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Crítica de la obra de teatro 'Tea Rooms': en busca del tiempo perdido

Crítica de la obra de teatro 'Tea Rooms': en busca del tiempo perdido

lunes 21 de marzo de 2022, 18:03h

Deliciosa versión escénica de Laila Ripoll a partir de la novela de Luisa Carnés -integrante de Las Sinsombrero-, en el Teatro Fernán Gómez. Se trata de ‘Tea Rooms’, una pieza en la que se muestra la precariedad laboral de las mujeres trabajadoras de la España de los años 30 del siglo pasado, que no dista tanto como debiera de la que atraviesan hoy las del siglo XXI.

Seis magníficas actrices conforman el elenco de ‘Tea Rooms’, una confitería chic de los años 30 del siglo pasado, minuciosa y espléndidamente descrita en la propuesta de Ripoll. Ellas son Paula Iwasaki (Matilde, responsable, sencilla, seria, analítica y disconforme con la situación laboral de todas ellas) ; Silvia de Pé, (Teresa, la “sargento” encargada del buen gobierno del día a día del establecimiento); María Álvarez (Antonia, la mujer de las cuentas y la más antigua de las compañeras); Carolina Rubio (Laurita, apadrinada por el dueño, alegre, simple, enamoradiza y descarada); Elisabet Altube (Trini, diligente, buena compañera) y Clara Cabrera (Marta, desesperada, espabilada y la más necesitada de todas las trabajadoras que, un buen día, comete un ligero desliz que luego cronifica). Grandioso cuadro de actrices para una propuesta detallista, delicada y contundente a la vez.

El salón de té (la logradísima escenografía es de Arturo Martín Burgos), madrileño y de postín, situado en la misma Puerta del Sol, se levanta sobre un suelo de ladrillo, geométricamente construido en marrones y cremas. En el fondo, a los lados y en medio pequeños mostradores cubiertos de bandejas rellenas de todo tipo de dulces y pasteles (suizos, croissants, bombones, tartas, pastas de té, ensaimadas…), al alcance de todo tipo de público que acude a la pastelería a todas las horas del día levantando un murmullo constante que llena el salón y traspasa el mostrador que separa público y empleadas. El trato con los clientes está reservado exclusivamente a los camareros, todos ellos varones.

Las empleadas, siempre circunscritas a la trastienda del establecimiento -con la única excepción de Laurita, que va y viene por dónde quiere-, son mujeres de barrio (Cuatro Caminos, La Guindalera…), que tienen que acudir puntuales a su trabajo, para hacer jornadas eternas por tres pesetas diarias. Al menos, el propietario no se propasa con ninguna de ellas, algo muy habitual en la época y en otros centros de trabajo de esas características.

Pero no es oro todo lo que reluce y las empleadas tienen que cambiarse en un pequeño cuarto en donde reinan las cucarachas. En otros rincones de la confitería andan también conquistando su porción de territorio esos pequeños roedores que se esconden entre los cajones de las mesitas y, de vez en cuando, se cobran también algunas piezas de chocolate, nata y crema que, al menos, las empleadas arrojan a la papelera y no las sirven a los clientes.

El ambiente, la atmósfera de la confitería está deliciosamente conseguido y el espectador se siente dentro de la trastienda y formando parte de la cuadrilla de empleadas y participando de todas sus cuitas, agobios, carencias y necesidades que las tienen allí, muertas de cansancio, pero al mismo tiempo agradecidas a la “suerte” y al propietario que, al menos, cumple religiosamente con sus obligaciones salariales.

El vestuario de época que lucen las actrices lo firma Almudena Rodríguez Huertas; el minucioso espacio sonoro y música original es de Mariano Marín; la logradísima vídeoescena es de Emilio Valenzuela, y la iluminación de ensueño es de Luis Perdiguero. Todos ellos conforman los necesarios soportes en los que se apoya una propuesta delicadísima, minuciosa y llena de evocación y encanto hacia un tiempo que puede parecer perdido pero que la realidad nos sacude con demasiada frecuencia para recordarnos que, desgraciadamente, no hemos cambiado tanto. Detrás de una boutique , de un gran almacén o de una confitería de moda actuales, lo mismo se esconden otras Matildes, Teresas o Lauritas… Una propuesta imprescindible.

‘Tea Rooms’

Texto: Luisa Carnés

Dirección y dramaturgia: Laila Ripoll

Reparto:

Matilde: Paula Iwasaki

Encargada: Silvia de Pé

Antonia: María Álvarez

Rosa/Laurita: Carolina Rubio

Trini: Elisabet Altube

Felisa /Marta: Clara Cabrera

Ayudante de dirección: Héctor del Saz

Diseño de escenografía: Arturo Martín Burgos

Construcción de escenografía: Equipo Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa

Diseño de vestuario y plástica: Almudena Rodríguez Huertas

Confección de vestuario: Gabriel Besa Sánchez

Ayudante de vestuario: Pablo Porcel Rojas

Diseño espacio sonoro y música original: Mariano Marín

Diseño de vídeoescena: Emilio Valenzuela

Diseño de iluminación: Luis Perdiguero

Producción: Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa

Teatro Fernán Gómez, Madrid

Hasta el 24 de abril de 2022

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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