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"No he visto nunca al presidente del gobierno asistir al teatro"

Albert Boadella: 'Al  mundo de la cultura no ha llegado la expansión de la libertad'

Albert Boadella: "Al mundo de la cultura no ha llegado la expansión de la libertad"

Barcelona es una ciudad que se me ha vuelto detestable

martes 10 de junio de 2014, 08:50h
Su independencia y su libertad  le  han llevado a   estar  contra Franco,  a ser perseguido por la Iglesia, los militares, Pujol, y ahora por  todo el nacionalismo catalán, hasta el punto de   tener que soportar improperios de alguno de sus paisanos cuando  se acerca por su propia tierra  y a su propia casa. Y, aún así, o precisamente  por ello, Albert Boadella  -erre que erre-  no renuncia a su condición de catalán y  de español, a la vez. Director durante 50 años  del mítico grupo teatral  Els Joglars, dirige   ahora los Teatros del Canal, dependientes de la Comunidad Autónoma de Madrid   desde hace cinco años.   
Boadella,  el  director, actor, dramaturgo  e intelectual catalán no defrauda nunca. Esta vez no iba a ser menos. Para empezar, ni siquiera nos pide cuestionario previo  para realizar la entrevista. ¡A ver si aprenden nuestros  prohombres  (y  promujeres) públicos. Sentados  en torno a una mesa de reuniones, sin papeles delante y, lo que aún es más raro, sin miedo y sin  tiempos marcados, Albert -genio y figura- subraya lo coherente de su postura: "Yo tengo la costumbre de utilizar siempre la libertad como moneda de cambio constante con el público; por tanto, poner límites a esta libertad  no es mi trabajo. Es posible que los políticos  tengan otros intereses, pero, desde luego, no son los míos. A mí me interesa escudriñar hasta los últimos límites  la libertad". Una libertad que -según declara  a Diario Crítico- no se ha  esparcido por el campo de la cultura.

JMV.-: Comencemos  por  la actualidad, ¿cree que  este  "terremoto" político  que ha supuesto   la modificación del mapa en el Parlamento Europeo  tras las elecciones del 25 de mayo va a tener también alguna consecuencia  inmediata  en  el  terreno de la cultura?

AB.-: Que las cosas, políticamente hablando, tengan  movimiento, es siempre de agradecer. Encontrarse en la situación   -como muchos  países   europeos se encuentran- de alternancia  permanente  entre dos grandes partidos, sin que  haya posibilidad  de que, al menos  un tercero  irrumpa  también,  creo que no es bueno. De todas formas, no creo que la situación de bipartidismo  que vivimos en España  se vaya a destruir  fácilmente pero, al menos, sí que se ha conseguido  inquietar    a los dos grandes partidos. Por un lado, al  conservadurismo, al liberalismo   de   la derecha, y, por otro, al idealismo  mitificado  de la izquierda. Ahora bien, dudo mucho  que esta inquietud generada  llegue a trasladarse  también  al resultado de unas elecciones generales internas. Esta facilidad  con que  un  buen número de electores  (más de  un millón doscientos mil)  ha   votado  a un nuevo movimiento  político, es al mismo tiempo una demostración de la facilidad  que  una parte del electorado tiene para cambiar  de orientación y, por otra,  a cierta frivolidad  del mismo. Esto sucede porque, en cierto modo, el electorado sigue percibiendo a Europa como algo  alejado, como algo  no enteramente propio.  Los experimentos se hacen con Europa, pero  se vota  de otra forma  cuando   se trata de unas  elecciones municipales, en donde  lo que prima es la persona, o    en unas  generales, en donde  cada elector  vota   a una opción que entiende  que no va a perjudicar   sus intereses concretos...  Las autonómicas son otra cosa, están  más  bien para  sustentar los delirios...

P.-: ¿Hay  relación directa  entre sistema político  y nivel cultural de un país? 


