Hay gente que nace estrellada y hay gente que lo hace
con estrella. Jordi Galcerán es de estos últimos porque obra que escribe, obra
que estrena y obra que triunfa. Hablo de
memoria, pero si usted es amante del teatro, seguro que ya ha visto 'El método Grönholm', 'Burundanga' o 'Cancún'. Y si no lo es, apuesto
también sobre seguro si afirmo que, al
menos, ha oído hablar, y bien, de ellas. Y si eso solo fuera poco,
no son muchos los autores vivos que pueden decir en algún momento de su carrera
(en estos momentos no recuerdo ninguno
más), que tienen dos o más obras en
cartel al mismo tiempo en Madrid. Galcerán, sí. Y, además, con éxito
permanente.
Carlos Hipólito se hizo con el
premio Valle Inclán de teatro gracias a 'El crédito',
comedia de Galcerán que protagoniza junto a Luis Merlo, y ambos bajo la
dirección de Gerardo Vera. Cuatro nombres que, por sí solos, son capaces de
llenar un teatro, pero juntos ya van por la segunda temporada de llenos diarios,
y en teatros con aforo de varios cientos de espectadores. El Marquina de Madrid
es uno de ellos (unas 400 butacas), el último
de esta serie, que, el pasado viernes
llenaban, como cada fin de semana hasta el último rincón.
La magia del teatro
Asistí a la segunda función, a las
21 h. Suelo acudir siempre a los espectáculos, al menos con media hora de
antelación y esa circunstancia me hizo cruzarme ese día con los espectadores de
la anterior (¡como en los viejos
tiempos: dos funciones diarias!, aunque
solo sea algún día de la semana...), y observé sus caras sonrientes y sus
comentarios de satisfacción por la hora y media que acababan de vivir.
En mi sesión ocurrió otro tanto.
Seguramente, el secreto de un buen espectáculo es ofrecer la frescura, el
interés, la pasión, el respeto, y los demás ingredientes necesarios para que el
público -asiduo o no a las funciones de
teatro- salga con el convencimiento de que ese día ha ocurrido algo mágico, que
todo ha funcionado como un mecano. Que las palabras, las sonrisas, la duda, la
angustia, el dolor, los silencios o la desesperación de los personajes han sido
únicos, extraordinarios, ese día y en esa función. Precisamente esa es la
diferencia entre el oficio y el arte, entre el artesano y el artista, y los
forjadores de 'El crédito' demuestran
cada día que son de estos últimos.
La historia de 'El crédito' es bien sencilla: Un hombre va a pedir un pequeño
crédito (tres mil euros) a una oficina de una entidad bancaria, pero el
director de la sucursal, aplicando estrictamente los protocolos marcados por su
banco, no ve ninguna solvencia en el
cliente y, por tanto, no alberga ninguna duda de que concedérselo sería una solemne estupidez.
Pero el cliente tiene razones mucho
más poderosas que una simple nómina o un patrimonio personal detrás, que avale
su capacidad de hacer frente a la devolución de lo prestado. Con unas palabras
y algún pequeño gesto siembra la
inquietud en el director cuando le asegura que, como no le conceda el crédito,
va a seducir a su esposa, a 'tirársela'
en menos de tres horas y eso va a cambiar la vida del director. La seguridad y la convicción con las que habla el cliente, y el
conocimiento de ciertos aspectos íntimos de la vida del empleado de banca, hacen que, poco a poco, se
vayan alterando los papeles de dominador
y dominado, y la intriga se apodere de los atónitos espectadores que contemplan
el duelo entre sonrientes, asombrados y expectantes por el desenlace final del
encuentro.
La química generada entre los dos
actores, Carlos Hipólito (el director), y Luis Merlo (el cliente), se ve desde
el primer momento que es extraordinaria
y eso se traduce en una actuación llena de fuerza y comicidad en ambos actores.
Pero Carlos Hipólito es un verdadero animal
de teatro y despliega todas sus facultades para
trenzar un personaje perfecto, genial, capaz de transitar desde la complacencia y la
seguridad en sí mismo, a la duda, el temor, la desolación, la transgresión de
las normas marcadas, la desesperación y
la resignación. No es extraño que este personaje le valiera a Carlos Hipólito
el premio Valle Inclán de teatro del año pasado.
El texto de 'El crédito' me parece a mí que es de factura más simple que cualquiera de las obras de Galcerán que
he citado más arriba, pero la elección de un actor como Hipólito para encarnar
a ese atribulado director de banco es,
posiblemente, el punto de inflexión que
hace que una obra triunfe o no.
La pura casualidad ha hecho que esta
misma semana haya tenido la oportunidad de hablar largamente con otros dos grandes
actores (un actor y una actriz) con los que Carlos Hipólito ha trabajado en
algún momento de su carrera. Ambos me hablaron maravillas de él como persona y como
compañero de oficio. Ese punto de ser capaz de trasladar su bonhomía de la vida
al escenario, y del escenario a la vida, hacen de él que cada día sea
considerado como uno de los mejores
actores del panorama actual. Afortunadamente, nos quedan muchos años de vida
para poder disfrutar con él, en esta y en muchas otras aventuras futuras.
En resumen, una comedia de ambiente bancario,
de aparente simplicidad, pero que el
genio de Jordi Galcerán, su autor, la ha convertido en una pieza de disfrute
para todas las sensibilidades porque con ella sonríen o se carcajean desde el
más iletrado de los espectadores al más
erudito. Y todo con una dirección experta y ajustada de Gerardo Vera, que
plantea una oficina repartida entre el despacho del director del banco, a la
izquierda del escenario, y una pequeña sala de visitas a la derecha, con
una puerta de salida justo detrás de
esta sala, que está separada ambientalmente por un biombo, y todo envuelto en una luz con
dominio del blanco, como corresponde a una oficina de estas características. Y
con dos extraordinarios actores, Carlos Hipólito y Luis Merlo, que da una perfecta réplica al premiado. Y que,
junto a él, hacen que toda una sala de
teatro se rinda ante el espectáculo que dan ambos en esta obra de Galcerán, 'El crédito'.