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Crítica de la obra de teatro 'Comedia sin título': se levanta el telón
(Foto: Luz Soria)

Crítica de la obra de teatro 'Comedia sin título': se levanta el telón

sábado 04 de diciembre de 2021, 10:23h

De nuevo Federico García Lorca con nosotros, esta vez en el Teatro María Guerrero, con su inacabada ‘Comedia sin título’, en versión y dramaturgia de José Manuel Mora y Marta Pazos que también dirige la propuesta. Una comedia que su autor jamás pudo ver sobre un escenario, no sólo porque no pudo terminarla sino porque su vida se truncó aquel 18 de agosto de 1936, asesinado en un pueblo de Granada, la misma tierra que le vio nacer.

Hasta 1985 no pudo estrenarse aquella ‘Comedia sin título’, y cuatro años más tarde (1989), un nuevo montaje del libreto se exhibió en este mismo Teatro María Guerrero bajo la dirección de Lluís Pascual, con Marisa Paredes e Imanol Arias como protagonistas. Ahora, más de 30 años después, se vuelve a representar en este mismo teatro, bajo la dirección de Marta Pazos y con 14 intérpretes sobre el escenario -Georgina Amorós, Marc Domingo, Alejandro Jato, Cristina Martínez, María Martínez, Clara Mingueza, Koldo Olabarri, Mabel Olea, Carlos Piera, María Pizarro, Chelís Quinzá, Luna Sánchez, Paula Santos y Camila Viyuela-, todos ellos menores de treinta años y provenientes de diferentes ramas de las artes escénicas. Si entonces pudimos vivir en primera persona esa verdadera revolución lorquiana del teatro dentro del teatro, hoy la propuesta de Pazos habría que enmarcarla con mucha más propiedad como versión 5.0 de la imaginada por el poeta granadino.

Sólo el primer acto del montaje de Marta Pazos tiene a la palabra como protagonista («No voy a levantar el telón para alegrar al público con un juego de palabras…»), esa palabra que Lorca quería devolver al pueblo rompiendo la cuarta pared del teatro. La vida real, la de las plazas y los pueblos, tiene que volver al escenario, y terminar de una vez con la autocomplacencia de autores y público que parecen aceptar de muy mal grado cualquier propuesta que huela a vanguardia, a ruptura de los convencionalismos con los que el teatro llevaba ya acarreando durante muchos siglos. Como el mismo poeta había dicho en una entrevista publicada dos meses antes de su muerte, “el artista debe llorar y reír con su pueblo. Hay que dejar el ramo de azucenas y meterse en el fango hasta la cintura para ayudar a los que buscan las azucenas…”.

El segundo y el tercero -mucho más inscritos en lo que ahora llamamos performance-, son ya otra cosa porque la música, la danza y la plástica en escena, más que sustituir a la palabra la desplazan. Es verdad que, envueltas en un llamativo, sugerente y brillante color naranja, que es el que domina sobre el escenario que ha ideado Max Glaenzel, con la música electrónica compuesta por Hugo Torres, la deslumbrante iluminación de Nuno Meira y el vestuario que Rosa Tharrats ha diseñado partiendo del propio del teatro isabelino para deconstruirlo, a propuesta de la directora del espectáculo.

En ese segundo acto la danza de los cuerpos, unas veces desnudos, otras semidesnudos, en medio de puertas y trampillas abiertas y cerradas, golpes en las paredes y en los cuerpos, tiros y explosiones que una voz - ¿de la regidora? -, anuncia quizás para evitar los posibles infartos entre el público. Y, en medio, algunas escenas de marcado carácter poético, como esa en la que Cristina Martínez se sienta ante el piano con una gran careta de Federico, mientras que Paula Santos se mantiene sobre el instrumento, tocada con un sombrero negro de enorme ala.

El tercio final de la representación es todo un concierto de sincronía técnica y poética a la vez porque los telones, la tramoya y las diversas hileras de luces colgadas sobre el escenario se mueven matemáticamente para componer una especie de ballet al son de músicas semanasanteras y con la voz en alto de las comunicaciones internas de todo el equipo técnico que va preanunciando el cómo y el cuándo de los movimientos necesarios para que todo ese complejísimo entramado suba o baje cuando debe.

Con todo, no sé si fue mi estado personal a la hora de acudir a ver el montaje (como los artistas, el espectador tampoco está siempre en el mejor de sus momentos…), o no supe conectar como debía a la propuesta de Marta Pazos.

Me quedo, sin duda, con El sueño de la vida, de Alberto Conejero, que se atrevió a completar esta ‘Comedia sin título’ desde el amor, el respeto, la admiración y hasta la idolatría por Lorca, frente a esta imaginativa, ubérrima, confusa, preciosista e híbrida propuesta futurista de la directora de escena de moda, Marta Pazos, capaz de materializar lo mejor de una obra en escena, como en Siglo mío, bestia mía, pero también de destruir el encanto y la poesía de otras, como aquel montaje de El Sueño de una noche de verano que también pudimos ver hace unos años en el CDN.

‘Comedia sin título’

Texto: Federico García Lorca

Versión y dramaturgia: José Manuel Mora y Marta Pazos

Dirección: Marta Pazos

Reparto: Georgina Amorós, Marc Domingo, Alejandro Jato, Cristina Martínez, María Martínez, Clara Mingueza, Koldo Olabarri, Mabel Olea, Carlos Piera, María Pizarro, Chelís Quinzá, Luna Sánchez, Paula Santos y Camila Viyuela

Escenografía: Max Glaenzel

Iluminación: Nuno Meira

Vestuario: Rosa Tharrats

Coreografía y dirección de movimiento: Guillermo Weickert

Música original: Hugo Torres

Colaboración artística: Montse Triola

Documentalista: Paloma Lugilde

Ayudante de dirección: Laura Ortega

Ayudante de escenografía: Pablo Chaves Maza

Ayudante de iluminación: Leyre Escalera

Ayudante de vestuario: Mónica Teijeiro

Fotografía: Laura Ortega / Luz Soria

Tráiler: Bárbara Sánchez-Palomero

Diseño de cartel: Equipo SOPA

Producción: Centro Dramático Nacional

Teatro María Guerrero, Madrid

Hasta el 26 de diciembre de 2021

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