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'Los amores diversos', la memoria y los libros

'Los amores diversos', la memoria y los libros

miércoles 13 de abril de 2016, 10:08h
'Los amores diversos', la memoria y los libros
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“No somos reales, no somos libres, no estamos aquí”. Esta es la trilogía básica sobre la que gravita la existencia hiperliteraturizada de un padre que vive dedicado a la escritura -su reino, claro, no es de este mundo…- y, para que no haya dudas de su militancia, decide llamar a sus hijas con nombre ad hoc. La mayor, Ariadna, como la hija del rey Minos de Creta y Pasifae, hija de Helios, el dios del Sol. Aquella cuyo padre tenía en un laberinto al minotauro, a quien había que alimentar con gente ateniense cada nueve años. Y la segunda, Beatriz, la guía hacia el paraíso de Dante Alighieri, una de las mujeres más amadas e idealizadas de la literatura.

Con el padre ya muerto, de cuerpo presente en el tanatorio, Ariadna va un momento a casa con la excusa de intentar encontrar el texto apropiado para redactar la elegía de su padre en el funeral del día siguiente. Ese es solo el comienzo de una vuelta al pasado de Ariadna, que ha tenido una tortuosa relación con un padre que ha condicionado la vida de sus hijas, de su mujer, y que ha sabido utilizar el dinero del abuelo, que ha contribuido a mantener la ficción social del literato y escritor. Estees el universo inicial de una obra de Fernando J. López, con un texto magnífico, con citas y apoyos en buena parte de la mejorliteratura de los siglos XIX y XX, reunidas en ‘Los amores diversos’, en montaje dirigido por Quino Falero y con la estupenda interpretación de Rocío Vidal. El monólogo se estrenó el pasado lunes 11 de abril en la sala Off del Teatro Lara de Madrid, y va a permanecer en ella al menos durante las próximas semanas.

La muerte del padre ha sido por accidente de coche, por circular a 130 km por hora a la una y pico de la madrugada… El escenario está absolutamente a oscuras durante un par de minutos. Suena un coche que circula tranquilo y se dispone a aparcar. Sonido de llaves. Alguien abre primero el portal, y más tarde la puerta de un piso. Se enciende la luz. Es Ariadna, que habla por teléfono con su hermana para justificar su ausencia temporal del tanatorio. El paisaje del salón donde se encuentra Ariadna es desolador: sobre una alfombra varios montones de libros de encuadernaciones y ediciones diversas… están apilados desordenadamente en el suelo. En la estancia hay solo una lámpara. Ariadna pasará esa noche “en el laberinto” buscando una respuesta a la muerte de su padre y tratará de resolver su presente recordando su pasado.

In vino veritas

“En esta casa, papá, se nos daban mejor los recitales de poesía que los abrazos”, dice Ariadna en voz alta, hablando con el fantasma de su padre, seguramente aún pululando en medio de tantos ejemplares consultados, abiertos, al menos, alguna vez, subrayados, marcados, acariciados, que han agradecido las atentas miradas de ojos inocentes de dos jovencitas que alguna vez estuvieron ávidas por saber, por vivir, por descubrir. Y allí, en medio de títulos y autores, Ariadna, ayudada por una botella de tinto gran reserva, de esos que tanto frecuentaba el sibarita de su padre, habla y habla, animada por el alcohol, intentando descubrir y descubrirse. Trata de salir de ese laberinto en que la ha metido su padre con tanta hipocresía y tanta ficción, que acaso él mismo se ha creído alguna vez. Y en su discurso fluyen precipitados, anárquicos, poemas, citas y recuerdos asociados a cada lectura, a cada autor: Luis Cernuda, Federico García Lorca, Virginia Woolf, Kavafis, Mistral, Byron, Gloria Fuertes (no le gustaba nada a su padre), Pearl S. Buck, Lawrence Durrell y ‘El cuarteto de Alejandría’, Marcel Proust y ‘Por el camino de Swan’, Cortázar y su ‘Rayuela’ y, sobre todo, Gustave Flaubert y ‘Madame Bovary’ y Emma… su Emma, que tanto influye en la vida de Ariadna.

Y, empujándose, sin consideración, afluyen los recuerdos en la cabeza y en la voz de la primogénita, que ahora lo mismo recuerda aquellas frases en latín, que a las hermanas les parecían conjuros frente a la adversidad (carpe diem, tempus fugit…), que ametralla la pedantería de su padre cuando le afeaba su primera elección laboral, después de haber vivido en Londres: “¡Cómo te odiaba, papá, cuando me hacías sentir minúscula por trabajar en esta editorial!, dice con un libro entre las manos.

Las copas de vino van cayendo y los ojos de Ariadna brillan cada vez más mientras pisotea libros, se arrodilla, se sienta, se tumba escudriñando entre los ejemplares… Suenan recogidas campanas en una plazuela y los pajarillos anuncian la inminente llegada de la primavera mientras la mayor de las hermanas lee a Juan Ramón: “Y yo me iré. / Y se quedarán los pájaros cantando, / y se quedará mi huerto con su verde árbol, / y con su pozo blanco. / Todas las tardes el cielo será azul y plácido, / y tocarán, como esta tarde están tocando, / las campanas del campanario. / Se morirán aquellos que me amaron, / y el pueblo se hará nuevo cada año…”.

Los reproches de Ariadna van in crescendo, con razón o sin ella, por causas reales o imaginadas, y con un padre ya eternamente silente, que no puede defenderse de las palabras de su hija, que llega a echarle en cara hasta el mismo e inoportuno momento de su muerte, justo cuando iba a emprender un viaje con Emma (casada, con dos hijos), y justo antes de que ahora resucite el fantasma de Sara (la amante de su padre, cuya existencia descubrió casualmente cuando aún era una niña…), y que ahora reaparece en el vano intento de acceder a la sala donde yace el padre y el amante.

La escenografía de Mónica Boromello (que también firma el vestuario), el diseño de iluminación de la Cía. de la Luz (Daniel Alcaraz/Libe Aramburuzabala), y el espacio sonoro de Mariano Marín son soberbios y demuestran que no hacen falta grandes medios cuando la imaginación los suple.

Es este un montaje digno de habitar muchos más espacios y de emprender vuelo por la geografía hispanoparlante, de uno y otro lado del charco, porque está lleno de calidad, de sensibilidad y de fuerza, porque debajo hay un texto imponente. Es verdad que, a priori, no parece estar destinado para ser degustado por un público mayoritario, pero en este campo del arte de Talía nada es previsible. Y, si no, mira la extraordinaria sorpresa que ha supuesto en estas dos últimas temporadas ‘La piedra oscura’, de Alberto Conejero, que tanto me ha recordado ‘Los amores diversos’, de Fernando J. López, aunque son textos cuyo único punto en común es una extraordinaria sensibilidad de ambos autores, una factura perfecta en una fusión de poesía y teatro. Imprescindible.

‘Los amores diversos’, de Fernando J. López

Dirección: Quino Falero

Interpretación: Rocío Vidal

Voz en off: Ángel Amorós

Producción: Rocío Vidal

Teatro Lara, Sala Off, Madrid

Todos los lunes de abril

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