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El extraño caso de las 'flores' de San Luis del Monte

El extraño caso de las 'flores' de San Luis del Monte

Vea 'El Rincón del Peregrino'

jueves 22 de mayo de 2014, 18:10h
A veces, en los libros más sesudos podemos encontrar auténticas "perlas". Lo que, desde luego, ya es menos corriente, es encontrarse con un episodio realmente divertido en algo tan serio como las "Cartas Eruditas" del buen Fray Benito Jerónimo Feijóo, que nos relata un episodio que no dudo en titular, un poco al modo de novelas de Perry Mason, como "El extraño caso de las flores de San Juan del Monte".

Ha habido escritores, como Morayta, que pusieron a bajar de un burro al buen monje benedictino, porque - según ellos- fue quien "sentó el principio de la descatolización de España". ¡Ahí queda eso! Si esos excelentísimos señores entienden por "catolización "el amoroso cuidado de los milagritos y a las supersticiones (sobre todo, cuando dejan dinero a espuertas en las arcas eclesiales), entonces sí. Pero si "catolizar" (al margen de las opiniones de algunos monseñores que están en el ánimo de todos) es dejar las cosas clara, entonces el señor Morayta y sus congéneres mejor hubiesen hecho dedicándose a escribir novelas del Oeste, que dan más dinero.

El caso es que en tiempos del Padre Feijóo se daban en Asturias -al igual que en el resto de la pobre España de aquellos tiempos- milagritos a montones. Pero en Asturias se daba uno muy concreto que se repetía todos los años desde finales de la Edad Media, por lo menos. Se trataba del "Milagro de las Flores de San Juan del Monte".

El tal milagro gozaba de tremenda fama por toda la región asturiana (especialmente la occidental), e incluso fuera de ella, por tierras limítrofes de León y Galicia. Consistía en la aparición de unas misteriosas florecillas en la ermita dedicada a San Luis, obispo de Tolosa, en la sierra de Cangas de Narcea, justamente el día de su fiesta, que tenía lugar el 20 de Agosto. Y así un año, y otro, y otro...

La tal ermita formaba parte, ya desde tiempos medievales, del Camino Jacobeo del occidente de Asturias, que desde Tineo y el monasterio de Obona se dirigía hacia Compostela por Fonsagrada.

El devoto pueblo de Tineo y Cangas de Narcea (llamada entonces Cangas de Tineo).

- ¿y quién no era devoto, con la Santa Inquisición metiendo las narizotas en todo?-estaba muy encariñado con su milagro particular, lo que era muy natural. Todo iba a

pedir de boca hasta un buen día en que el monje benedictino recibió en el monasterio de San Vicente de Oviedo, donde vivió la mayor parte de su vida, de un buen amigo suyo: el caballero Don Diego de la Gándara Velarde, la petición de un informe sobre tal "milagro", que a él le había sido solicitado por un caballero extremeño llamado don Juan Pérez Román.

Así comenzó una de las más enojosas polémicas en las que anduvo metido el Padre Feijóo, y la que mayores contrariedades le proporcionaría, pero en la que el benedictino, como buen gallego, acabaría llevándose el gato al agua.

La verdad es que, ya antes de recibir esa petición, el monje andaba muy escamado sobre este tema concreto, e incluso había pedido un informe sobre él al párroco de Santa María de Cibuyo, en cuya cercanía se encontraba la ermita de San Luis Obispo. El párroco, aunque no había ido a ella, tenía la casi total seguridad de que allí no había tal milagro ni cosa parecida, puesto que el mismo había encontrado "flores" de aquellas por otros lugares del término parroquial durante el verano. Entonces fue cuando Feijóo puso en marcha su "maquinona" de investigar.

Por encargo suyo, los hermanos Velarde subieron a la ermita y vieron en sus paredes, antes y después de la misa del 20 de Agosto, las "flores" de marras, de las que recogieron tres para el benedictino. Pero ampliaron las pesquisas por otros lugares, y las encontraron en varios de ellos. Por ejemplo, en la mismísima casa de don Pedro Velarde, en Cangas de Tineo. También comprobaron que las tan repetidas "flores" no eran tan abundantes como la gente decía, y que aparecían preferentemente en los rincones más oscuros.

Y estalló la bomba, claro.

Según comunicaron los hermanos Velarde a Feijóo, las flores se movían dentro de las cajas donde las habían colocado. Observadas más de cerca, pudieron observar que cada una de ellas estaba dividida en seis celdillas, parecidas a hojas, dentro de cada una de las cuales había un gusanito que se movía. ¿Qué porras era aquello?

