'Otelo' o la manipulación al servicio de los celos... en el Bellas Artes

"Otelo" se publicó en 1622, y, desde entonces, han sido docenas y docenas las versiones que se han llevado a la escena, al cine y a la ópera. La base 
de la trama es esta: Otelo, general moro al servicio de Venecia, consigue enamorar a Desdémona, una noble veneciana, con quien llega a casarse, en contra de la voluntad de su padre. Yago, alférez al servicio de Otelo, se siente despechado porque ha nombrado su lugarteniente a Casio y no a él. Yago trama entonces su venganza. Ante un ataque de los turcos, Otelo es enviado a Chipre y viaja con su mujer. Allí, Yago consigue que Casio se emborrache y pierda la confianza de Otelo, que nombra al taimado alférez su lugarteniente.
 
Si los puristas levantan su voz para subrayar que la versión de Yolanda Pallín, no se ha ajustado fielmente al original, suponemos que es una cuestión que no preocupa mucho a Eduardo Vasco que -sobre todo- ha puesto el énfasis en subrayar la capacidad de manipulación del alférez Yago (genialmente encarnado por Arturo Querejeta), que es la premisa necesaria para que crezcan y se desarrollen de forma incontenible los celos de Otelo, general moro (Daniel Albaladejo, en duelo actoral imponente con su deshonesto alférez). Ambos comparten escena con siete personajes más, encabezados por Desdémona (Cristina Adua) y Casio (Fernando Sendino), junto al resto de los personajes a quienes dan vida Héctor Carballo, Lorena López, Francisco Rojas, José Ramón Iglesias y Ángel Galán.

Acierta el director del montaje al fijarse, sobre todo, en que brille lo esencial, la palabra shakespeariana, su belleza por sí misma (siempre poética y hermosa, a veces también acerada, punzante, precisa, equívoca, irónica, cruel o despiadada), a cuyo servicio están tanto el sugerente vestuario de Lorenzo Caprile, como la minimalista escenografía de Carolina González (un telón, dos bancos y un piano que suena en directo gracias a la composición e interpretación de Angel Galán) o la perfecta iluminación de Miguel Ángel Camacho. 

Además de la manipulación y los celos, están también presentes en el drama shakespeariano la xenofobia ante un extranjero que ha osado enamorar a Desdémona, la violencia contra la mujer y un feminismo sabio, que hace ya cuatro siglos permite al espectador asistir al parlamento entre Desdémona y su criada, Emilia, poco antes del desenlace del drama, en donde suenan palabras como estas: "... que aprendan a tratarnos o, si no, que sepan que todo nuestro mal es el mal que nos enseñan".

"Otelo" es, pues, mucho más la manipulación, la perfidia, la deslealtad y la traición de Yago, que los celos surgidos en el general moro como consecuencia del plan perfectamente pergeñado por Yago, su desleal alférez, que desencadenan la muerte de Desdémona a manos de su propio 
marido.


Y, al margen de la posible polémica que pueda surgir por la libertad más o menos desmedida en la versión de Eduardo Vasco, lo cierto es que estamos 
ante una verdadera lección de teatro que raramente suele verse en los veranos madrileños, y que ningún espectador amante del arte debiera 
perderse.