Al día siguiente se lidió una de las corridas de abono marcadas en el calendario, por buena, aunque salió bien mala. Descastadísima e impresentable (a excepción del quinto) corrida de Dolores Aguirre a la que se apuntaron Fernando Robleño, Damián Castaño y Juan de Castilla. Recordó Robleño a su tarde estelar con “Navarro” de Valdellán en su primero, pues intentó encelar e ir consintiendo al bastote astado, para poder extraer su jugo en las tandas finales. No sacó más que algún muletazo estimable del manso de la Doña hasta que el toro dijo “¡Basta!”. Con el prenda que le tocó en segundo lugar no quiso ser juez ni parte. El profesor estimó que no tenía un muletazo y lo pasaportó rápidamente. Habrá que creerle porque algo sabrá Robleño de estos marrajos. Al que hay que creer siempre es a Damián Castaño, pues encuentra toro en todos lados.laro Cestá que lo busca.
Lo intentó sin mucho éxito con el segundo de la tarde, un toro blandito y descastado que no le regaló nada y con el que únicamente obtuvo alguna que otra fotografía entrañable por lo estético que buscó estar en contra del toreo que a todos llena. Mejor estuvo con el quinto, con el que consiguió extraer algún muletazo mandón que fue destacable en una faena poco ortodoxa llena de altibajos y enganchones. Juan de Castilla vuelve a presentar credenciales como torero de toros no tan deseables. Su firmeza ante los parones del tercero tuvo un desafortunado premio: un cornalón en sus partes que bien pudo quitarle las buenas maneras con las que acudió a Madrid, pero sucedió todo lo contrario: se colocó un pantalón para tapar lo más íntimo y volvió como si aquello no fuese con él. A base de tragar, extrajo muletazos sinceros que bien llegaron al público del coso venteño, que lo premió con una sincera vuelta al ruedo. El sexto no mereció un torero como Juan de Castilla. Un manso pregonado que huía a cada muletazo y que terminó acunado en tablas. Nada pudo hacer con aquella materia prima el de Medellín.
El 28 de mayo no fue el día “D” a la hora “H”. Fue más bien el día “d” a la hora “h”. Y es que vimos a Morante como a Morante le ven fuera de Madrid. Aunque, no fue la faena histórica que estamos seguros de que algún día vamos a ver, el de la Puebla templó de salida al bonachón de Garcigrande con la misma templanza que opera un cirujano. ¡Qué despaciosidad! Todo en la misma baldosa, pues perder pasos lo pierden los cobardes. No fueron las más ajustadas verónicas, cierto es, pero si el verbo torear es sinónimo de someter a un animal indómito, el verbo se convirtió en un hecho.
La faena fue un repertorio de lo que Morante atesora: el todo. Desde barrocas trincherillas hasta una serie de naturales tan sentidos como eternos. Qué decir con la mano derecha, también estuvo excelso; esa serie que finalizó con el cambio de manos aún retumba en nuestra memoria. Mató de una estocada algo trasera que encontró poca muerte y, tras tres golpes de verduguillo, perdió el premio que su actuación atesoraba.
Estuvo bien Ignacio Sanjuán, que aguantó una más sonada que visual petición de premio. A su segundo lo pasaportó rápidamente. A estas alturas de la película Morante no está para torear el despropósito de toro que le tocó en suerte. Hay que mencionar que también se vistieron de luces Alejandro Talavante y Tomás Rufo. Pero claro, viendo al Maestro de la Puebla en el primer toro, lo demás quedó desdibujado. Cierto es que Talavante tuvo un lote muy descastado y con poco lucimiento. Pero Rufo tenía mucho más toro, especialmente el corrido en tercer lugar, con el que no estuvo ni aceptable. La misma faena vulgar de siempre toreando por las periferias de la capital que nadie cantó. Hoy no era día para ello.
