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El colapsismo y sus críticos

jueves 15 de febrero de 2024, 09:10h

El desarrollo de una visión pesimista del futuro mundial está creciendo a una velocidad acelerada. Y uno de sus motores principales es la percepción de que nos encaminamos hacia un colapso ecosocial. Por eso tuvieron tanto eco global las palabras de Antonio Gutierres, secretario General de Naciones Unidas, al presentar el informe del Estado Mundial del Clima (30/11/23), cuando afirmó: “Estamos viviendo el colapso climático en tiempo real, y el impacto es devastador”.

La mayoría de los medios que reprodujeron estas palabras lo hicieron entendiendo que el colapso climático sería así una dimensión de un colapso eco social más amplio que amenaza al mundo del futuro. Y ese colapsismo ecológico sería a su vez un pilar fundamental del pesimismo creciente sobre otras dimensiones del futuro mundial.

La idea de que avanzamos irremediablemente hacia un colapso ambiental, que se situaría en la segunda mitad del siglo XXI, no es precisamente nueva. Aunque no se nombrara así, esa es la tesis principal del trabajo de Giovanni Sartori y Gianni Mazzoleni “La Tierra Explota”, que, en 2004, se quejaban amargamente de que las instituciones mundiales hicieran un discurso doble al respecto: mostraban el negativo avance de las variables gruesas, que incluyen el crecimiento poblacional, pero luego concluyeran que siempre sería posible evitar la crisis, alcanzando y cumpliendo determinados acuerdos mundiales. Sartori afirmaba que esa manera de proceder era una forma de crear esperanzas vanas acerca del desarrollo de la crisis. Y el tiempo parece que va dándole razón. Por ejemplo, resulta un dato ilustrativo, el hecho de que más de la mitad de las emisiones de CO2 que se han acumulado en toda nuestra historia se han producido después de la Cumbre de Río de 1992.

Por esa causa, la idea de un colapso ecosocial próximo ha desarrollado una notable cantidad de literatura, junto a importantes grupos que se inscriben al interior del movimiento ambiental. Esta corriente creciente está dando lugar a un espacio que, bajo el nombre de colapsismo, está produciendo un debate encendido tanto en el ecologismo como en pensamiento progresista mundial.

Los críticos del colapsismo argumentan que este planteamiento ya ha sido usado de una forma u otra por el ecologismo. Y que pese a ello “es obvio que los rendimientos políticos de estas advertencias han sido modestos” (Muiño, NUSO, 2024). Lo novedoso del colapsismo es que parece haber asumido el colapso como destino.

En realidad, si se hace un repaso sobre el argumentario acerca de la crisis, es posible encontrar varias versiones del pesimismo acerca de su superación. Para Sartori, hacer un discurso que asuste, pero que concluye que existen insumos nacionales e internacionales para enfrentarla, contribuye a crear esperanzas vanas. Para los críticos del colapsismo, asumir el colapso como inevitable es tendencialmente desmovilizador. Y puede que ambos planteamientos estén en lo cierto. Ni la creación de esperanzas vanas, ni la asunción del colapsismo, serían muy productivos para construir la superación de la crisis.

Desde luego, para tener un mapa completo del asunto, sería necesario mencionar que el colapsismo tiene un planteamiento antípoda en el negacionismo. Pero esta percepción no sería otra cosa que una versión radical del desarrollo de esperanzas vanas. Nada más esperanzador que asumir que no existe ninguna crisis ecológica. Pero hay que asumir que el negacionismo no tiene hoy precisamente buena prensa. Existen suficientes datos para estar preocupados.

El problema fundamental que presentan los críticos del colapsismo no es político, sino de orden diagnóstico. Desde el punto de vista de la responsabilidad política, la lucha por el bienestar ambiental debe continuar, vayamos o no hacia el colapso. En último extremo, siempre será más presentable y elegante, estar dispuesto a morir con las botas puestas, si llegase el colapso, que abandonarse blandamente a la evasión y la inacción colectiva.

Pero eso no resuelve a profundidad el debate diagnóstico que abre el colapsismo. Es cierto que las exageraciones y los mitos florecen en torno a este planteamiento. Pero la pregunta sigue en pie: ante la evidencia de cómo avanzan los indicadores objetivos del deterioro ecosocial, que llevarían al colapso si no se pusieran freno, ¿tiene la humanidad los recursos organizativos, políticos, discursivos, ideológicos, tecnológicos, económicos, para superar la posibilidad de llegar al colapso? Y lo cierto es que no hay una respuesta segura.

Los críticos del colapsismo siempre tienen el recurso de responder que la respuesta está contenida en la pregunta. Todo depende de la actitud política de la ciudadanía del mundo. Claro, desde luego. Pero eso no nos exime de, al menos, hacer un cálculo de probabilidades. ¿Llegará la conciencia colectiva a tiempo para evitar la crisis global?

Y lamentablemente, a la luz del curso de los acontecimientos actuales y de corto plazo, parece poco probable. Eso no significa abandonarnos al desánimo y la desmovilización, pero sí a respetar aquella máxima que nos obliga a distinguir entre el optimismo de la voluntad y el pesimismo del conocimiento. Y con los datos en la mano, sin necesidad de exageraciones, todo parece indicar que el cálculo de probabilidades es favorable a la posibilidad de una crisis global, muy parecida a un colapso socioambiental a partir de mediados de este siglo.

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