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Ana Vallés: "Prefiero el balbuceo a la sentencia"

  • “Teatro y vida, para mí, es lo mismo”
  • “Hoy, la provocación está más cerca del marketing que del arte”
  • “Creo que se ha magnificado mucho el interés por los procesos”

jueves 01 de octubre de 2020, 09:04h
Ana Vallés: 'Prefiero el balbuceo a la sentencia'
Más de tres décadas lleva ya la creadora gallega Ana Vallés al frente de Matarile Teatro. A lo largo de todos ellos la actriz, directora y dramaturga ha sumado al de la palabra otros lenguajes no verbales con el ánimo claro de comunicar su particular universo creativo y ello le ha valido el reconocimiento generalizado, tanto dentro como fuera de España.

Creadora y directora de más de 30 espectáculos difícilmente clasificables, incluso dentro de la llamada vanguardia, muchos de ellos permanecen en la memoria de los miles de espectadores que han podido disfrutarlos (entre otros, Historia Natural, The Queen is Dead, Animales Artificiales, Antes de la Metralla, o Circo de Pulgas…). Sus más recientes creaciones siguen agitando conciencias y despertando el interés de todo tipo de espectadores. Pudo comprobarse en la pasada edición del Festival de Otoño de Madrid en donde Vallés acudía con tres propuestas muy diferentes, aunque igualmente hipnotizantes: Los limones, la nieve y todo lo demás; Daimon y la jodida lógica, y Teatro invisible. Para la artista gallega, esta última representa “un acto de resistencia, una invitación a entrar”, mientras que Daimon es “un acto de guerrilla, visualizar una tormenta y meterte dentro”, y Los limones es “el consuelo de la belleza, la conciencia y el miedo”. En todo caso, todos ellos tienen un factor común: su vitalismo incondicional.

Daimon, el más expansivo de los últimos espectáculos producidos por Matarile, y ya con unas cuantas decenas de funciones más en su haber, vuelve al Teatro de La Abadía los próximos días 8, 9, 10 y 11 de octubre para refrendar el éxito obtenido ya en su primera visita a la capital.

Después de la experiencia del confinamiento general de la población española por la pandemia hemos querido acercarnos a Ana Vallés para conocer en qué medida ha afectado este hecho a su labor creativa y a su concepción de la vida y del teatro, que tanto monta, monta tanto.

Estos meses de confinamiento le han parecido una eternidad (“mucho más de lo que fue en realidad”) y Vallés ha orientado su atención a otras “no necesidades” (leer, pensar…), pero todo ello ha estado muy alejado de un proceso verdaderamente creativo. Hasta el punto –nos dice la artista gallega-, que “desconfío de esos pretendidos procesos febriles de creación durante el confinamiento, la verdad, porque me parecen raros. Desde luego, entre mis amigos creadores no ha habido ni uno que lo haya hecho. No existía la atmósfera adecuada para la creación. Incluso miro con recelo a productores o comisarios que hablan de que sus artistas no han parado de crear durante este tiempo… Yo, desde luego, no es que haya estado inactiva pero tampoco he aprovechado el tiempo para producir… Estos meses han truncado, incluso, la capacidad personal de proyectarse en el tiempo y eso condiciona mucho a la hora de crear”.

DaimonPero la vida ha regresado después… “Sí –nos dice-, y lo que más me alarma es que aún pueda permanecer el miedo entre nosotros. Desde luego el confinamiento va a dejar huella a medio y a largo plazo en toda la población, especialmente entre los pequeños. Otros países, como Suecia, por ejemplo, han decidido mantener escolarizados a los niños. En Polonia, y en plena II Guerra Mundial, se constituyó, incluso, una red clandestina entre profesores y padres para no dejarlos sin clase aún a riesgo de sus vidas. La enseñanza y las relaciones con otros niños son fundamentales para el desarrollo de sus cuerpos y de sus mentes”.