El jueves tuvo lugar una desigual corrida de toros de El Torero que reunió al pasado, presente y futuro. Pasado es Diego Urdiales, que no levanta cabeza en Las Ventas y ya se está haciendo bola. Con el altuzón primero poco pudo hacer. Un toro desaborido que ni medio embistió y con el que Diego no tuvo opción. Algo más toro encontró en el cuarto que, al menos, iba de verdad, pero que soltaba la cara incómodamente al salir del muletazo. No supo dar con la tecla Diego, ni a derechas ni a izquierdas, ni en largo ni en corto. Presente es Andrés Roca Rey, bastión de la fiesta en las taquillas, y cola de león el lo que a torear se refiere. Fue silenciado en su primer toro en una faena de poco valor por la falta de colocación que el respetable le espetó. Iba por los mismos lares la faena a su segundo, pero una serie por la derecha muy profunda y honda avivó las ascuas.
El público entró en marabunta a la faena. Varias series más por la derecha, no tan rotundas como la primera, agitaron al efervescente público. Luego llegaron unos circulares al moribundo astado, con muchos tirones que deslucieron las intenciones del peruano. Ejecutó bien la suerte suprema matando de una estocada algo desprendida que le valió la oreja. Y futuro es Rafa Serna. Mimbres de buen torero no hemos hallado, pero voluntad toda la del mundo. Lo exigible a un confirmante. Quedó inédito con su primero, un toro que medio iba y con el que poco pudo hacer. Con el lidiado en último lugar, supo tragar exponiendo su geografía corpórea. El astado nunca fue embebido en la muleta y generó emoción por las cercanías existentes. El toro no encontró sometimiento alguno, como prueba el pitonazo que se llevó el torero en su rostro, si bien la exposición sí que trascendió al público, que le obsequió con una maternal oreja.
En el día de los “isidros”, el viernes, Plaza 1 nos premió con una encerrona de novillos cuidadosamente seleccionada del Freixo y Fuente Ymbro, los cuales parecieron haber derrotado mucho en el camión de transporte. Las reses fueron lidiadas por Marco Pérez, que se presentaba y despedía de Madrid como novillero con picadores. El despropósito que le prepararon las cloacas de lo taurino puso de manifiesto la falta de recursos técnicos que posee un adolescente de 17 años. Especialmente con la capa, con la que no quiso mostrar oficio en una encerrona. Curioso. Recordamos únicamente unas gaoneras y alguna que otra verónica, todas sin lucimiento. En el tercio fundamental para algunos, el último, destacaremos por encima del resto lo acontecido en los novillos tercero y quinto. Que tampoco fue mucho. Con el mencionado tercero, lo puso de lejos y el animal acudió en varias ocasiones a recibir el derechazo con el público empezando a calentarse. Cómo nos gusta ver correr, ¿no? Historiador, que así se llamaba el de Gallardo, desarrolló inteligencia, empezando a comprender que aquel muchacho le estaba tomando el pelo. Con un desarme entendió que había que buscar lo que estaba detrás de la tela roja y Marco no supo cómo volverle a engañar.
Lo siguió intentando, pero a cada momento, más brusco se volvía el de Fuente Ymbro, por lo que lo tuvo que pasaportar sin obtener premio alguno. Con el quinto, también de Fuente Ymbro, mostró de primeras lo que aprende la juventud de hoy en día: los males de los mayores. Unos pases cambiados por la espalda que recordaron al que no debe ser nombrado. Seguidamente, unos pases por bajos de bello oficio que finalizaron con una ortodoxa trincherilla y uno de pecho. Cuando intenta torear de verdad, lo hace de mentira. Entre la muleta y el novillo entraba un caballo de Equigarce recién comido. Boquiflojo se le va subiendo a las barbas y se le observa cogido en todo momento. Para su desgracia así fue, en una aparatosa voltereta en la que lo lanzó por los aires. Vuelve a la batalla para recibir por naturales periféricos otro volteretón, también sin aparentes consecuencias. No fueron los aficionados, unos más maternalistas y otros más paternalistas, tampoco fue la empresa que puso todo de su parte. Fue el toro quién puso a Marco Pérez en su sitio. Que no es otro que fuera de Madrid, o en el mismo Madrid, pero peleándose con sus compañeros y toreando toda la riqueza genética de los encastes del toro de lidia. Las encerronas y los días históricos llegarán, claro que llegarán, pero a su debido momento.