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El “cola de mono” y otras estampas de Navidad

Una tarjeta de Navidad que circula en estas horas nos recuerda que cuando éramos niños creíamos en Santa Claus o el Viejo Pascuero, como lo llamamos en Chile. Cuando crecimos dejamos de creer. Y cuando fuimos mayores comprendimos que el viejo existe, porque somos nosotros el mismísimo Santa Claus. También comprendimos que la Navidad nuestra no es tan nuestra. Es, más bien, hija de otras culturas y tradiciones:

La figura de Santa Claus, Papá Noel o el Viejo Pascuero se remonta al siglo IV, en Turquía, cuando San Nicolás se convirtió en el pastor religioso del pueblo de Myra. Era frecuente ver al obispo con su traje rojo y blanco, sobre el lomo de un burro, repartiendo regalos a los niños. La leyenda transformó a San Nicolás en ese anciano de barba blanca que cada Nochebuena sale desde el Polo Norte para regalar juguetes a todos los niños del mundo. Pero su fama definitiva quedó consagrada en 1931, en plena recesión económica mundial, cuando la Coca Cola incluyó su imagen en un anuncio publicitario.

Los regalos: En España y otros países no es Santa Claus quien reparte los juguetes, sino los Reyes Magos. Es una forma de recordar que Baltazar, Gaspar y Melchor llegaron hasta el pesebre de Belén cargados de regalos para el recién nacido Hijo de Dios. Antiguamente los niños dejaban sus zapatos en las ventanas o a los pies de sus camas, para descubrir los juguetes junto a ellos a la mañana siguiente, el 25 de diciembre. Hoy los regalos se depositan al pié del Árbol de Navidad en la noche del 24. Y ya no son sólo los niños los afortunados, también los adultos esperan algún presente en la Nochebuena.

El Árbol de Navidad: Cuenta la leyenda que en el año 772, San Bonifacio vio en Alemania a unos hombres que pretendían derribar un roble para sacrificar a un niño, en un rito pagano. El monje los convenció de liberar al niño y desde el tronco del roble brotó por milagro un abeto con sus ramas apuntando hacia el cielo. El primer árbol navideño de que se tiene memoria en Chile hizo su estreno en sociedad en 1907, hace exactamente cien años, con motivo de una fiesta de beneficencia en los jardines del Congreso Nacional, según relatan crónicas de la época.

El pesebre: Es otra tradición europea, que nació en la Nochebuena de 1223, cuando San Francisco de Asís instaló un pesebre fabricado con paja dentro de una cueva. Junto a la imagen del niño, el santo hizo traer animales vivos, para recrear el nacimiento del Hijo de Dios. El pesebre fue adoptado oficialmente por la Orden de los franciscanos y se extendió a todo el mundo católico.

La Cena de Nochebuena: En otros tiempos existía el ayuno durante la vigilia pascual. Pero después de la Misa del Gallo, a la medianoche, las familias se reunían en torno a una cena frugal. Con los años esa cena ya no fue tan frugal y el horario también se adelantó.

El Pan de Pascua: En la Cena navideña, por cierto, no puede faltar el Pan de Pascua, que en Chile se conoce desde mediados del siglo XIX sobre la base de una receta traída de Italia. Era una masa porosa, con un sabor cítrico. Ese primer bizcocho fue reemplazado años más tarde por el actual Pan de Pascua de origen eslavo, compuesto de miel de abeja, frutas confitadas, pasas y nueces, entre otros condimentos.

El Cola de Mono: Y así llegamos al popular “Cola de Mono”, ese brebaje preparado con leche, aguardiente, azúcar y café, que tampoco puede faltar en la cena. Es quizás la única tradición navideña auténticamente chilena. ¿Y por qué cola de mono? Por culpa del presidente Pedro Montt (1906–1910).

Existen dos versiones:

Una de ellas se basa en la elección de 1901, en la que el candidato Montt fue derrotado por el presidente Germán Riesco. Los seguidores del vencedor se juntaron a celebrar en una fábrica de helados de la calle San Pablo. Tan contentos estaban que a los helados de café agregaron una porción de aguardiente, para brindar por la “cola… de Montt”. La bebida adquirió rápida fama y se extendió a toda la sociedad, especialmente durante las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Pero la cultura popular y el paso de los años cambiaron su nombre y la convirtieron en “Cola de Mono”.

La otra versión cuenta que cuando Montt ya era presidente, unos amigos lo invitaron cierta noche a la casa de doña Filomena Cortés viuda de Bascuñán, que era famosa por atender muy bien a sus invitados y tenía cuatro hijas “sumamente” solteras. Las niñas tocaban el arpa y la guitarra y se acompañaban con sus melodiosas voces.

Cuando llegó la madrugada, el presidente consideró que debía retirarse y pidió su revólver Colt, que había dejado en custodia. Pero nadie recordaba dónde había quedado el arma y le pidieron que no se fuera El presidente accedió y en ese momento apareció un recipiente lleno de café con leche, para reponer energías.

-¿No habrá un poco de aguardiente? –preguntó con timidez el ilustre invitado.

-Si, Excelencia, por supuesto –respondió la anfitriona.

La mezcla, a la que se le agregó una dosis de azúcar, resultó grata. Y alguien dijo que este descubrimiento se debía al “Colt de Montt”. De ahí en adelante el brebaje se popularizó y se convirtió en “Cola de Mono”.

Cuando los turistas europeos lo descubren en los bares y restaurantes, durante estas festividades, su sorpresa es mayúscula. Es que su ingestión produce tal cantidad de calorías, que en vez del verano austral el “Cola de Mono” podría ser exportado a los países de Europa sumidos en el invierno, para devolverles la mano por esos aportes culturales que nos legaron, como Santa Claus en su trineo y el árbol cubierto de nieve.

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Enrique Fernández
Periodista
Profesor Universitario

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