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Entrevista a Carla Nyman, una escritora instalada en la duda: "Ética y literatura no tienen por qué caminar unidas"

viernes 26 de enero de 2024, 10:56h
Carla Nyman
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Carla Nyman
A pesar de su casi insultante juventud, 27 años, Carla Nyman (Palma de Mallorca, 1996), graduada en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla, cuenta ya con un consistente currículum como poeta, dramaturga y narradora. Ha trabajado como traductora y docente, además de guionista y actriz en Street Ho Productos; dramaturga becada en la Fundación Antonio Gala de Córdoba (2018); finalista del Premio Adonáis de Poesía (2019).

Galardonada con el XXI Premio Gloria Fuertes de Poesía Joven por su poemario Elegías para un avión común (2020); accésit del Premio Romero Esteo 2020 de dramaturgia, y Premio Almagro Off 2022 por Yo sólo vine a ver el jardín, inspirada en una obra del siglo XVII de la dramaturga sevillana Feliciana Enríquez de Guzmán. Y, por si esto fuera poco, acaba de publicar su primera novela, Tener la carne, un texto que parte de una chica que mata a su novio por cortarse las uñas y por infiel, y cuyo cadáver pasea con su madre de terraza en terraza por la playa almeriense de La Garrucha.

Un intenso currículum que no sé si deja a Carla la posibilidad de pensarse, de mirarse a sí misma ¿Cómo te ves desde fuera?: “Pregunta difícil porque es muy complicado despegarse de una misma, poder dislocarse un rato para observarse desde fuera…”. Deja pasar unos segundos para continuar afirmando que “sí puedo decir que, desde fuera, se me percibe como una persona inquieta, aunque yo tengo la sensación de que, más que estar de un lado a otro, siempre estoy en el mismo sitio. Porque tengo inquietudes que siempre giran en torno a un mismo tema. En el caso de la novela, el cuerpo, la escatología, un tema que también puede encontrarse en mi poemario y, en cierta manera, también en mi obra dramática. Es verdad que, aunque trabaje en diferentes géneros literarios, el hilo troncal sigue siendo el mismo”.

El deseo de escribir surgió en Carla desde muy niña, aunque hasta mucho más tarde no llegó a considerar en serio que esta pasión podría llegar a constituir su oficio, su modo de vivir y de estar en la vida. No nos alejamos mucho de la verdad si afirmamos que la cosa comenzó en la joven balear como una especie de divertimento, de ocio, como un juego más: “Ya de muy niña tenía una inmensa inquietud por escribir, por leer. En el salón de mi abuela, mi hermana y yo retirábamos los muebles y nos poníamos a dramatizar los anuncios que veíamos en la tele. Cosas tremendamente ingenuas e inocentes pero que delataban que ya entonces nos había picado la curiosidad por este juego raro. Y, poco a poco, vas viendo que todo eso puede llegar a consolidarse como un verdadero oficio… El día en que verdaderamente tomé conciencia de que esto es un trabajo fue cuando me ofrecieron la beca de la Fundación Antonio Gala, y ya en 2018 entro en ella”.

Fue la más joven de su promoción en la Fundación a la que da nombre el escritor (poeta, dramaturgo y novelista, como Carla), manchego de origen y cordobés de corazón. Allí Carla ya tenía muy clara su opción porque siempre había mantenido esa seriedad hacia la creatividad, hacia el mundo artístico, aunque no llegaba a intuir siquiera que eso acabaría llegando a constituirse en oficio. Allí, en la Fundación fue donde encontró finalmente esa conexión y supo que quería hacer de la escritura su forma de vida, su quehacer cotidiano, su trabajo.

Aunque cursó el bachillerato por la rama Biosanitaria, más tarde hizo Filología Hispánica en la Universidad de Sevilla. Allí formó parte de un grupo de teatro surgido en torno al Aula de Cultura de la facultad.

