La semana ha
sido movidita. El jueves inauguraban casi todas las galerías y hasta una feria
de arte, la Summa Art Fair, en el
Matadero, y se celebraron un montón de cumpleaños ilustres, como el de Círculo
de Lectores o el de Centro de Arte Moderno. Uno, con la inmensa mayoría. Otro,
con la minoría no menos inmensa. Una, con el corazón dividido.
Seguramente
por la hondura de la crisis, por toda esa gente que va, inexorablemente, del
pasar renqueando a la miseria, se impone un poco de sueños. No sería raro que
vuelva la novela rosa, y ya hay algún síntoma.
Por ejemplo,
la última novela de Marta Rivera de la
Cruz, La boda de Kate, recién
publicada por Planeta. Es la historia de una mujer de 71 años que es encontrada
al fin por el obstinado amor de toda su vida. Que es un tipo de 72. ¿A que
promete?
Promete
porque la longevidad de las mujeres, que es estadística desde El collar de Neanderthal, o sea, desde
esa época en que las mujeres perdían sus compromisos reproductivos y salían del
mercado sexual, para cuidar de los hijos de sus hijas, (tantas veces, ay,
muertas de parto), desde entonces, las que sobrevivían, hacían un compromiso
con la especie. Yo vivo más, ya no compito, pero los niños se salvan. A
carradas han ido muriendo generación tras generación, pero eso es otra cosa,
que ya miramos como raro....depende de la geografía. Pero de ese compromiso vino la civilización:
el relato del origen, la religión, la organización social, en fin. Y la
menopausia.
Entonces:
las mujeres tendemos a ser estadísticamente longevas. La generación de las que
ahora están entre el 60 y los 75, son (somos) las que quemaron el sostén en los
sesentas. Y lo que trajimos después. Y las que leían, leen. Ya se sabe que,
estadísticamente, son mujeres las más lectoras de ficción. Desde Neanderthal se
ha ejercido la imaginación, aunque fuera sin derechos de autor, y eso se queda
en el ADN. Y encima, las condiciones concretas de esta crisis que apuñala más a
los mayores y las mayores. Así que la novela podría tener un mercado estupendo:
porque de ser mayorona, lo peor es el tedio. Y en la masa de nuestra sangre
está esa esperanza de que mientras hay vida, hay esperanza -no, no es
redundancia-, y que el amor no tiene edad.
Me consta
que el amor, es decir, el verdadero, el absorbente, el amor-pasión, no tiene
edad. Pero hemos de reconocer que, sin los ingredientes hormonales necesarios,
es bastante infrecuente. También parece verdad -tengo una amiga que ha
gestionado residencias de mayores, y me ha contado historias maravillosas, no
hay que ir a Del rosa al amarillo
para saberlo- que, como el amor es cosa mental, esa chispa que es la vida salta
en cuanto se deja la ocasión. Que esa es otra. Dejarla saltar. Que afluyan los
componentes románticos de la educación sentimental occidental, y que el
patrimonio patrimonial se quede al margen. Y salta, salta.
Las mujeres
lectoras, las mayores y las más jóvenes, necesitamos de sueños. Yo misma, que
soy impenitente lectora de novela rosa (también). Que tiene sus mandamientos de
pulcritud victoriana, de no pasarse en nada, aunque, de hecho, el curso pasado
fue el del erotismo de las mamás, el boom de la novela pornorromántica, que
protagonizó Grey, y sus sombras y sus
secuelas. Bien para trentycuarentañeras, cincuentañeras y a lo que dé.... Pero,
qué tal un poco de sueños para la abuela? Eso me esperaba yo con La boda de Kate. Pero... Pues mira, no. Y
sabéis por qué? Porque no hay sexo. Nada. Ni una gotita. Me temo que la
imaginación de las abuelas, y hasta de las abuelas in pectore, como yo misma,
ha relacionado el amor pasión con el sexo desde su más tierna infancia. Y pasa
una cosa rara, que una novelista tan joven como María Rivera de la Cruz no ha tenido tiempo de comprender, estando
como está en el arcano de los secretos mejor guardados: una no se lo acaba de
creer. Una no es esa, por dentro. La vejera produce, muchísimo más que otra
cosa, una inmensa, desoladora perplejidad. Y en lo que se refiere al cuerpo, al
cuerpo de los amantes, es la película del cuerpo ideal, incluso y sobre todo,
del cuerpo pasado y conocido, la que ilumina al otro y al si misma,
superponiéndose de manera casi misteriosa, de modo que..... no pasa nada. Vieja:
y qué.
Claro que de lo que le pasa a Kate y a su novio sólo
tenemos una imagen adolescente: osea, mucho rubor. Manitas y ponerse colorados.
Y mientras, una película de principio, medio y desarrollo, todos, básicamente
felices. Si no fuera porque aparece, demasiadas veces, la palabra anciana. Que
mayormente, vade retro. Y la felicidad, incluso con la palabra
anciano sombreándola, nunca dio para buenas novelas.
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