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Crítica de la película

'Casa de tolerancia': Bienvenidos al decadente burdel decimonónico

'Casa de tolerancia': Bienvenidos al decadente burdel decimonónico

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- Por Sergio Ariza

viernes 24 de agosto de 2012, 12:30h
Bertrand Bonello nos invita a visitar un burdel alrededor del año 1900, momento en el que estos significativos lugares del siglo XIX iban cerrando y las prostitutas comenzaban a 'hacer la calle'. El director ejerce de Madame, y como la propietaria de este 'L'Apollonide', abre las persianas de las habitaciones a la mirada vouyeur del espectador, a quien en este caso le toca el papel de cliente. Pero que nadie piense que esto es algo así como 'porno soft', la mirada del realizador está más interesada en lo que piensan estas mujeres que en el erotismo que desprenden.
La película está dividida en tres partes, un prólogo y un epílogo estrechamente relacionados y más oníricos, y la parte central dónde se cuenta con minucioso detalle y bastante parsimonia la vida en el burdel, desde el punto de vista de las prostitutas. Es una película claramente coral, en la que no hay una protagonista clara, sino varias historias entrelazadas, unidas por un fuerte sentimiento de grupo.

Así vemos una película con dicotomías varias. Entre la planta baja y la planta superior, entre clientes y prostitutas, entre interior y exterior. La planta baja es dónde las prostitutas tienen que representar su papel ante burgueses, artistas, decadentes aristócratas y demás clientela. Lucen su máscara y sus mejores galas dispuestas a satisfacer los distintos deseos de sus clientes. Mientras durante el día, comparten cama y comidas en una prisión de la que no pueden escapar, soñando con cosas que pocas veces se hacen realidad, La división entre interior y exterior está ligada a la de clientes y prostitutas. Mientras los primeros debaten sobre el 'caso Dreyfuss', la lectura de 'La Guerra de los Mundos' o un nuevo tratado sociológico que compara a prostitutas con criminales, ellas viven en su jaula y su único contacto con la vida real es durante su representación para el cliente.

En lo que más destaca esta producción es en su propuesta visual, perfectamente planificada por Bonello, con una fuerte apariencia pictórica basada en Manet, Renoir, Rosetti o Courbet, en la que las actrices parecen sacadas entre las modelos de estos pintores, no es extraño que uno de los personajes esté interesado en mirar fijamente el sexo femenino, el 'origen del mundo'. La película hace gala de un preciosismo visual que se remarca en cómo la cámara trata a las actrices, recordemos que el director tiene su equivalente en la película en la Madame que quiere que sus chicas luzcan primorosas y su casa reluciente.

Encerradas en una jaula de oro, las meretrices sólo son libres el momento en el que vuelven a ser niñas sin preocupaciones en su salida al campo, mientras tanto viven prisioneras de ese orden. Un orden claramente masculino y machista en el que la mujer sufre una cosificación, las prostitutas son meros objetos de deseo que sirven para satisfacer las fantasías masculinas, ya sea haciendo de muñecas, nuevas o rotas, de geishas o rociadas de champán. Algo que no ha cambiado mucho en más de 100 años, no hay más que ver cualquier videoclip musical en la MTV, aunque sería más fácil decir cualquier cosa de la MTV. De ahí que el final, en el que se compara la prostitución de esa época con la de nuestros días, no sea sino una certificación de que no es el lugar físico el que las tiene atrapadas sino la misma sociedad. Pero ¿podría haber en ello también una segunda lectura? ¿una cierta añoranza de las decadentes 'casas de tolerancia' decimonónicas ante la dura calle actual? ¿una rosa marchita a la que se le caen los pétalos? Pasen y juzguen ustedes mismos.

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