Desnaturalizar el cuerpo

Carla NymanEn secundaria y bachiller sus compañeros pensaban que “yo era un perro verde” porque siempre tuve una inclinación natural por la literatura. Intentaba mezclar las fórmulas químicas y los problemas de física con las mil y una lecturas apabullantes que siempre me esperaban porque era la única vía que tenía a mi alcance para sobrevivir a ese entorno. En cierto momento pensé hacer Psicología o Psiquiatría, incluso Filosofía. Pero, en relación a las dos primeras, me aterraba entrar de nuevo en contacto con todos los conceptos biologicistas (las células, las mitocondrias y todo eso…). Al final, aunque por otra vía bien distinta, paradójicamente ha acabado por seducirme todo lo que tiene que ver con el cuerpo y la anatomía, como puede verse en todos mis libros”.

¿Cómo definirías tu escritura?, ¿qué tienen en común tu poesía, tu dramaturgia y tu narrativa?, planteamos ahora a la joven artista, y sin dudarlo ni un instante nos confiesa que “en todos hay siempre un proceso de descubrimiento, una necesidad de iluminar zonas que tal vez han quedado más dudosas o que todavía no sé cómo nombrarlas. En ese sentido creo que siempre tengo una necesidad de nombrar lugares que damos por sentado… Y eso es lo que a mí me resulta todavía más extraño. Por ejemplo, el cuerpo humano, que siempre lo llevamos con nosotros mismos, que vamos arrastrándolo, que estamos relacionándonos permanentemente con él, con nuestros órganos, con nuestra saliva, y aún así lo asumimos, lo damos por hecho. Me interesa desnaturalizarlo, extrañarlo, para saber exactamente con qué me acuesto y me levanto todos los días… Tengo una relación periódica con el retrete, y lo tengo súper asumido”.

En este franco diálogo en el que se ha convertido la entrevista, ponemos en una nueva tesitura a Carla. Te sientes una especie de diosa, de demiurga —le decimos—, que, sólo nombrando las cosas eres capaz de poseerlas. Algo así como relata la Biblia que hizo Dios al principio: hágase la luz, y la luz se hizo… “Creo que el oficio del escritor/a tiene más bien que ver con ese niño que tiene la inquietud, que está aprendiendo a hablar, a nombrar el mundo y todo le resulta sorpresivo. Como está aprendiendo a nombrar todo, y no se conforma en hacerlo de cualquier manera, busca formas mucho más agudas, minuciosas y más curiosas de poder señalar el mundo que le rodea, y así poder llegar a convencerse de a poco”.

Palabras y experiencia, niñez y juventud

Pedimos, a renglón seguido, a Nyman que nos aclare una cosa: El cuerpo, el deseo, las relaciones con el otro son, pues, las obsesiones, o más bien el campo de experimentación de la joven que buscaba el sentido de las palabras cuando sólo era una niña, ¿no? “Las dos cosas —nos responde—. Son obsesiones que generan un interrogante en mí y, paralelamente, son ese campo de experimentación. Después salgo de ahí con más interrogantes aún, pero a mí me gratifica mucho más no salir con una respuesta, sino insatisfecha. Las respuestas hacen todo demasiado cerrado y bobalicón, y eso ya no tiene gracia. Para mí, tanto el teatro como la poesía o la narrativa son campos lúdicos y de experimentación”.

Y ahora, por aquello de ir de las musas al teatro, de la teoría a la práctica, queremos ver si a Nyman, como puede que suceda con Angélica Liddell, le parece que el escándalo es el camino más corto hacia la notoriedad, y, en cierto modo, hacia el éxito. Esta vez, tomándose algo más de tiempo antes de dar la respuesta, finalmente la artista nos dice que cree que “hay una relación sadomasoquista entre Angélica y el público. Hay algo de enganche o de dependencia a lo genuino con ella. Veo que los espectadores acuden mucho a sus funciones, luego salen rabiosos, proclamando que no van a volver nunca más, pero al final regresan de nuevo. Angélica abre un boquete a través del cual logra llegar a espacios de mucha oscuridad que al público le espanta al tiempo que le provoca una fascinación y una curiosidad magnéticas”. Y, contestando a la segunda parte de nuestra duda, nos asegura también que “tal vez eso sea lo que de escandaloso se percibe desde fuera, pero no creo que ella busque deliberadamente ese escándalo en ningún sentido. Angélica, en todo caso, siempre me ha llevado a posicionarme, a entender la escritura y la creación como un espacio riguroso y lúcido, pero sin parámetros a la vez. Una paradoja adictiva. En cierto modo, sí, me ha servido mucho como guía y como referente”.

