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Crítica de la película

'Acero Puro': Lágrimas artificiales

'Acero Puro': Lágrimas artificiales

martes 29 de noviembre de 2011, 10:59h
'Acero Puro' tiene dos grandes problemas, el primero es que su argumento está muy visto y cualquier espectador puede adivinar lo que va a pasar desde los primeros momentos de la película, el segundo, y casi más importante, es que se trata de una película sobre robots boxeadores.
Aun así, si eres capaz de abstraerte de ese hecho, Shawn Levy te brindará un drama lacrimógeno bien realizado. Es demasiado obvio que la película busca la lágrima fácil pero también que su realización está bastante conseguida. Cuenta a su favor con unos más que interesantes efectos especiales que logran que las peleas sean de lo más entretenidas. Lo malo es que no dejan de ser robots luchadores y, a veces, la historia cae de lleno en el ridículo. Por ejemplo, ¿como es posible que el niño sepa más de robots que nadie si hasta el momento en el que conoce a su padre no ha estado delante de ninguno? 

En cuanto al trillado argumento, la historia sigue dos esquemas básicos, el de película deportiva en el que David se enfrenta a Goliat, siendo por este lado 'Rocky' su más cercana influencia, y la de padre e hijo que se reencuentran y van acercando su relación, logrando el pequeño hacer mejor persona a su progenitor, siendo evidente su conexión con 'Campeón'de Franco Zeffirelli. La película no ofrece ninguna sorpresa pero aun así en algunos momentos logra funcionar.

Lo mejor de 'Acero Puro' está en las peleas, principalmente la última, una mezcla entre el Rumble in the jungle que enfrentó a Mohammed Ali contra George Foreman y el primer combate entre Rocky Balboa y Apolo. Muy vista pero efectiva.

El reparto es, como la película, bastante irregular. Hugh Jackman cumple con el papel de padre perdedor que termina conectando con su hijo, en cambio éste, interpretado por Dakota Goyo, entra de lleno en la categoría de niños irritantes. Fuera de la pareja protagonista, Evangeline Lily se hace cargo de un personaje bastante vacío y Kevin Durand se las ve con un arquetipo de paleto sureño más trillado que el argumento de la película.

Técnicamente la película raya el notable alto lo malo es que suspende claramente en cuanto a emociones. Es tan evidente lo que va a suceder a continuación en cada momento que las lágrimas, por mucho que la película intente extraérnoslas de forma descarada, no harán su aparición en ningún momento. Y es que en el fondo su sentimentalismo es tan artificial como sus robots luchadores.

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