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Uvas maduras

Uvas maduras

martes 31 de agosto de 2021, 12:00h

Es tiempo de vendimia, al menos en el hemisferio norte, donde recolectamos la uva entre julio y octubre. En el hemisferio sur, lo hacen entre febrero y abril; diferencias latitudinales y de calendario que nos recuerdan lo grande que es el orbe y lo extendido que sobre él se encuentra el cultivo de la vitis vinífera.

El vino es la cosa más civilizada del mundo, aseguraba el escritor Ernest Hemingway, Premio Nobel de Literatura, que como sabrá, jamás escatimó en sus visitas a España ocasión de “civilizarse” con nuestros caldos. La asociación mental entre vino y civilización parece que viene de lejos. Lo primero que se le ocurrió al patriarca Noé tras el diluvio, fue plantar una viña (Gén. 9:20). Curiosa manera de “resetear” a la humanidad e “inaugurar” el nuevo tiempo, ¿verdad? Bendito sea Noé que las viñas plantó/ para quitar la sed/ y alegrar el corazón, reza una coplilla que aún cantan las gentes del campo.

Jesús de Nazareth debió ser otro convencido de la importancia civilizadora del vino, pues “inauguró” su ministerio con el milagro de la conversión del agua en un morapio de alto copete para regocijo de los convidados en la bodas de Caná (Juan 2: 1-11). El vino vehiculiza bendiciones en la mesa de Sabbath y en la Pascua Judía. Por eso formó parte de la Última Cena e integra hoy -junto al pan- el sacramento de la Eucaristía. En la misa se opera, según el Catolicismo, la transubstanciación del pan en el cuerpo de Cristo, y del vino, en su sangre. En eso debía andar pensando Federico García Lorca cuando escribió Las vides son la lujuria que se cuaja en el verano/ de las que la Iglesia saca/con bendición licor santo.

Egipto fue pionero en la fabricación de la cerveza y del vino. El dios Osiris descendió al mundo y habitó entre los mortales como rey. Fue un civilizador que, según James Frazer, redimió a los egipcios -y por extensión a la Humanidad- de su canibalismo al enseñarles no solo el cultivo del trigo y la cebada (para que no se comieran unos a otros), sino también a emparrar vides, podar pámpanos superfluos, pisar la uva y extraerle el jugo. En el papiro de Nesbeni (1550 a. e. c.), Osiris es descrito en el interior de una capilla de la cuelgan exuberantes racimos de uvas. A su vez, en el papiro del escriba real Nekht, Osiris figura entronizado frente a un estanque junto al que crecen vides soberbias.

Algunos historiadores opinan que el dios Dionisios no fue más que un Osiris disfrazado, una modosa deidad importada desde Egipto a Grecia que andando el tiempo se desmelenó… Como los griegos eran, entonces, gente de talante sobrio, existe la teoría de que los excesos dionisíacos (bailes desenfrenados y borracheras descomunales) tienen, en realidad, origen en las tribus de Tracia, muy proclives a lo que, actualmente, la “cultura del botellón” denomina “desfase”.

Dejando a un lado las melopeas comunitarias regadas de estupefacientes, no puede negarse que algunas religiones atribuyen al vino un rol mediador con lo sagrado. Incluso, el Islam, que desde hace siglos prohíbe su consumo (no siempre fue así), emplea, en su rama mística o sufí, al vino como metáfora de la embriaguez del alma en su unión con el Eterno. De hecho, Umar ibn al-Farid (S.XIII), el mayor poeta místico -el príncipe enamorado de Dios- que llevó una vida ascética, fue autor de una obra muy encomiada que se titula “Elogio del vino”. No se trataba, desde luego, de un vino común, sino de uno anterior a la creación de la vid: Antes de que el mundo existiera, viña, racimo o uva/ nuestra alma estaba embriagada de vino inmortal.

Retornando ahora a la postdiluviana viña de Noé, inauguradora del tiempo del arcoíris, hay algo que renglones atrás me he dejado deliberadamente en el tintero y es la controversial traducción de Génesis 9:20. Mientras para unos hebraístas el versículo dice “Y después Noé, hombre de la tierra, plantó una viña”, para otros la traducción veraz es esta: “Y comenzó a hacerse profano Noé, hombre de la tierra y plantó viña”. Como ve, hay diferencia…y se encuentra en la palabra ‘comenzó’ -vaiajel- que comparte raíz con la palabra julín (profano, mundano), lo que sugiere que Noé no hizo bien en darse aquellas prisas en plantar vides… quizá debió haber priorizado otros cultivos…cebada, trigo, granadas, duraznos, en fin cualquier otra cosa. Además, eso de “hombre de la tierra”… subraya su apego a lo material, tanto que en el versículo siguiente nos lo encontramos borracho y en pelota picada. De ahí que la Biblia haga frecuente hincapié en no abusar del vino. Lea, por ejemplo, Proverbios 20: El vino es escarnecedor, la bebida fuerte alborotadora, y cualquiera que con ellos se embriaga no es sabio. También nuestro refranero nos previene de los abusos (Bebe el vino a discreción, y no a boca de cangilón), por no hablar de Steve Wonder: Don´t drive drunk.

En el mundo clásico, el desmelenado Dionisios pronto “devino” en el borrachín dios Baco de los romanos, a quien estos festejaban en las bacchanalia, unas celebraciones que el cine ha transformado en paradigma orgiástico del desfase (ya quisieran en Ibiza). En el año 186 a. e. c. las bacanales fueron prohibidas por el Senado, no para cuidar la moral del pueblo, sino para proteger la vida de sus políticos, pues aprovechando la atmósfera de cogorza colectiva, muchas conspiraciones terminaban con el apuñalamiento de algún togado.

Contra lo que el cine nos ha hecho creer, las romanas no probaban el vino, mucho menos en público. Se le atribuían propiedades abortivas (e inductoras al adulterio) y el marido podía repudiarlas por consumirlo y castigarlas si las pillaba con las llaves de la bodega. El ius osculi era prerrogativa también de los parientes cercanos, que podían besarla en la boca para cerciorarse de que no había bebido.

Es tiempo de vendimia, sí y nuestros campos rebosan racimos a punto de ser cortados, transportados, despalillados, prensados estrujados y fermentados. Cada caldo seguirá un proceso de tiempo y temperatura específicos en función de la variedad de la uva y del producto que el bodeguero desee conseguir. La mayoría de nosotros, ignorantes de la complejidad de tan formidable esfuerzo, bebemos de espaldas al milagrotransubstanciacional” que se obra entre la siembra de la vid y la gota que nos alegra el paladar. Por eso, Hemingway -que además de beber, sabía muchas cosas y fue Premio Nobel- decía que el vino es la cosa más civilizada de mundo.

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