La mayoritaria marabunta que siempre responde al indubitable tirón taquillero de Roca Rey salió feliz de la otrora plaza exigente que fue la Monumental venteña. Porque su ídolo Roca Rey, tras el petardo de la semana anterior, ahora había cortado una oreja, tras fuerte petición, a su segundo burel. Poco importó que fuera con la antítesis de lo que debe ser el toreo, porque el peruano ofreció cantidades industriales de todo lo contrario: cogiendo la muleta por un extremo casi siempre, ventajista, con la suerte descargada, sin ligazón y, además, plena de vulgaridad, sin un ápice de calidad. Otra echó en su esportón el toricantano Rafa Serna en el último en una labor conjunta de clasicismo, entrega y valor con buenos momentos artísticos. ¿Urdiales?: bien, gracias. O sea, mal: escaso de ilusión y de ese otrora coletudo adalid del clasicismo. La terna lidió un encierro noble hasta la saciedad, justo de trapío, fuerza y ayuno de casta de El Torero.
El rey del destoreo ya había apuntado cuáles iban a ser sus armas para no irse de la Feria sin una mísera oreja: las mismas con las que triunfa por todas esas plazas de Dios -léase del diablo-, que ya mostró en su primero. Con pases aéreos citando al nobilísimo animal ora en la M-30 ora en la plaza de Manuel Becerra, con la pierna contraria escondida -no vaya a ser que…-y rematando ora en la M-30 ora en Manuel Becerra. Sumando alrededor de ‘tropecientos mil’ mil pases y ninguno bueno, que tiene mérito, ¿o no?
El cada vez más minoritario sector exigente del coso le acusó de semejantes crímenes a la tauromaquia eterna, provocando así, la reacción de los ‘rocareystas’ -qué mal suena- quienes le jalearon tanta mentira y flamearon pañuelos en escaso número. Pero casi sin enfadarse cuando el palco se mantuvo serio y no tragó, e incluso ni aplaudieron a su ídolo ni le obligaron a saludar ¿...?
Por esa senda iba el rey del destoreo en el quinto, a pesar de que al inicio de faena se clavó de hinojos para varios pases cambiados -o lo que fuera aquello- y en vista de que ni los suyos le jaleaban, se acercó algo a la ortodoxia en posteriores tandas de mayor ajuste y quietud por ambos pitones. Duró poco, ya que volvió a tirar del populismo de los circulares por la espalda, uno de 360º grados, consiguiendo que restallaran de nuevo las palmas. Enterró la espada, desprendida, con decisión y ya los pañuelos eran suficientes para que el palco, ahora sí, le otorgara la oreja para felicidad suya y de sus ‘rocareystas’.
Otra oreja, por supuesto de mayor peso, aunque excesiva, fue para un Rafa Serna, que había confirmado con ciertos detalles en el que abrió función, y salió a revientacalderas en su segundo. Lo esperó de rodillas en el tercio, lo persiguió y le enjaretó un ramillete de verónicas magníficas rematadas, de nuevo de hinojos, con una espectacular larga de mano baja. Tras gallear por chicuelinas, mostró su buen corte clásico poniéndose en el sitio de verdad y luciendo por redondos y naturales.
El animal se vio vencido y pronto empezó a defenderse y tirar gañafones, uno de los cuales casi le arranca la cabeza al sevillano. No se arredró éste, y se volcó con el estoque -que quedó muy desprendido-, como cierre de su labor, cortando una oreja, excesiva, sí, pero que comparada su labor con la del rey del destoreo, era para que le dieran el toro entero. ¡Ah! y Urdiales repitiendo lo de su anterior tarde, como ya está escrito líneas arriba: triste, aburrido y espeso con un lote de similar catadura obediente al de sus compañeros.
FICHA
Toros de EL TORERO, justos de presentación, con 2º y 3º chicos; mansos, descastados, nobles y flojos. DIEGO URDIALES: silencio tras aviso; silencio. ROCA REY: silencio; oreja. RAFA SERNA, que confirmaba alternativa: silencio; oreja. Plaza de Las Ventas, 29 de mayo, 17ª de feria. Lleno de ‘no hay billetes’ (22.964 espectadores, según la empresa).