Un torero cabal y honrado, que se ha hecho un hueco en su profesión lidiando siempre corridas duras con dignidad y sabiduría, un excepional lidiador, Fernando Robleño, no tuvo el adiós que merecía. No por parte del público, cariñosísimo en esta su última tarde en Las Ventas, sino por el pésimo encierro de Adolfo Martín, que ni a él ni a sus sufridos compañeros de cartel, Antonio Ferrera y Manuel Escribano, les permitió la más mínima opción de lucimiento. Los bicornes otrora tantas tardes triunfadores en Madrid, algunos de los de este sábado de reatas y nombres gloriosos en este hierro -aunque por desgracia hay que remontarse, y mucho, a tiempos anteriores a la pandemia, son ahora auténticas infamias con astas, animales sin un ápice de bravura ni casta, además de blandos que rayan la invalidez. Y para la cuadratura del círculo, vicioso, claro, con un trapío, o falta de él muy lejos de las exigencias de la cátedra y catedral de la tauromaquia, de los que sacan los colores a cualquier ganadero. Al menos permitieron ínfimos detalles a la terna, entre ellos algunos buenos naturales que Robleño le robó a Aviador, el de su despedida y que junto a la entrega del cotarro en recuerdo a su honradísima trayectoria le valieron para recorrer el anillo entre restallantes ovaciones.
Ni eso le había dejado Madroñito, su primero, el más soso y deslucido de la tarde, que tiene su aquél. De similar catadura fue el lote de Ferrera, porque al lesionarse el cuarto salió un sobrero de Martín Lorca que por sus nulas prestaciones parecía hermano gemelo de los ‘adolfos’. Con el que abrió la grisácea función, el extremeño-balear lo sacó de su querencia en tablas pero ni por esas aconteció un milagro, porque era imposible.
Todavía peor suerte tuvo Escribano, porque se le enlotaron los dos que, encima, se adornaban, es un decir irónico, con un peligro latente de inicio y que fue desarrollándose a más. El andaluz banderilleó con espectacularidad y cierto ajuste a ambos, Baratero y Madroño -por cierto, único que cumplió a duras penas en el caballo grúa de Equigarce -cuadra a la que desde el sanedrín sabio de 7 le dieron un toque tras su pésima feria con una pancarta con este texto: ‘Pesaje de caballos público diario’.
Y, entregadísimo, jugándose la integridad física no se arredró con la sarga, ante las devanaderas con astas de los suyos, mayormente en el que cerró el festejo, que tras encelarse mínimamente en el penco parecía que iba a dar un juego -o 'desjuego', y perdonen el palabro- a la hora de la pañosa. Más no, porque su único interés era prender al coletudo, lo que aunque estuvo a punto de suceder no llegó a hacerse realidad.
FICHA
Toros de ADOLFO MARTÍN, mal presentados en general, con 5º y 6º chicos; nobles excepto los peligrosos 3º y 6º, mansos excepto 6º. Todos descastados y deslucidos. ANTONIO FERRERA: ovación tras aviso; silencio. FERNANDO ROBLEÑO: silencio; vuelta tras aviso. MANUEL ESCRIBANO: silencio tras aviso; ovación tras aviso. Plaza de Las Ventas, 7 de junio. Lleno de ‘no hay billetes’ (22.964 espectadores, según la empresa).