Teatro y vida na minha terra

Hablamos por teléfono e imaginamos a Ana convenientemente instalada en su casa, situada en medio del monte gallego, con un cuaderno abierto, cenicero, paquete de cigarrillos y vaso de agua a su alcance. Elementos necesarios para disponerse a afrontar con calma los temas y las preguntas que vamos a lanzarle y de los que no ha intentado conocer nada con anterioridad. Lo primero que queremos saber es si la dramaturga y directora habita en una torre de marfil o sus inquietudes y preocupaciones están manchadas por la dura realidad: “no, no comulgo con la idea romántica de colocar al artista en una torre de marfil, aunque eso no quiere decir para nada que no sea consciente de los privilegios que tengo –entre comillas- al poder dedicarme a esto. Me interesan, sobre todo, las relaciones humanas y para eso hay que tener los pies en la tierra y mezclarse con los demás, ser partícipe de sus alegrías y de sus preocupaciones”.

Preocupaciones que ahora se caracterizan, sobre todo, por la incertidumbre, una circunstancia con la que las gentes del teatro llevan siglos conviviendo y, por tanto, presuponemos que en su caso no les habrá provocado una tensión especial: “es cierto que hoy, de repente, la incertidumbre parece dominar nuestras vidas -nos responde-, que se ha roto la tendencia de creer que todo lo tenemos controlado. Hasta ahora la palabra seguridad ocupaba el primer puesto y, de pronto, todo esto se ha tambaleado. Pero, en realidad, la incertidumbre ha estado siempre con nosotros. Las certezas son pocas. Pero, como el hombre necesita gestionar el caos para poder vivir, para no perderse, sujetamos las incertidumbres con conceptos, con ideas, incluso con la lógica del lenguaje. En definitiva, pactamos una serie de reglas para poder convivir en sociedad, pero, en el fondo, seguimos sometidos a la incertidumbre y eso es lo verdaderamente apasionante de la vida. el mundo vivo, el mundo de las sensaciones, y el de la muerte, que siempre está ahí, acechándonos.”.

Una de esas pocas certidumbres que el hombre tiene es precisamente la de la muerte. Una realidad de la que, en general, se huye y sobre la que nos gustaría saber cómo la enfrenta la directora de Matarile: “Precisamente por eso, porque la muerte está siempre presente, es por lo que yo me empeño en hacer un teatro profundamente vitalista. Cuando estamos en un teatro, y vemos la brutalidad de unos cuerpos que se exponen directamente frente a nosotros, frente al abismo, ahí está la fugacidad de la belleza y en esa permanencia de todo también está siempre la vida latiendo y eso me provoca un placer inmenso…”.

“Mezclo teatro y vida porque, para mí, es lo mismo”, afirma tan suave como convincentemente Ana Vallés para completar esas otras pocas certezas que le acompañan. “Una de las cosas que me mueven es el contacto directo con los demás. Más que de comunicación me gusta hablar de conexión con el otro. ¿Para qué hacemos las cosas ¿Las hacemos siempre para los demás? El teatro nos permite mostrarnos sin máscaras, sin trucos, despojados en todo lo posible. Y no hablaré de verdad porque la verdad es algo escurridizo y cambiante, pero sí de veracidad para señalar otra de mis certezas. La veracidad es eso que aflora cuando se hace desde dentro. Para mí, en teatro se nota mucho cuando algo se hace desde el cuerpo propio, desde el intento incuestionable de querer conectar contigo. Yo busco eso sobre todo… Y luego estoy siempre peleándome con las formas. No quiero dar nunca juicios de valor ni sentenciar porque, precisamente por esa incerteza de conceptos o de ideas, de lo único que estoy convencida es que apenas sabemos nada de nada. Por eso no pretendo nunca dar algo cerrado sino, por el contrario, ofrecer la vulnerabilidad, la duda. Y por eso adoro la sorpresa, la fuerza de la espontaneidad y del entendimiento. ¡Cuando todo eso surge, para mí es un verdadero placer...!”.

En los últimos tiempos se habla constantemente del proceso de creación como una parte esencial de la propia obra de arte. ¿Hasta qué punto comulga con esta visión Ana Vallés? Solo hasta cierto punto porque -nos confiesa- “creo que se ha magnificado mucho el interés por los procesos. A mí me encantan, pero no para mostrarlos. El proceso es la vía para obtener un resultado, y eso es lo que una busca siempre. Si te invito a mi casa a comer, lo que busco es ofrecerte el mejor de los platos y que te agrade lo más posible… Me gusta tener controlado el resultado final del proceso dentro de esa estructura escénica. En el proceso hay cabida al error, al fallo, a los estados cambiantes de cada día, a la libertad de propuestas por parte de los intérpretes y me gusta que todo eso sea así porque eso implica un grado de riesgo, de tirarse a la piscina que se mantiene en cada representación”.