Claraboyas, balizas

“Creo que lo escatológico está vinculado a lo espiritual”, defiende con absoluto convencimiento Carla. “Volver la mirada sobre tus propios fluidos, tu propio páncreas. Tus miserias, que es lo abyecto, es como descubrir el misterioso secreto que guardamos dentro, como creo que decía Marta Segarra…”. Y Nyman vuelve a citar a Segarra para afirmar que “en Teoría de los cuerpos agujereados dice que hay una frase hecha que solemos utilizar frecuentemente, ‘los ojos son el reflejo del alma’, y ella dice que, efectivamente, tiene sentido porque detrás de los ojos tenemos toda una cantidad de secreciones. De hecho, el ojo en sí mismo es también una secreción. Entonces, el hecho de mirar al otro a los ojos se convierte también en un mirar al misterioso secreto que alberga dentro de su cuerpo…”. Pero, desde ese punto de vista —le contraargumentamos—, cualquier otro órgano del cuerpo humano, la piel, por ejemplo, tiene idéntica función, ¿no? “Sí, pero el ojo es el orificio a través del cual tú te cuelas, cara a cara, en lo más profundo del otro”, vuelve a insistir.

Volvemos a lo concreto, a los nombres y apellidos de algunos de sus referentes literarios y, de nuevo Carla Nyman vuelve a los místicos y a sus obsesiones personales: “a mí me resultan muy escatológicos y hasta muy gamberros. Juan de la Cruz me interesó mucho en su momento, cuando lo estudié en Filología. En otro extremo, El Marqués de Sade lo leí mucho en mi estancia en la Fundación Antonio Gala… En todo caso, tengo muchos y muy distintos referentes. Siempre van variando, no son demasiado fijos, pero, en todo caso, ellos me han servido de claraboyas, de balizas, para mapear cuál es mi universo imaginativo y artístico”. Ahora mismo te diría que es Ariana Harwicz, una escritora que me ayudó mucho a no delimitar la literatura en unas variables determinadas sino a decir, de pronto, que esto se puede hibridar, aquí no hay categorías de moralidad, por ejemplo, porque al final la literatura es un espacio en el que se permite una controversia subterránea, el entrar a lugares a los que con tu imagen pública no se te ocurriría entrar...”.

¿Tienes alguna certeza?, le soltamos así, de sopetón, a la joven dramaturga y ella nos confiesa que “Ahora mismo no. Confío en que el sol hace lo de todos los días, etc. Confío en esta fidelidad maldita a la escritura. Quizás creo en la duda, en ese espacio de transformación constante”.

Buen momento para volver a trasladarnos a aquel curso 18/19 en el que Carla pasó por la Fundación Antonio Gala, un tiempo más absorbente para despejar dudas y reafirmar inquietudes: “Sí, estás prácticamente secuestrada por la escritura. Tiene unas exigencias, sobre todo de horarios, que lo que buscan es que encuentres tu verdadero refugio en la literatura, poder dedicar todas tus energías y tu atención a escribir, y no tener ningún tipo de distracción exterior…”. Es lo mismo que se persigue en un convento de clausura, le apuntamos, y Carla, práctica, sobre todo, nos contesta que a pesar de sus poco más de veinte años, lo que buscaba era escribir y escribir, todos los días, como un deporte, y allí encontró la fórmula perfecta para poder hacerlo. Pero añade también que “hoy en día no podría aguantar en esas mismas condiciones. Necesito aire libre y, además, no creo que haya que estar encerrado todo el día para poder escribir. Por el contrario, hay que salir, pasear, estar experimentando cosas, hablar con la gente…. Hay que tratar de conocer hasta el fondo la condición humana. Somos seres gregarios, no ermitaños…”.