R.-: Yo creo  que, concretamente España,  tiene un  problema   muy serio con  el conjunto de la cultura y  las artes. No  con el simple mercado cultural del entretenimiento, sino de aquellas actividades  que tienen  cierto peso, cierto contenido cultural, que en nuestro país ofrece un interés solo minoritario, incluso   vergonzosamente minoritario. Hay una responsabilidad política muy seria en este asunto. Por poner un ejemplo, yo no he visto nunca  al presidente del gobierno   asistir a una obra de teatro, ni a un concierto de música clásica, si no es porque ha tenido que asistir  por obligación del cargo. Pero  esto no solo sucede ahora, también sucedía  con presidentes anteriores. El mundo de la política  es  de tal ignorancia cultural espectacular. Y esa falta de ejemplaridad   genera esta  falta de atención  por parte de  la población   a lo que yo diría que es  la forma  más barata  de alcanzar la felicidad de un individuo, la cultura.

P.-: Pero, ¿a qué llamamos cultura? Vargas Llosa   ha   denunciado  en su último ensayo  lo que llama "banalización" de la cultura.


R.-: Es cierto. Y  un puro consumo cultural que no va más allá del entretenimiento, que no busca  ni por asomo  cultivar los  sentidos, la sensibilidad,  las emociones. Es, casi, un atontamiento del ciudadano. Pero este fenómeno  no se da solo en España, está  generalizado en todas partes  y a ello  contribuyen, sobre todo, los medios audiovisuales, en concreto  las televisiones.

P.-: Si hace 10 años  alguien me  hubiera dicho  que Albert Boadella iba a acabar dirigiendo los Teatros del Canal de Madrid, probablemente  me habría provocado  una  ligera sonrisa, de cierta condescendencia y, sin embargo, hoy está Vd. aquí...    

R.-: Yo  fui el primer sorprendido. Vine a parar aquí en el momento en que  me desentendí de todo lo que sucede en Cataluña  y tengo que marcharme  de allí. No es que me marchara físicamente, porque todavía sigo residiendo allí, pero sí  desde el punto de vista  de  encontrar un lugar  en donde integrarme como artista. Todo eso coincide con un ofrecimiento que me había hecho mucho  antes de que esto sucediera, la entonces presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre. Entonces  le dije que no, porque  en aquel momento  mis relaciones con la sociedad catalana  eran más o menos soportables.  Pero más  adelante  acepté   su nuevo ofrecimiento porque  vi claro, desde el primer momento, que  iba a tener la posibilidad de hacer un teatro público como  a mí me habría gustado  que hubieran sido  esos teatros públicos  en los que yo muchas  veces actuaba, y que no me gustaban porque  estaban "teledirigidos" desde la política, y, además,  porque  también estaban orientados por el gusto personal del director y no por las necesidades del contribuyente y del público, que es quien  finalmente lo paga. Lo que yo hice  es  invertir este juego: en primer lugar, me garantizaron una libertad  total, que   confirmo que en los cinco años  que llevo al frente  de los Teatros del Canal  es  absoluta. En ninguna de las cinco temporadas que he hecho la programación, nadie  me ha dicho nunca nada, ni ha sonado nunca el teléfono  ni  para darme, ni  siquiera insinuarme, la más mínima recomendación. Lo que  he tenido que hacer, obviamente, es ajustarme a unos presupuestos... Y, por otro lado, he hecho un teatro, que no siempre es de mi gusto, pero he pensado que los espectadores debían conocerlo y, otras veces, porque  era de su interés que -repito- no siempre coincide con el mío. Este ha sido el teatro que   se ha hecho  desde el Canal, que va desde la comedia ligera         hasta el teatro de vanguardia... Y ha sucedido  una cosa formidable  que, aunque la esperaba, no  creía  que fuera a darse tan pronto, y es que   hay una especie de contaminación entre los públicos, es decir, quien viene a ver una comedia, un día prueba con un ballet contemporáneo por el mero hecho de  considerar que  los Teatros del Canal son ya su casa Eso ha  traído consigo una variedad  extraordinaria de público y esto me  ha llenado de satisfacción.

P.-: Y después de  cinco años, ¿mantiene  intacta  la ilusión, la emoción, la pasión  que  debe despertar  un proyecto tan ambicioso como este?   