Con la carta, los Velarde remitieron al sabio benedictino unas cuantas de aquellas extrañas "flores" por medio de don Pedro de Peón, y Feijóo las examinó a conciencia. Y no sólo a simple vista, ya que el monje poseía el único microscopio que existía entonces en Asturias, y que a veces compartía con el doctor Gaspar Casal. ¡El milagrito se fue a hacer gárgaras, como era de esperar!

Feijóo explicó pormenorizadamente que lo que se tenía por "flores" no era tal, sino unos racimos de pequeñísimos huevecillos, unidos y sostenidos por un pedículo común, y que dentro de aquellos huevos se engendraban los pequeños insectos o gusanitos que había visto moverse. La explicación que daba a la aparición de los

racimos en las paredes de la ermita justamente en el día de la fiesta de San Luis era porque el calor que producía el gentío apelotonado allí dentro hacía crecer y fecundar los huevecillos.

El revuelo que se organizó fue de espanto, y la clerigalla asturiana se alborotó como un gallinero a la vista del raposo...El provincial de los franciscanos, que ostentaba el monopolio del "milagro", pidió informes al convento de San Francisco de Tineo, mientras que Fray Felipe de la Carrera, guardián de la orden seráfica, hizo lo propio al obispo de Oviedo, don Juan Avello y Castrillón, que sin duda para evitarse jaleos, designó como jueces a quienes eran parte del asunto: el guardián del convento de franciscanos de Cangas, y el cura párroco de Rengos, lo que no dejó de sorprender al padre Feijóo, ya que ambos eran los que se beneficiaban con las limosnas que producía el "milagro", y difícilmente iban a obrar con ecuanimidad. De modo que se nombraron notarios, se reunieron testigos, y como era de esperar el resultado fue favorable al milagro... ¡Pues no faltaba más!

La prueba del milagro era que, tras haber barrido cuidadosamente la ermita el día 19 de agosto, el 20 se encontró una "flor" en el hábito de Fray Bernardo Calo, muchas más en la cabeza del padre guardián - seguro que no se lavaba hacía años-, y algunas otras en las paredes y en algunos de los asistentes. Así que el obispo Avello dio por bueno el milagro, con gran alborozo de los franciscanos de Tineo y cangas.

Fastidiado, pero no convencido, Feijóo se calló y decidió olvidarse del asunto: pero unos papeles anónimos metiéndose con él le convencieron de que allí había gato encerrado. Así, tras los inevitables tiras y aflojas con el obispo, consiguió de este el permiso para leer el informe, que estaba plagado de contradicciones y puntos nada claros. Para comenzar, se había barrido el suelo de la ermita, sí; pero los franciscanos se habían cuidado mucho de que nadie tocase los maderos del techo, que eran donde aparecían las "flores"; además, aquel año la misa se había celebrado fuera de la ermita, en un altar portátil; por otra parte, los hilillos de los que pendían las "flores" se adherían de tal modo a cualquier cosa, que no se soltaban, literalmente, ni a escobazos...

Feijóo decidió pasar al ataque. Buscó testigos imparciales, que juraron que esas "flores" eran abundantísimas en todo el concejo de Cangas "en iglesias, ermitas, casas, hórreos, bodegas y lagares". Examinó nuevas "flores" que le llevaron sus amigos, y pudo demostrar que eran idénticas a las de la ermita de marras. Finalmente, mostró en su celda las famosas "flores" al provisor, quien aseguró al obispo que aquello, de floricultura tenía tanto como de epistemología, o así...

A partir del 16 de agosto de 1744, tres días antes de la fiesta, y hasta tres días después, se hizo una investigación a fondo en la ermita, ante testigos autorizados e imparciales, y quedó palpablemente demostrado- con el consiguiente cabreo de los franciscanos de Cangas, que veían en globo una bonita fuente de ingresos-, que allí no había milagro ni cosa por el estilo.

También el obispo de Oviedo, don Juan Avello, hubo de dar una angustiosa marcha atrás y reconocer su metedura de pata. Como consecuencia, hubo de revocar y anular la aprobación del "milagro" que había concedido a los franciscanos el año anterior. El berrinche episcopal debió ser de tal calibre que aceleró su ida al más allá, de una especie de apoplejía, o algo así. Pero, que conste en acta, se murió antes de firmar los papeles que revocaban el "milagrito"... ¡Para cabezota, él!

De todos modos, a aquellas alturas el "milagro" de las "flores" de San Luis del Monte ya estaba tan desacreditado como cualquier político actual. O sea, la tira.

Y Fray Benito Jerónimo Feijóo, como buen gallego trasplantado en Oviedo, se salió finalmente con la suya.

 

CARLOS MARÁ DE LUIS

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