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Todas las fiestas tienen octava

'Lágrimas de cocodrilo': Un año ya

'Lágrimas de cocodrilo': Un año ya

viernes 15 de noviembre de 2013, 16:14h
En realidad, el año que decía la semana pasada, se cumple ésta. El 16 de noviembre se colgó la primera "Lágrimas de cocodrilo" en este espacio acogedor y virtual. Y por aquí han pasado, desde mi libertad, casi doscientos libros y casi siempre para bien. Creo yo.

Yo creo que, así como los escritores tienen que tener una historia qué contar, los críticos y los periodistas también. No es que ninguno tenga que ir a piñón fijo: esa "historia qué contar" es algo que está en el fondo, detrás de los "productos" que resultan ser escritos, que terminan por adquirir esa carne de palabras que, con menor o mayor fortuna, sale al papel o a la pantalla, al escaparate de la librería o, más tarde, a... a iberlibro.com, por así decir, y a los tenderetes de las ferias de segundo mercado. Es una vida larga la de los libros, aunque duren tan poco en esas mesas de novedades en las que se han convertido las librerías y hasta las columnas y suplementos literarios. Que, al final, somos un poco como anunciantes.

Por ese lado, tiene razón Félix de Azúa en su Autobiografía de papel, recién aparecida en Mondadori: producen (producimos) productos. Mercancías. Pues mira, si. Pero no sólo. ¿No hay en cada escritor, en cada poeta, ese temblor de la creación que es insustituible, al margen de la calidad de lo que consigue? 

Reconozco que en la historia qué contar que no acabo de desentrañar -se va contando en capítulos, por pasos; en los artículos, en los ensayos, en las novelas- hay en mi caso un respeto infinito por los creadores, aunque también haya, en los ojos de la lectora ávida y omnívora que soy, un gusto especializado que tiene que ver con..... uf, con tantas cosas. Con tantas lecturas. Con lo que yo he ido entendiendo como calidad. Y una preferencia intelectual por lo que Azúa llama escritura artística. Y si: una contradicción, que es la que me hace preferir hablar a favor de lo que me gusta o me interesa, sin perdonar la vida a nadie. Otros críticos se hacen la carrera a base de las demoliciones. Yo prefiero extender lo que prefiero.

Es una concepción del papel de la cultura -y del propio papel, en ella- que es el punto en que disiento de Félix de Azúa. De su lado.... orteguiano. Claro que estoy con la inmensa minoría, y que puedo estar de acuerdo hasta con su feroz lectura de Juan Ramón Jiménez -que, a su vez, era también un lector feroz. Pero ¿no es posible, sin rebajar planteamientos, trabajar por conseguir la ampliación, el acceso de cada vez más gente, a ese gusto minoritario, elitista, exquisito? ¿A lo que tiene de sutiles movimientos del alma, léase la inteligencia y la sensibilidad, el conocimiento, que de verdad ocurren en esas obras de apariencia experimental y formalista?

Contradicciones, ya digo. Por ejemplo, yo no creo que Juan García Hortelano fuera un escritor realista, en el sentido en que tampoco lo es -y qué bien lo ve Azúa- Rafael Sánchez Ferlosio. Tampoco creo que fuera sólo una buena persona, aunque lo era, y muy buena. Y, a quién no fascina el brillo de la inteligencia malvada? Entre narradores orales, y los dos lo eran, geniales, prefiero la gracia de Hortelano a la crueldad de Benet. Pero bueno, yo soy una chica. Y Félix de Azúa, que es un escritor brillante, participa en esa actitud de desprecio y ninguneo demoledor, que a veces creo fruto de la mala memoria.

Otro narrador oral genial, y malvado, el pintor -y escritor e infatigable lector de gusto exquisito- Eduardo Arroyo, inauguró ayer una exposición que ilustra, de algún modo, lo que digo. En la galería de Álvaro Alcázar se veía una antológica de obra sobre papel desde los años ochenta, y allí, en esas paredes, estaba la historia, coherente y rotunda, que ha ido contando Arroyo a lo largo de toda su pintura. Esos personajes recurrentes, esas referencias literarias, filosóficas, poéticas, o históricas -había una rapada de Langreo, por ejemplo, pero también estaban Sigmund Freud y Blanco White, Panamá Al Brown, -el boxeador sobre el que Arroyo ha publicado un texto- o Simenon, o personajes como el Quijote, Caperucita, Fantomas o Micky Mouse. Y había claramente esa preferencia de Arroyo por los perdedores, que es algo que rezuman sus cuadros, y que viene a contar que, si todas las historias, todas las vidas, terminan mal, algunas acaban peor que otras. O al menos, hay muchas que tienen que atravesar desiertos, y de ese palo, bendito el que no tenga una escoba.

Yo no creo que la cultura sea justa, ni en las famas ni en las valoraciones. Tampoco creo que su democratización sea un mal. Si creo que disfruto con ella, y no me molesta nada, pero nada, que otros muchos lo hagan. Estoy pensando que, justo por ahí, va la historia que yo cuento. La que llevo justo un año contando en estas páginas, y el resto de mi vida por esos mundos de dios.

 

  - Ediciones anteriores de 'Lágrimas de cocodrilo'

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