R.-: Cuando uno pierde la juventud, pierde también la insensata  alegría de hacer las cosas  sin pensar, con esa insensatez  que da  la ignorancia. Eso, a veces, lo añoro. Me refiero a ese movimiento espontáneo, fresco, directo que uno tiene en la juventud  y que  luego los años  reprimen por  un sinfín de cosas: tienes más sentido del ridículo, has adquirido más compromisos  vitales (aunque yo he tratado de adquirir  los mínimos, los tengo también...). Pero también  hay que encontrar  alguna ventaja  a esto de tener  más años, y es que  las ves venir y esto  te evita muchos batacazos, muchas sorpresas,  porque, generalmente, ya sabes  de qué  va el asunto. Con todo, si pudiera escoger, retrocedería  30 o 40 años, sin duda.

Cultura y clientelismo ideológico

P.-: En estos últimos años, en el  terreno de la cultura en general, y del teatro en particular,  ¿qué cosas deseaba que sucediesen y no ha podido  ver materializadas?


R.-: Al  mundo  de la cultura no  ha  llegado  la expansión de la libertad. Este mundo, hoy por hoy, está usufructuado  por un  grupo de gente  que se dirige siempre  al mismo grupo de gente. En otras palabras, que hay  una especie de clientelismo ideológico  en el cual    el principio de libertad, el constante ataque, o sátira, a los tabúes  que la sociedad  va colocándose, no  se  ha producido. Hay una especie  de endogamia cultural  por la cual,  y en el caso del teatro,  los actores, los autores, los críticos  se dirigen siempre a sus correligionarios. Todos ellos parecen estar de acuerdo en los principios fundamentales y eso los convierte en un mundo  endogámico, cerrado, que fabrica los tabúes pseudoprogres  que mueven la cultura, y que son siempre de la misma tendencia política. En definitiva, que yo pensaba que la cultura se oxigenaría  más, que surgirían más personalidades cultas  en el mundo conservador y eso  no ha sucedido porque  hoy  la cultura está usurpada  por un cierto núcleo ideológico.

P.-: El teatro, en concreto, no parece  atravesar  un  mal momento, ¿no?


R.-: El teatro no está en crisis. El teatro siempre será minoritario. Ya en Roma, por ejemplo, los teatros tenían  1000  o 1500  localidades, mientras que el circo   contaba con  80 o 100.000.  El teatro es  y será siempre  cosa de  ciertas élites porque   constituye  una mirada profunda sobre  la realidad  de las cosas, y la realidad no gusta  al común de los ciudadanos, que prefieren   dirigir su atención hacia la fantasía. Esta élite puede suponer  un  grupo de  100, 200 o 500.000  personas, a quienes se dirigen muchos actores, muchas compañías...

P.-: Actores y compañías  que  apuntan hacia ese 21 por ciento de IVA, como  causante  de que no  crezca  el número de espectadores...

R.-: El problema no es el IVA, sino la falta de valoración  de los espectadores hacia el teatro. Hay  espectadores  que pagan precios altísimos por una entrada en  el Bernabéu o en el Nou Camp y que, sin embargo, cuando vienen al teatro  buscan  todo tipo de descuentos y, si pueden, buscarán también que los invites...

P.-: Si Carlos Marx  levantara la cabeza, creo que reformularía  su  axioma   y ahora diría  que   el opio del pueblo  no es la religión, sino el fútbol...

R.-: Sí, desde luego... Lo que sucede  en este  país con el fútbol  es  incalificable. Hay  otros países, como Francia por ejemplo, que  aguantan mucho mejor la convivencia  del fútbol  con el interés  por la cultura.  Hace  poco  más de  un mes que buscaba  localidades para ciertos espectáculos  en París, para dentro de 15 días y he tenido que  buscar  influencias para poder adquirirlas porque ya no había localidades prácticamente en ninguno de los teatros, ni en la ópera, ni  el ballet. Esa sería aquí una situación envidiable. Es evidente que  París  es una ciudad  turística por  excelencia y que  hay una parte del mercado  que  consume  este tipo de  esparcimientos, pero  no deja de ser sorprendente   poder ver esto, ya que aquí  no sucede de ninguna manera. España  tiene un importante déficit cultural en este aspecto.

P.-: Un hombre público   y polémico como Vd. tiene  muchos  aduladores  y muchos detractores, ¿tiene idea, en su caso,  hasta qué punto la balanza está más o menos equilibrada?

R.-: (Entre sonrisas) Depende del territorio.  Si nos vamos hacia el Mediterráneo, yo creo que  hay más gente que  me abomina, mientras que   si nos venimos a Madrid, probablemente  hay mucha  más gente  que me considera...