Mujer reflexiva, de hablar cadencioso y musical, Ana practica la duda sistemática como modo habitual de búsqueda del conocimiento: “siempre estoy dispuesta a poner en tela de juicio mis propias convicciones. Me cuestiono, me critico y hasta me río de lo que he pensado en algún momento. Y se trata tanto de cambiar de opinión como de ver las cosas desde otro punto de vista. Nos aferramos a las opiniones casi siempre por pura inseguridad, como una forma válida para poder moverse por el mundo, pero es bueno adoptar una actitud irónica hasta sobre esas pocas certezas que uno puede tener”. Es lo que podría llamarse galleguismo hasta la médula, responder a una pregunta con otra pregunta y así ad infinitum, una característica muy común entre las gentes del noroeste, que Vallés lleva a gala practicar cotidianamente cuando afirma que “no quiero tomarme demasiado en serio; me gusta el tono de duda; prefiero el balbuceo a la sentencia”.

Aun así, el arco del galleguismo es muy amplio. En él caben desde Valle-Inclán hasta Cunqueiro o Torrente Ballester y nos gustaría afinar un poco más para situar a la actriz, directora de escena y dramaturga gallega: “Estoy lejos de todos ellos… Los gallegos le damos muchas vueltas a todo y no me parece mal esa manera de ser que trasluce lo de responder a una pregunta con otra. Eso, por un lado, es una forma de no definirse, pero, al mismo tiempo, abre posibilidades para entablar un diálogo”.

No se ve a sí misma como una provocadora, aunque tiene muy claras las cosas que no soporta en el mundo del teatro. “Creo que esa es una idea romántica del artista –afirma convencida-. Para ser artista no hay por qué provocar a toda costa. Muchos de los artistas que admiro no creo que tuvieran la idea preconcebida de provocar. Hoy, de hecho, la provocación está más cerca del marketing que del arte”.

Más de tres décadas después de la fundación de Matarile Teatro, a Ana Vallés le sigue sorprendiendo su permanencia después de tantas y tantas vicisitudes como ha tenido que pasar la compañía. “Yo tiendo a dilatar todos los momentos. De esto mismo hablaba hace unos días con Celeste y Claudia Faci, con quienes estoy trabajando en un próximo espectáculo que ya he titulado El diablo en la playa. Tiendo a alargar las horas del día, prolongo hasta el extremo una actividad en la que estoy metida de lleno y eso propicia que, con frecuencia, llegue tarde a las cosas… Y, conectando con tu comentario sobre la longevidad de Matarile, lo que sí que te aseguro es que no fue nunca preconcebida. Cuando cerramos la compañía en 2010, desde luego, no había ninguna estrategia de reapertura. Aunque luego abrimos tres años después, entonces no sabíamos qué iba a pasar. Necesitábamos parar, marcar un cierto distanciamiento con las condiciones en las que estábamos trabajando… Y, de pronto, tres años después, y de manera no premeditada decidimos regresar. ¡Nunca pensé que pudiéramos llegar a cumplir tantos años! Pero con esto pasa como con la vida: nunca te paras a pensar si vas a llegar a los 60 y un buen día te ves ya allí”.

Con todo, a Vallés le parece que “damos demasiada importancia al cómputo. Yo no me proyecto hoy sobre qué será de mí dentro de cinco o de diez años. No tengo ni idea. Tampoco de lo que podría suceder dentro de unos meses. Quizás sea un poco inconsciente, pero es así… Por el contrario, conozco a jóvenes veinteañeros que están ya preocupados por su plan de pensiones y eso, a mí, es algo que me parece incomprensible”.

La veracidad en la palabra

Los montajes de Matarile parten generalmente de lo cotidiano, lo aparentemente superfluo para acabar creando una conciencia crítica en el espectador y, si es posible, hasta generarle cierta incomodidad: “Me gustaría –concreta Ana- involucrar al espectador en los temas que abordamos porque esa es, al final, la razón de ser del teatro. No me gusta hablar de participación –un concepto que, para mí, se ha entendido mal-. No persigo tanto que el espectador aplauda o que salga al escenario cuando yo quiera… Por eso huyo de la palabra participación, pero sí que me gustaría involucrarlo a reflexionar conmigo sobre algunos temas, o que se vea involucrado en ellos sin que, de momento, pueda discernir por qué ha llegado hasta allí”.

