Viajar muy lejos

No he sido propietario de ningún caballo, pero he logrado ser partícipe de una gran multitud de ellos. Tiene fácil explicación. En las carreras, cada participante puede ser tuyo durante unos minutos. Además, el tiempo que dura la carrera se alarga unos segundos para satisfacción de todos aquellos que, por uno u otros motivos, hemos deseado que el '4' pasara primero por el poste de meta. La sonrisa, la alegría, los aplausos, el reconocimiento pueril de saber antes que nadie lo que iba a pasar te gratifica. Viajas hacia la dimensión por la cual casi todos estamos en la Tribuna. Un lugar donde la noción del tiempo desaparece. Te sientes en una nube y todo lo que te ocurre parece genial. Luego piensas, viene otra carrera, todo se desvanece con la pura ilógica de lo que agrada y es fugaz.

Me confesaba no hace mucho un propietario que cuando entra por la puerta de un Hipódromo la gente cambia. Y lo hacen a veces sin ganar. Imaginaros el día que ganan en lo que son capaces de transformarse. Y, ¿por qué no? Pasan antes de la carrera muchas sensaciones. Desde la adrenalina y la felicidad hasta la ansiedad y la duda. Pero pronto llegan esos intensos minutos en los que te crees capaz de adivinar el momento final por el que otros trabajan. La esperanza está sólo en la victoria y no es la del caballo. Es la tuya propia, la de tu ego. No lo compartes. No lo ocultes, no lo disimules. Déjate llevar. Disfruta con tu caballo. Manda narices creernos el epicentro, pero en esa carrera lo vamos a ser. Pasaremos primeros por meta. Seremos receptores de las felicitaciones, de los halagos, de las palmadas en la espalda. En minutos seremos el todo. La nada que se reparta desde el segundo puesto. La fugacidad del éxito nos llegó. Ganamos una carrera de la que sólo nosotros nos acordaremos mañana. Y qué más da. El viaje habrá acabado con la puta llegada del lunes. Fuiste muy lejos, pero regresaste pronto. Mereció la pena. ¿Tanto como para repetir el próximo domingo?