enganchones en los muletazos, que conectan y desconectan a un público que necesita amortizar como sea los 80 euros de entrada de media. Por ende, todo se quedó en una oreja que, hoy domingo, cuando se termina de escribir esta crónica, ya nadie recuerda.