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Licéomanas, relojes, revoluciones y contrarrevoluciones
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Licéomanas, relojes, revoluciones y contrarrevoluciones

martes 01 de diciembre de 2020, 07:00h

En Política sexual, la pensadora norteamericana Kate Millet explicaba que entre 1830 y 1930 se dio en Occidente una revolución sexual, es decir, una renovación de la intervención de hombres y mujeres en el espacio común.

Esta primera revolución (a la que siguió una contrarrevolución) se caracterizó por el acceso de las mujeres a los tramos medios de la educación y tímidamente, con cuentagotas, a la educación superior. Las mujeres con alguna formación pudieron emplearse como mecanógrafas, telefonistas, dactilógrafas, etc. “Lo normal” era que trabajasen solo si permanecían solteras o si una temprana viudez las dejaba sin recursos. El modelo imperante de familia no aceptaba el trabajo femenino (salvo en las clases humildes; ahí su trabajo y el infantil no eran opcionales, sino asunto de supervivencia). El hecho histórico de mayor relieve fue, sin duda, el movimiento (y el éxito) sufragista que aspiraba extender el voto a las mujeres, y que convivió con el peso de una tradición secular empeñada en mantenerlas disminuidas, invisibles y circunscritas a la esfera doméstica, donde debían ser "el ángel del hogar".

En ese clima opresivo hubo, sin embargo, mujeres decididas a desarrollar una carrera intelectual y artística, y para apoyarlas, fue por lo que en 1904 la escritora británica Constance Smedley-Armfield creó en Londres el Lyceum Club, un centro aconfesional y apolítico, restringido a mujeres que poseyeran un activo científico, artístico o literario, un título universitario o experiencia en actividades benéficas. Su idea fructificó a ambos lados del Atlántico, incluso en la rezagada y católica España de la dictadura de Primo de Rivera, donde las cabezas laureadas de Ramón y Cajal, Marañón y Ortega y Gasset (entre otros misóginos) sostenían que las mujeres éramos inferiores.

El Lyceum Club (1926-39) vendría a contradecirles. Nació por obra y gracia de mujeres imponentes: María de Maeztu, Isabel Oyarzábal, Victoria Kent, Amalia Galárraga, Clara CampoamorZenobia Campubrí y Hellen Phillips (primer consejo directivo) y de cofundadoras de parecido calibre: Carmen Baroja; Mª Teresa León, Pura Maortua, Elena Fortún, Clara Campoamor, Matilde Huici, María Lejárraga…la nómina de socias es valiosísima: las doctoras Aleixandre, Lacy y Barrio, las hermanas Rodrigo, señoritas Quiroga, Aurora Riaño… y así hasta 400 nombres de mujeres extraordinarias que llegó a contabilizar la historiadora Concha Faogaga.

¿Qué fue El Lyceum?, se preguntará usted. Un hito, no lo dude, y no porque las mujeres se asociaran ( ya existían otras asociaciones femeninas), sino porque prescindían de toda tutela ideológica y espiritual. Las “liceómanas” -término peyorativo acuñado en aquellos días- recibieron ataques de anarquistas (Federica Montseny escribió artículos feroces en La Revista Blanca) que consideraban que era un club elitista y clasista. Pero las críticas más numerosas fueron las carpertovetónicas y católicas que veían en el Lyceum un foco de sufragismo y ateísmo, en el que las socias disponían de biblioteca con toda clase de obras (no seleccionadas previamente por la Iglesia, sino por María Lejárraga) y sala de juego…quite, quite, aquel no era sitio para el ángel del hogar. Hubo quienes solicitaron que confinaran a las liceómanas por su excentricidad y desequilibrio, y eso que hacían obras sociales como la Casa del Niño (una guardería para hijos de trabajadoras).

Pero la maledicencia no desalentó a las “marisisabidillas” del Lyceum, que consiguieron hacer de él una poderosa matriz de cultura, arte y pensamiento. Las hasta entonces intrusas del reino de la inteligencia, organizaban exposiciones, seminarios, teatro y conferencias tan excelentes, que las personalidades masculinas contemporáneas soñaban tener allí su rato de gloria (para que vea). Carmen Baroja escribió que todos se pirraban por el Lyceum. No hubo intelectual, médico o artista que no diera una conferencia, menos Benavente que dijo que no quería hablar “a tontas y a locas”. Baste un puñado de nombres para formarse una idea: Unamuno, Lorca, Alberti, Salinas, Neville, Azaña, Américo Castro…otro pirrado fue Ernesto Giménez Caballero, precursor del fascismo español, apunte que denota hasta qué extremo el Lyceum representaba un caramelo para quienes ansiaban destacar.

El Lyceum Club no era una reunión de abanico y baile. Se había propuesto adelantar el reloj de España, dijo Teresa León. Y tanto…una de las actividades más fecundas fue el seminario legal impartido en 1927 por Clara Campoamor y Matilde Huici: las asistentes conocieron los artículos que hacían de ellas ciudadanas de segunda, y de su indignación partió la elevación de una propuesta de modificación. Evidentemente, llegado 1931, la cuestión del voto también fue objeto de atención del Lyceum, y necesariamente, la opinión de las socias tuvo que polarizarse entre oportunidad histórica (Campoamor) y oportunidad política (Kent).

En 1939, el Lyceum fue desmantelado por las tropas “nacionales” y reconvertido en el Club Medina de Sección Femenina de Falange. El reloj de España se paró entonces en seco y la noche del franquismo cayó sobre España, especialmente sobre sus mujeres, a las que el nacional catolicismo envió de nuevo a casa. No fuimos las únicas “anochecidas”, aunque para nosotras la noche sí que fue bastante más oscura y larga que para otras.

Comencé hablando de Política sexual, de revolución y contrarrevolución…Tras la Segunda Guerra Mundial, en Europa y Estados Unidos las mujeres -aunque sin el catecismo en la mano- “abandonaron” los empleos que habían ocupado mientras los varones combatían. Regresaron al hogar donde permanecieron anestesiadas hasta los años 60 por lo que Betty Friedan denominó la mística de la feminidad, un resurgir de los valores tradicionales: se les reconocían sus derechos políticos, pero se las prefería en casa, domesticadas. Kate Millet nos recuerda que si las norteamericanas de los años 20 y 30 se habían lanzado a los estudios superiores, se graduaron y algunas incluso trabajaron después de casarse, en la posguerra renació para ellas el ideal de dedicación exclusiva al hogar y la familia (home career). A partir de los años sesenta el feminismo volvería a abrirse de nuevo camino (en España tuvimos que esperar). La historia demuestra que el reloj siempre puede atrasarse para nosotras. En Málaga decimos estar aliquindoi a permanecer pendientes, alertas: licéomanas del mundo, estemos aliquindoi.

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