P.-: Por cierto, lo mismo hay también  quien  intenta  engañarle. ¿Es fácil detectar a un impostor?

R.-: Es difícil, muy difícil detectarlos. La publicidad es un medio formidable para trucar las cosas.  No hay nada más falso que la fotografía, aunque pueda parecer lo contrario. La gente solo se cree  de verdad  lo que ve en una foto, y no se para a considerar  que es muy fácil  distorsionarla, trucarla. Con las palabras, la gente  siempre considera que puede haber un cierto grado de manipulación, pero con las fotos  creen que no puede haber engaño. ¡Vaya si lo hay! Recuerdo una foto   que  trataba de  denunciar la indiferencia de Occidente  hacia  los emigrantes.  Aparecía una  pareja en la playa  con pinta de estar pasándoselo  muy bien, y unos metros más allá  un hombre  muerto, al borde del agua. Lo que no se veía  en la foto  era a  las personas  que  estaban alrededor del cadáver (policía, jueces, etc.)... Vamos, quiero decir  que ahora es muy fácil ser impostor. 

Promoción y publicidad de sus obras 

P.-: Hablaba antes   de que, con la  edad, se va perdiendo  cierta  espontaneidad  y frescura. En otras palabras, cierta valentía que, sin embargo, yo creo que hay que tener  para  presentar ante el público un nuevo  trabajo, una nueva obra...

R.-: A mí, la promoción es la parte de la puesta de largo  de una obra  que menos me gusta. Tener que hacer publicidad de una obra  mía, me resulta  la mar de desagradable. El lado mediático  no me gusta nada. Lo que  me  entusiasma  de verdad  es  construirla. Me encantan los ensayos. Cuando acabo el último  ensayo general  es el momento decisivo.  Ver lo que está bien, lo que está mal... ¡Es muy emocionante!   Ver luego  la reacción del público  también lo es, aunque de una forma distinta. Lo primero es más personal, lo  segundo   es como si te desprendieras de ella... Pero todo lo que envuelve esto, el tener que buscar la frase oportuna  para  "vender"  la obra, es muy pesado. Si pudiera  encontrar  un doble que  lo hiciera por mí, le pagaría   a precio de oro.  He tenido que hacer  un montón de triquiñuelas, de números, para  intentar  vender  mi obra  y, al final, aparece un tercero    que hace ciertos  comentarios   en un periódico que  te hace decir "¡pero qué bien  me cuenta  mi obra!".

P.-:  ¿Qué personaje  cercano  le ha  impresionado  más, positiva o negativamente? 

R.-: Hay dos personajes extraordinarios para mí, que además los junté en una obra Josep Pla y  Salvador Dalí.  Pla me parece un hombre formidable. Su pensamiento, su forma de entender la vida, su forma de ver a los demás, de describir su entorno, es una auténtica maravilla. Creo que no es solo un  escritor  sino también un verdadero filósofo. En general, a mí los filósofos  me dan mucha pereza, pero  cuando   hacen  de su vida   y de su arte  una forma  de filosofía, me parecen envidiables... El otro personaje, Dalí,      representa  la parte  que yo me he reprimido  en mi vida. Me habría gustado hacer muchas de las cosas que Dalí  era capaz de hacer.  Esa  facilidad para seducir diciendo  lo que le pasaba por la cabeza en cada momento, y sin la menor autocensura, esa sensación de libertad y de inteligencia...  Siempre  he tratado de situarme  entre estos dos personajes  y, curiosamente, mi casa  está situada   justo en medio de las casas de estos dos personajes.

P.-: ¿Qué debilidad humana  perdona usted con mayor facilidad?

R.-: (Piensa  un poco la respuesta...) Todas las debilidades del amor   y del sexo. (Sonríe). En el fondo no son debilidades porque forman parte  de la propia naturaleza. Si no  hubieran  existido estas  debilidades, no existiríamos nosotros  como especie.

P.-: ¿Dónde le gustaría pasar el resto de su vida y dónde no volvería  jamás?