Carla da clases de escritura dramática y, a ese respecto, somos ahora nosotros quienes le planteamos la duda sobre si esta es una fórmula más efectiva que la de siempre, es decir, leer y ver teatro, a lo que ella nos responde que “se puede compaginar la creación, la docencia y la lectura. Yo, durante un tiempo, me dediqué exclusivamente a la docencia y descubrí que es un trabajo que exige muchísima energía. Es muy vocacional porque dar clase no es sólo impartir una asignatura, enseñar y aprender. No es sólo esa relación recíproca entre profesora y alumnos, sino que hay también un ejercicio de pedagogía, un constante entender el otro lado, estar en comunicación permanente con el alumno… Entonces trabajaba en Secundaria y eso exige una predisposición a entender el otro lado generacional muy fuerte… Acabé dejándolo porque llegaba exasperada a casa y no tenía ni un minuto para leer ni para escribir. Es un oficio que hay que dejar para quienes tienen verdaderamente una vocación a prueba de bombas, una capacidad de sacrificio enorme”.

Sensaciones perturbadoras, simbólicas

Carla NymanNos interesamos vivamente por conocer qué buscaba la joven dramaturga con esa adaptación libre y, en cierto modo, algo macarra de la obra de Feliciana Enríquez de Guzmán, Yo solo vine a ver el jardín: “Desde luego, Lluna Issa Casterà, la actriz protagonista, llena de inocencia, de sugestión, de deseo, de carnalidad y de libertad a su personaje, que muestra sin inhibiciones sus más íntimas pulsiones sexuales (“Me acuesto con vosotros, pero siempre espero a alguien más”). De mi texto se ha dicho que está lleno de irreverencia y de macarradas y cosas por el estilo, pero yo veía que el público salía de las representaciones verdaderamente contento, eufórico, como de una rave y, hasta cierto punto, también con una energía transformadora… Y respecto a qué buscaba, tal vez explorar el deseo femenino (es algo que decimos mucho Lluna y yo), y entender cómo opera el deseo masculino sobre el femenino. Lo hicimos a través de Feliciana Enríquez de Guzmán que, de alguna manera, ya sentaba en su obra esas preguntas, esos interrogantes, y ya en el siglo XVII”.

¿Tu teatro tiene más de poético o de naturalista?, preguntamos a renglón seguido a Nyman: “El teatro tiene muchas coincidencias con la poesía. No es una imitación de la realidad (de ser así no me interesaría acudir al teatro), sino ese tipo de manifestación artística que tratan de generar sensaciones perturbadoras, simbólicas, que sirvan para dislocarme un rato y estructuralmente”.

Pero Nyman ha tenido una experiencia interesante y poco común en directoras de escena de su edad, el paso por el teatro comercial con La profesora (Teatro Bellas Artes de Madrid). ¿Fue un reto, una necesidad, una curiosidad a la que no quisiste resistirte o qué diablos fue?, le preguntamos: “En ese momento yo estaba muy indecisa, atravesaba un momento vital un poco extraño, y me llegó esta propuesta a través de Yo sólo vine a ver el jardín porque Eduardo Galán (dramaturgo y productor de La profesora) acudió a una de las funciones, le gustó mucho y acabó por proponerme la dirección del montaje. Me pareció una propuesta retadora e interesante la de poder trabajar en espacios a los que yo no estaba acostumbrada y que, además, yo no asociaba con nada porque no suelo ser espectadora de teatro comercial. Pero, en fin, lo acogí con tanta curiosidad como halago al ver que alguien podía interesarse por mi trabajo en el teatro alternativo, y tener la posibilidad de poder volcar mi experiencia y pasarla al teatro comercial”. Le anotamos entonces si ese hecho no pudo haber defraudado, en cierto modo, a sus seguidores, y ella nos asegura que, a pesar de haber sido advertida por su entorno, cree que la gente ya tiene sus propias preocupaciones como para atender a lo que hace o no hace Carla Nyman.

