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'Distancia siete minutos': el puente que hay que cruzar para alcanzar la felicidad

'Distancia siete minutos': el puente que hay que cruzar para alcanzar la felicidad

sábado 28 de octubre de 2017, 12:02h

La compañía Titzina vuelve a Madrid para cerrar la gira de ‘Distancia cuatro minutos’. Su aparente sencillez en las formas (si de alguien se puede decir eso de “más conmenos” es de esta compañía) y su profundidad en los temas de fondo que aborda, han vuelto a conquistar al público madrileño. Si hace cuatro años fue en el Teatrode La Abadía, ahora es en el Teatro del Barrio donde vuelve a exponerse y con idénticos resultados el sello de calidad que se asocia siempre a Titzina.

Diego Lorca y Pako Merino son los autores, directores y actores de ‘Distancia siete minutos’, el último de los trabajos emprendidos por su compañía desde que echase a andar en 2001. Siempre con la tragedia de fondo y la comedia en primer plano, los artistas no se han parado en mientes a la hora de abordar temas tan intrascendentes como la locura en “Folie à deux” (2002); la guerra en “ Entrañas” (2005), o la muerte en “Exitus” (2009). ‘Distancia siete minutos’ , estrenada en 2013, tiene a la felicidad de fondo y habla de la extrema dificultad que hay en alcanzarla, fundamentalmente porque somos seres sociales y la presencia del otro siempre entraña un grado de conflicto.

La obra, que ha sido representada en más de 350 escenarios de España y Latinoamérica, ha sido vista por más de cien mil espectadores y en todos ellos se da la misma paradoja: es después de acabado el espectáculo cuando verdaderamente comienza el examen íntimo y personal de conciencia en forma de preguntas en nuestra relación con los más próximos: (¿me preocupan sus cosas del mismo modo que las mías?, ¿hablamos suficientemente?, ¿propongo las cosas o las impongo?...).

El texto de ‘Distancia siete minutos’ es muy claro, se entiende a la primera porque está muy bien escrito. Rezuma, incluso, poesía, pero nada barroca. La interpretación de Miranda y Merino está llena de fuerza y verdad y a través de sus palabras, sus gestos y su movimiento corporal definen a los personajes que interpretan y hasta dibujan con ella su psicología.

La fábula contada en el montaje gira en torno a un forzoso traslado a casa de su padre de Félix Hipólito , juez cuarentón y algo cargado y aburrido de tener que resolver pleitos fútiles y casi sin importancia, por diferencias entre vecinos, pequeños robos o menudeo de drogas – en otras palabras, el pan nuestro, de cada día-. La causa última del cambio temporal de domicilio es una plaga de termitas que ha invadido su apartamento. En el traslado, Félix lleva también consigo a su gato y esa circunstancia contribuye a hacer aún más incómoda la relación con su padre, viudo desde hace algunos años, y acostumbrado a la soledad. La sola perspectiva de tener que alargar más de un par de días la estancia, asusta tanto al hijo como al padre, un hombre taciturno y autoritario a quien apenas visita el juez.

Pero la verdadera razón que separa al padre abogado y al hijo juez tiene raíces más profundas, está labrada en los prolongados silencios entre uno y otro por ciertos temas de los que allí no conviene hablar pero que, sin embargo, planean como una sombra negra y siniestra sobre los dos. “Si hablo”, dice el padre, “me vas a hacer culpable de todo” y es lo que , en un épico y conmovedor final -padre e hijo libran un combate real subidos a una mesa-, acaba sucediendo: y, por ello, el espectador acaba también conociendo el origen de esa profunda diferencia entre los dos, y que tiene su origen en lo que le sucedió a la madre la mañana de aquel 15 de abril.

Sobre una escenografía justa, un par de mesas y unas sillas que los mismos intérpretes se encargan de mover para delimitar espacios distintos, ayudados por la luz y el sonido, discurren las rápidas escenas, separadas entre sí por fundidos en negro, y , que van acumulando nuevos datos a la historia .

Una historia que, como sucede con las termitas en la madera, va llenándose también de túneles interiores y de silencios queacaban haciendo peligrar la solidez de la relación entre padre e hijo. La economía de palabras, gestos y escenografía están uestas al servicio de un montaje magnífico que, si aún no has visto, no deberías perderte. Es de los que dejan huella, y bien profunda.

Distancia siete minutos’

Texto: Diego Lorca y Pako Merino

Directores de escena: Diego Lorca y Pako Merino

Escenografía: Jordi Soler i Prim

Sonido: Jonatan Bernadeu

Luz: Miguel Muñoz

Intérpretes: Diego Lorca y Pako Merino

Una producción de Titzina

Teatro del Barrio (Madrid)

Hasta el 29 de octubre de 2017.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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