R.-: Me  entusiasma Italia, sobre todo el centro del país (Toscana o Umbría). Siempre he dicho que me hubiera gustado  vivir en el Renacimiento, pero con la tarjeta de la Seguridad Social, por los cuidados paliativos, porque  el Renacimiento debía ser muy duro en muchos aspectos. Es,  probablemente, la época en que más brilló la inteligencia de los individuos, la sensibilidad, la emoción. Me gustaría  vivir allí, pero  no lo veo  posible, por  muchas razones... Y un lugar donde no me gustaría nada volver a vivir es Barcelona. Es una ciudad que se me ha vuelto detestable. 

P.-: Ha hablado de un  escritor y filósofo, de un  pintor, pero ¿en el teatro, quién es su Dios? 


R.-: Tengo varios dioses.  Depende del momento. Por ejemplo, Aristófanes, Un  hombre que vivió hace  más de 2300  años y que ahora podría, perfectamente, vivir entre nosotros, comprendería  todo lo que nos sucede  y haría unas comedias magníficas. Añoro  personajes así, tan  extraordinariamente dotados, como Moliére. Desde que empecé a trabajar en los Teatros del Canal  me siento especialmente identificado  con él. Decía que trabajaba para Luis XIV, y yo decía que trabajaba para Esperanza Aguirre (Sonríe abiertamente). El dramaturgo francés decía que  trabajaba  para el Estado  y yo, en cierto modo, me encontraba en la misma situación  y  me he acordado de él con frecuencia... Hay gente, además, del mundo del teatro por la que tengo verdadera devoción, como Peter Brooks, un hombre    que  es la esencia del teatro, que lo ha hecho todo, prácticamente  con nada: un actor  solo en el escenario desnudo, que es capaz de todo  únicamente con la palabra y el espacio. Hay mucha gente que admiro, pero también hay mucha que detesto, claro.

P.-: Las nuevas tecnologías, que tanto daño  han hecho a otras ramas del arte (música, cine, literatura...), al teatro, sin embargo, creo que no  le han afectado en absoluto. ¿Lo ve usted también así?


R.-: Eso es verdad. El mejor teatro de la historia se hizo  con dos docenas de velas y unos bancos de madera. La tecnología tan sofisticada  que puede  utilizarse ahora, desde luego, no le ha perjudicado,  y hay cosas  que, seguramente, no habrían podido conseguirse  sin  ella. Pero, esencialmente, el teatro sigue siendo un arte donde un actor solo, con una camisa y un pantalón, en medio de un escenario  en donde prácticamente no hay más que unas cortinas negras, es capaz de inducirnos enormes emociones  y pasarnos de un mundo a otro, de un planeta a otro si quiere. Puede hacernos pasar dos horas  de una realidad auténtica,  porque la vida y la muerte son más vida y más muerte en el teatro  que en la vida real, tienen más potencia emocional, y eso se parece a lo  que  era el teatro griego. Cosa que no se puede decir  de la escultura, de la pintura, la arquitectura      y  de otras artes, cuyo parecido  con  lo que hacían  en la época  griega  hoy es pura coincidencia. Yo me siento muy satisfecho de estar en el arte que  se ha mantenido la tradición y que la modernidad no lo ha destrozado, sin dejar de ser actual.  Nos mantenemos con esa misma tradición que  ya es milenaria.  Quizás junto a la literatura, que  básicamente, utiliza el alfabeto, la palabra...

Adiós tauromaquia, adiós

P.-: Hablemos de otro arte  más reciente, y muy controvertido en estos últimos tiempos: la tauromaquia. ¿Sigue  diciendo que sí a los toros? Si es así, ¿de quién se encuentra más cerca, de  Manolete o de Chicuelo, de Talavante  o de José Tomás?