Nuestra conversación ya va tocando a su fin, y no quisiera dejarlo sin que la joven literata me comentase la enorme huella que la lectura de La Fundación, de Buero Vallejo dejó en su alma. ¿Qué te une y qué te diferencia de él?: “Es verdad que, durante mucho tiempo, Buero Vallejo me pareció un autor imprescindible de la dramaturgia española contemporánea. Sobre todo, en bachillerato, incluso cuando estaba estudiando Filología. Y eso que podríamos relacionarlo fácilmente con el realismo por obras como Historia de una escalera, etc. Pero yo creo que Buero tiene unas capacidades, unas cotas poéticas impresionantes. De repente puede generar espacios alegóricos extrañísimos, que ayudan a poder adentrarse en zonas inexploradas del ser humano, que generan otro tipo de preguntas… De él me interesaba, sobre todo, su carga poética y su carga simbólica. Y eso me ayudó mucho a poder encontrar mi propio lenguaje… Lo ético, sin embargo, no me interesó mucho. Siempre he creído que ética y literatura no tienen por qué caminar unidas. En literatura no veo categorías morales. De hecho, cuando percibo algo de moralina en teatro, o alguna especie de alegato buenista, no lo desprecio, pero sí que me aleja, me expulsa del montaje o de la lectura. La manifestación artística no tiene por qué ser panfletaria, sí política, que es diferente”.

Cuestionario común (Carla)

—¿Qué puede hacerte desmoronar en un momento dado?

La falta de amor. Para mí lo fundamental en los vínculos, en el trabajo, en la sociedad y en las amistades es el amor y la honestidad. Si me faltara eso, si me tropezase con algún tipo de engaño en ese terreno me desmoronaría, sin duda.

—¿El artista debe ser metódico, ordenado, o visceral e intuitivo?

Creo que ambas cosas. Tiene que hacer mucho caso a su víscera, pero, a la vez, es un trabajo que conlleva mucho tiempo y eso exige paralelamente un cierto orden. Ambos aspectos son una especie de matrimonio. Hay que estar trabajando los dos aspectos durante muchos días, muchos meses, muchos años… para que el fruto obtenido sea verdaderamente sólido y bien estructurado.

—¿Te molesta mucho que los espectadores se olviden de apagar el móvil o se pongan a consultar las redes en plena función?

Creo que estamos en un momento en el que la capacidad de atención se ha reducido una barbaridad. Vivimos en un tiempo en el que la inquietud nos azota constantemente y eso me impide culpar a esas personas que no son capaces de dejar de mirar el móvil durante una o dos horas. Es ya casi un acto mecánico, reflejo. El móvil se ha convertido ya en una extensión de nuestro cuerpo, en un apéndice de nosotros mismos. Pero vamos, que, aunque estaría bien que educasen esos impulsos, no les culpo.

—¿Se puede ser progresista y de derechas y conservador y de izquierdas?

Las parcelas entre izquierda y derecha no quedan tan claras. Permanecen borrosas. Y, además, se pueden coger aspectos de un lado y reformularlos en el otro… En la vida más íntima y personal creo que todos estamos permanentemente en ese trasvase de uno a otro lado.

—¿Tiene la mujer presencia suficiente en todos los ámbitos de la sociedad o no?

No, no tiene la misma presencia. En todo caso, no es suficiente. Debemos insistir más y no sólo nosotras, sino toda la sociedad.

—¿Qué pregunta te haces a ti misma con frecuencia y aún no has encontrado la respuesta?

Últimamente me ronda mucho en la cabeza la pregunta de qué hago yo aquí. Y el ‘aquí’ pueden ser muchas cosas. Por ejemplo, en relación con lo que hago. Siempre surge la duda de cuáles han sido las circunstancias que me han llevado hasta aquí, y cuáles serán las circunstancias que me van a ayudar a seguir estando aquí. Y si todas estas características son definitorias como para edificar mi identidad.

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