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'¿A quién te llevarías a una isla desierta?': Una pregunta inocente con resultados inesperados

'¿A quién te llevarías a una isla desierta?': Una pregunta inocente con resultados inesperados

lunes 02 de marzo de 2015, 20:13h

Hay preguntas que son un verdadero tsunami. La que da título a esta  pieza de Jota Linares, quien en 2012 adapta, junto a Paco Anaya, su corto '¿A quién te llevarías a una isla desierta?' en una versión larga  de teatro, es una de ellas. Se formula cada sábado a las 22:30 h. en   Nave 73, la sala de teatro de la calle Palos de la Frontera.

El argumento probablemente refleje las vivencias de buena parte de  nuestros jóvenes urbanitas en torno a la treintena (acaso, por eso mismo, la función a la que pude asistir estaba repleta de  espectadores  entre los veintitantos  y treinta y pocos, que llenaban, al menos, el noventa por ciento del aforo de la sala). Cuatro jóvenes -dos chicas y dos chicos- Celeste, Eze, Marcos y Marta, que son amigos desde hace varios años, comparten piso en un barrio universitario de Madrid. Han terminado ya sus estudios, han dejado la adolescencia atrás y se disponen a cerrar ese capítulo decisivo de su vida para emprender nuevos  rumbos. Esas paredes del viejo  apartamento han visto como los amigos han compartido aventuras  sexuales, amor, amistad, y momentos tan felices como tristes y amargos.  El acuerdo previo a la fiesta de despedida era que ese día, además de celebrar el cumpleaños de Marcos, iba a vivirse a tope, sin  malos rollos, ni preocupaciones estériles. Pero una pregunta, que  Celeste introduce en el grupo a modo de juego psicológico (¿A quién te llevarías a una isla desierta?) provoca una despedida tan inesperada como amarga.

Maggie Civantos (Celeste), Juan Blanco (Marcos), Abel Zamora (Eze) y  María Hervás (Marta) dan el nivel exigible a los actores frente a sus personajes. Desenfadados, naturales, desinhibidos, todos ellos se ajustan como anillo al dedo al perfil medio de muchos jóvenes que  vemos día a día en nuestras calles, en nuestras clases o en nuestros bloques de viviendas, y su personalidad no nos sorprende nada porque  -quien más quien menos-, tiene o ha tenido uno cerca que, por afinidad, nos recuerda a alguno de nuestros hijos, sobrinos o  hijos de nuestros amigos.  

La escenografía recrea también, a las mil maravillas, lo que podría ser un piso típico habitado por jóvenes estudiantes: A la izquierda, habitación de Marcos y Marta, con una cama, donde están durmiendo los dos al empezar la obra. Al fondo, una azotea con ropa tendida y una barandilla para asomarse a la calle y un banco de madera, donde está sentado Eze, con los pies metidos en una pequeña piscina hinchable de plástico llena de agua para intentar defenderse del sofocante calor de ese día veraniego madrileño. A la derecha, sofá, mesa baja de salón, cajas de cartón, sobre las que se encuentra  un pequeño equipo de música. Allí está Celeste, oyendo música con  unos cascos, ensimismada, pintándose las uñas, sentada sobre una alfombra roja. 

Sueños truncados

Pero la vida es como es, y no como nos gustaría que fuese porque  solo Marcos, que ya ha acabado la carrera de Medicina, aprueba el MIR con 27 años y parece que va a poder ejercer la profesión que  quería. Los demás, sin embargo, no. Marta, bailarina, al final termina  siendo actriz. Eze estudió Comunicación Audiovisual y quiere ser director de cine, pero acaba trabajando en lo mismo que hace 4 años cuando dejaron de vivir juntos los 4 amigos, haciendo fotos de niños recién nacidos en el hospital. Celeste ha estudiado Arte Dramático y quiere ser actriz, pero después de 4 años sigue trabajando en un restaurante infame de comida rápida, donde venden pollo frito. Real como la vida misma, en donde las frustraciones ocupan buena parte de nuestro yo.

'¿A quién te llevarías a una isla desierta?' es un drama con tintes de comedia en algunos momentos del montaje, que retrata muy bien a toda una generación de jóvenes cuyo  lema, explícita o implícitamente autoconfesado, carpe diem, acaba haciéndose añicos sencillamente por el paso de los años.

Los jóvenes, desde luego, se  sintieron tocados por cuanto sucedía en escena porque sus reacciones -en especial el aplauso final y los comentarios posteriores a la obra que se escuchaban a la salida en animados corrillos-, son ya motivo de alegría para quien, como el que suscribe, tanto defiende la escena y a cuantos la hacen posible. Solo por esto, porque todos ellos han quedado invitados a acudir  nuevamente a presenciar otra obra, se justifica este montaje.

Pero otra cosa es querer descubrir en él valores universales e intemporales como los que adornan los textos de los clásicos. Eso no. La obra retrata muy bien una generación, y los fantasmas (la crisis, el hedonismo, la despreocupación por el futuro, el vive como quieras, etc.) que la acompañan. Pero esta misma historia puesta en otro  tiempo o en otro lugar, no estoy muy seguro de que resistiese. Con todo, lo repito, se deja ver y, desde luego, los jóvenes encontrarán en ella un toque de realidad y de cercanía que, acaso los que pasamos el medio siglo de vida, no hayamos sabido encontrar en toda su plenitud. Probablemente, porque en lugar de disfrutar esas  situaciones venimos más a padecerlas y por eso mismo nos vamos más impregnados del tinte trágico que del cómico. Tampoco somos perfectos. ¡Qué le vamos a hacer!

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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