R.-: Sí,  estoy cerca  de Manolete   y, por tanto, estoy también cerca de José Tomás. Talavante en una época era una especie de espejo de José Tomás, pero ahora se ha separado de esa línea, cosa que está muy bien. Tomás  es uno de los grandes toreros que han existido en el mundo, es un caso especial. Pero yo soy también un gran admirador de  Enrique Ponce,  un hombre que conoce el toro en profundidad. La tauromaquia ya sabe usted que  está dividida entre los partidarios del toro y los del torero. Ponce  es de los primeros  hasta el punto que ha indultado  muchísimos  (creo que unos 40)... Ahora, la tauromaquia  no creo que acabe existiendo  cuando acabe  el siglo. Puede  sobrevivir algún sucedáneo, pero no tal y como hoy la conocemos. Quizás algunas  partes  o aspectos de la tauromaquia, como los recortadores...P.-: ¿Como consecuencia de la presión de los movimientos antitaurinos o por algo más?R.-: Creo que más bien como consecuencia   de vivir en una sociedad... digamos blandengue en todas estas cuestiones.  Animalísticas. El otro día veía una foto  de una mujer  con lo que yo pensaba que era un niño en brazos.  Cuando me acerqué  a verla,  comprobé  que   no  era un niño, sino un animalito. Era una foto de propaganda del Partido  en defensa de los animales. Me  pareció  un poco  como la Virgen María   con el Niño... Creo que este partido  ha obtenido cerca de 200.000  votos. Ese dato es muy significativo.  Porque la educación que se da a los niños  en relación a la naturaleza y a la defensa de los animales    es una educación de ficción  con la naturaleza;  se   cuentan unas cosas a los niños  y se tiene una relación con los animales  que no tiene  nada que ver  con lo que  realmente son, ni con la relación que debe  tener el hombre con ellos. Por supuesto que  el hombre debe de protegerlos, como  ser   que se  siente superior a ellos, pero lo que no puede hacer es convertirlos en personas. Esto es un insulto  a las personas  y una vejación a los animales. Este sentimiento  se está cociendo cada día  más en todas partes   y por eso digo que es  muy probable  que  este sentimiento se extienda hasta el punto de  acabar con la tauromaquia.

P.-: Cambiemos de tercio. La vanidad, la fama, el reconocimiento social  es, quizás, uno de los  motores  más potentes  para  el artista, ¿ lo cree usted así?

R.-: Sí, podemos decir que esto es un incentivo  pero no es el fin último. El objeto final del arte es la complacencia,  la transmisión, el placer de "tocar"  al otro. Hay, en este sentido, un aspecto  casi de  intromisión en la mente del otro. Se trata de conseguir emocionarlo, divertirlo, hacerle llorar. Este es el máximo placer del artista. Po tanto, sí tiene que  ver con el reconocimiento. Lo peor que puede pasarle al artista  es la indiferencia; el reconocimiento forma parte de la provocación que tú has ejercido.  Mi trabajo  es  la provocación.

P.-: Una  última pregunta: ¿le tiene miedo  a la muerte?


R.-: Sí, claro. Trato de pensar mucho en ella para que no me sorprenda... Lo  que más miedo me da de la muerte es  el dolor y la degradación, acabar convirtiéndote en una auténtica piltrafa  mental, que constituyas una carga para los demás. Convertirse  completamente en majara  es  una defensa, pero si eres consciente de que tu mente va y viene,  debe de constituir una tortura   horrorosa. Quien diga que no tiene  miedo a la muerte  tiene un subconsciente  suicida. No es mi caso, de momento, no la deseo para nada.

P.-: Los artistas son  casi dioses: nunca mueren...

R.-: Me siento  constructor  de obras de teatro,   no creador...  En estos tiempos se utiliza  el concepto creación aplicado a casi todo. Pero, si vamos al  diccionario de la RAE,  vemos que  el concepto de creación solo es aplicable   a partir de la nada. Sería  una facultad que  solo posee Dios, pero no  un artista. ¿Cómo voy a decir yo que hago algo a partir de la nada? Teatro  ya hacía Aristófanes  hace 2400 años. Yo no hago creaciones; construyo  obras de teatro, un pintor pinta  cuadros, no los crea... Hay, incluso, una palabra  que es mucho más exacta: desvelar. Poner luz a ciertas cosas que el resto de la gente  no ve o les pasan por alto, o las tiene oscurecidas...  En fin, digamos que mi actividad  es la de constructor  de obras de teatro. 

En estas mismas páginas electrónicas, hace  un par de años decíamos de él que "Es, posiblemente, el ejemplo  vivo más   patente e imitable para las jóvenes generaciones  de lo que  supone ser un intelectual, con todas las letras y con todas las consecuencias" . Si alguien  albergaba alguna duda al respecto, hoy ha podido  despejarla. Boadella  es una de las mentes más  lúcidas  y libres del panorama  intelectual  español. 
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