Y todo eso a través de la palabra, el lenguaje hablado, o a través de cualquier otro lenguaje (el corporal, el movimiento, el gestual, etc.), que pueda arrastrar al espectador al universo que se propone. “En la vida –apostilla Vallés-, pasa otro tanto. ¿Por qué, de repente nos fijamos en una persona en concreto cuando entra en un espacio determinado, o en su forma de andar, o en un gesto, ¿por qué se nos queda grabada en la mente una conversación que hemos escuchado al azar, en la calle o en una cafetería? Para mí, todo eso es lo vital. Y, también por eso, me parece que la reducción de los montajes a la palabra, a lo que ha sucedido en forma de palabras, es menguar lo acontecido, la sorpresa, el estímulo… A mí, por ejemplo, me resulta muy complicado explicar de qué trata Daimon y la jodida lógica”.

Pero no se puede renunciar al peso que tiene la palabra hablada en el hecho teatral –le apostillo a Vallés-, y la dramaturga apoya la afirmación, “pero la palabra con todo lo que supone, que no es solo la letra sino también el tono, la intención, el lugar desde dónde sale esa palabra –desde qué cuerpo-, y cómo se sitúe ese cuerpo para hablarme, cómo me mira, o cómo me grita la palabra. Para mí un actor es mentiroso si no me dice la palabra con verdad. Y buscar la veracidad en la palabra es muy difícil. De hecho, a mí, cómo se dice la palabra me aleja muchas veces de una propuesta teatral porque me llega de una forma mentirosa y entonces no sé muy bien si lo que se pretende es engañarme, darme una consigna, o qué…”.

“Y debo decir que esto mismo me sucede también, a veces, con el movimiento porque hay bailarines atados a una técnica que no deja salir la verdadera expresión de su cuerpo”. Cuando un actor o un bailarín consigue hacer olvidar su identidad al espectador porque este ve en él únicamente al personaje, es cuando sucede el milagro del teatro: “¡cuando pasa eso es una maravilla. ¡Para mí es lo más grande!”.

Como espectadora, Ana huye también de las obras que le explican de antemano lo que va a ver. “Prefiero situarme ante algo que está abierto a la posibilidad y a la sorpresa, como me suele suceder ante la obra de un fotógrafo, ante una pieza musical o ante tantas otras manifestaciones artísticas. Reivindico también eso para el teatro. No me gusta acudir a ver una obra que esté ya contenida en un programa de mano explicativo”. El espectador es lo suficientemente inteligente y sensible como para no necesitar intermediarios”.

Quizás por eso mismo a Ana Vallés le interesan, sobre todo, las opiniones de aquellas personas que acuden a sus espectáculos sin juicios previos, sin prejuicios, las de aquellos espectadores que van a un espectáculo sin saber muy bien qué es lo que van a ver. O cuando en uno de sus montajes se ven públicos no habituales. “Me pasa mucho cuando vengo a Madrid. Veo caras que me resultan conocidas, espectadores habituales de teatro que, en cierto modo, tienen ya un prejuicio sobre lo que van a ver, en el sentido de que ya traen algo en la cabeza… Me gusta mucho más qué sensaciones, qué sentimientos, qué emociones provoca el espectáculo en ese otro espectador que no tiene ni idea, o en el que acude con espíritu abierto a lo que pueda ver…”.

Aunque Vallés ha dirigido montajes, el público la conoce fundamentalmente como actriz y bailarina, pero parece que Daimon puede marcar un antes y un después, y la artista gallega ahora quizás oriente más su atención a la dirección de escena: “Parece que me has leído el pensamiento –nos responde con cierta sorpresa no exenta de ironía-, porque en estos momentos estoy planteándome en serio el hecho de no volver a la escena, así es que puede ser, ¡puede ser…!”. Claro que esa es una sensación puntual, del aquí y el ahora, pero dentro de un tiempo la Vallés puede volver a actuar porque ella siempre sigue los latidos de su corazón, las urgencias que le marca su alma libre y sin prejuicios.

Genio y figura que volverá a compartir, con su público y en su tierra, el próximo 18 de octubre en el FITO (Festival Internacional de Ourense) en donde estrenará El diablo en la playa, en dónde “con Celeste y Claudia, C y C, llegaron las tentaciones”.

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