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Los misterios del huevo...
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(Foto: Pixabay)

Los misterios del huevo...

miércoles 13 de abril de 2022, 09:45h

Hoy me apetece hablarle del huevo…no por capricho, sino por pertinencia, porque estamos en Semana Santa y en bastantes países de mayoría cristiana los huevos son el símbolo antonomástico de la Pascua de Resurrección. Tanto es así, que en épocas pretéritas, al Domingo de Resurrección también se lo llamó en algunos países de Europa, Pascua del Huevo, porque se festejaba comiendo huevos duros y obsequiando huevos coloreados, previamente bendecidos por un sacerdote. ¿Adivina por qué?

Le va a parecer que le tomo el pelo, pero la realidad es que el huevo evoca a Cristo vencedor de la muerte…el huevo es en el imaginario cristiano un sepulcro -un sepulcro vacío- en el que se ha obrado el misterio de la resurrección y el paso a la vida eterna (por cierto, a Jesús se le ha representado abundantemente como un pelícano, ave que alimenta a sus polluelos con la sangre de su pecho). Por otro lado, la palabra pascua proviene del latín páscae y del griego clásico πάσχα (pasja), adaptaciones del hebreo פסח (pésaj): paso, salto. La fecha de celebración de la Semana Santa se ajusta anualmente en función de la pascua judía (que se rige por un calendario mixto solar-lunar), y en ella se celebra el paso de la esclavitud a la libertad, o lo que es lo mismo, la salida de Egipto hacia la Tierra Prometida. De ahí, que un huevo cocido -como símbolo de renovación- forme parte del ritual gastronómico de la cena de pésaj.

Ahora voy a decirle -sin anestesia- una perogrullada monumental, una frase pontifical de cuñado (o de cuñada) y es la siguiente: “la Semana Santa dura siete días” (claro, siendo semana no puede durar más, ni tampoco menos, ¿verdad?). Los Padres de la Iglesia opinaron que la resurrección de Cristo alumbra un “día nuevo”, al que llamaron octavo día y que completa la creación del mundo, pues la resurrección de Jesús trae consigo la resurrección de los justos. El ocho es un número que nos lleva más allá del mundo sensible y material hacia lo intangible y espiritual. Arquitectónicamente, es también un número sugestivo porque el octógono acerca el cuadrado (símbolo de lo terreno ) al círculo (símbolo de lo celestial). Los octógonos abundan en el techo de los templos religiosos. ¿No me cree? Acuérdese de este detalle cuando haga turismo.

Retornando al huevo y sus enjundiosos misterios (re)generativos, permítame señalarle que se trata de un símbolo universal, que además, se explica a sí mismo. ¿Qué es un huevo? Un huevo es un origen, un germen de vida, un nexo (o paso) entre lo increado y la creación (no solo la criatura). El huevo simboliza la sede, el lugar y el sujeto de todas las transmutaciones. El humilde huevo es bastante más que un proyecto de pollito, de tortuguita o de pez. El huevo es omnicomprensivo (todo lo contiene) y por eso integra numerosas cosmogonías o mitos del origen del mundo. Al huevo lo comparten celtas, egipcios, griegos, fenicios, cananeos, hindúes, vietnamitas, chinos, dogones, bámbaras, poblaciones siberianas, indonesias…

Conforme a una antiquísima obra china, Pan-Kou -el antepasado de los 10.000 seres del universo- nació de un huevo. En la Bahvricha Upanishad (un texto sánscrito), fue Durgâ, la que puso el huevo del mundo y de ella nacieron todos los seres -animales y plantas- que estaban en él, incluido el propio dios Brahma: “Al principio del universo la diosa estaba sola/ella puso el huevo del mundo”. Otra leyenda original asegura que Brahma nació de un huevo, pero su ponedora fue en esta ocasión la oca Hamsa. Y en la Grecia primitiva el mundo nació de un huevo alumbrado por la diosa Eurinomé, metamorfoseada en paloma. El huevo está presente en tantas cosmogonías como salsas, así que para no causarle empacho, iré poniendo fin a este artículo ovular. Demasiada salsa arruina el sabor de las comidas y yo deseo que usted se chupe los dedos.

Los huevos son como Jesucristo: alfa y omega. No se enfade, no es blasfemia; los huevos representan el todo y se lo demuestro con gusto en pocos renglones: los babilonios celebraban el año nuevo con huevos y los egipcios, que creían en el renacimiento -prometido por Osiris- hacían pronunciar al muerto declaraciones del tipo “yo soy el huevo que estaba en el vientre de la oca vocinglera, según consta “jeroglificado”en algunos sarcófagos. Que el huevo sea parte de los rituales de año nuevo y de los funerarios significa que en lo profundo de nuestra psique colectiva representa tanto el principio de la vida naciente como el de la post mortem o venidera.

El huevo, cualquiera que sea su tamaño (en algunas catedrales se guardan de avestruz) tiene, como ya habrá intuido, mucha tela, o sea, cáscara que quebrar. Su materia es, en palabras de Jean Guitton, la arcilla del misterio, y en las de Mircea Eliade, el uno primordial. Por eso, cuando emborrice sus torrijas en huevo, acuérdese de decir: “en el principio era el huevo…”. El resultado será el mismo, pero les habrá añadido “originalidad”.

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