En
pleno apogeo de corrupción política en España -una lluvia que no ha cesado de
empapar la fibra sensible de los ciudadanos de este país, especialmente en los
últimos siete u ocho años-, llega al
Teatro Pavón, sede de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, esta obra de
juventud de Calderón de la Barca, 'Enrique
VIII y la Cisma de Inglaterra'. No hay mejor forma de acallar a quienes aún
consideran que una cosa es lo que sucede
sobre un escenario y otra la que se
forja en los parlamentos y en las calles. O esos otros que con mayor
necedad, si cabe, pretenden hacernos creer que nada de lo que se escribió hace
más de 400 años puede decirnos nada ahora a nosotros, modernos,
hipercivilizados y cibernéticos hombres del siglo XXI.
Sobre
el poder político, la ambición, la corrupción, la lujuria,... la amoralidad, hay
más preguntas y respuestas en este Calderón joven (esta fue la quinta obra que construyó
el genial dramaturgo), que en toda la red de redes por mucho que se empeñen en
deificarla quienes creen que el saber
está en encontrar un dato en una fracción de segundo -la que tarda el buscador
de buscadores en responder a cualquier cosa, por peregrina o certera que sea-,
más que en saber formular adecuadamente esas preguntas y cuestionarse sistemáticamente el interés, la estulticia,
el desconocimiento o la sabiduría y la verdad que están dentro de todas las
posibles respuestas.
Shakespeare
escribió también sobre el monarca británico, aunque parece que su 'Enrique VIII'
no es totalmente suyo, sino obra de varios autores, y tanto el dramaturgo
británico como Calderón cuentan, en
esencia, aunque con distintos puntos de vista, la historia del octavo de los
Tudor, Enrique, quien propició la ruptura con la Iglesia de Roma y la creación
de la corriente anglicana. Y todo porque
aquella se oponía a concederle el divorcio de Catalina.
En
la obra de Calderón, cuya adaptación ha realizado José Gabriel López Antuñano, y
que ha dirigido Ignacio García, se ha puesto
menor énfasis en los temas teológicos (la defensa
del catolicismo frente al anglicanismo), para centrarse en el plano
de la responsabilidad política de los gobernantes, en este caso la de Enrique
VIII, y la decisión ha sido un acierto colosal porque ha revitalizado sobre el escenario una cuestión
que Calderón escribió ya entrado el XVII (se estrenó en 1627) sobre unos
acontecimientos que protagonizó Enrique VIII (1491-1547), un siglo antes, y
que, a todas luces, los asuntos planteados en el drama tienen idéntica
validez cuatro siglos después de
representados por primera vez en la España de Felipe IV.
El montaje
El
drama calderoniano presenta a un monarca poderoso, Enrique VIII, quien, con la
Corona, hereda también a la viuda de su hermano, la reina Catalina, con la que
se ve obligado a desposarse. Pero todo cambia cuando conoce a la fascinante,
seductora, bella y exótica Ana Bolena. Calderón bien pudiera haber puesto en
boca del monarca lo que, años más tarde, escribiera Zorrilla en su 'Don Juan Tenorio'
en boca de doña Inés (Tu presencia me enajena,/ tus palabras me alucinan, /y
tus ojos me fascinan,/ y tu aliento me envenena). En su lucha interna entre su
deber como monarca y la obsesión por
conquistar y poseer a Ana Bolena, se inclina por esta última, aunque su
locura hiciera que, finalmente, el monarca propiciase que su amante terminase
sus días en el patíbulo.
Sobre
la escena, un estupendo Sergio Peris-Mencheta como un Enrique VIII frágil, quebradizo, dependiente y sutil; Pepa Pedroche encarna a Catalina de Aragón, que llena de dignidad y fuerza a su
personaje; Mamen
Camacho es una Ana Bolena tan seductora como ambiciosa; Joaquín Notario es el codicioso
cardenal Volseo; Sergio Otegui, el embajador de Francia, enamorado de Ana;
Chema de Miguel, Tomás Boleno, su padre; Emilio Gavira interpreta a un genial Pasquín, un bufón de equívoca
apariencia cuyas palabras osadas
esconden un análisis certero del monarca y su entorno; Natalia Huarte es la
infanta María. Y, por
último, las damas de compañía de la reina Catalina son María José Alfonso (el
aya Margarita Polo) y Anabel Maurín (Juana Semeyra). Tanto el verso de Calderón, como la cadencia en su dicción por la
totalidad de los intérpretes es
espléndida.
La escenografía (Mambo Decorados, Sfumato y May), simple, austera,
mínima, es de una belleza y una contundencia inapelables (los paneles de madera
estampados, el gran espejo que desciende sobre el escenario y las vidrieras del
salón del trono impregnan de una gran elegancia el escenario). La luz que ha
hecho posible Paco Ariza, parece sacada de los cuadros de Zurbarán; el
refinadísimo trabajo de vestuario de Pedro Moreno (con esos
preciosos colores en todos los trajes);
y la música, interpretada en directo por Anna Margules y Trudy
Grimbergen (flauta de pico) y Calia Álvarez (viola de gamba), inspirada en las
composiciones del siglo de Calderón y del propio Enrique VIII, es de una delicadeza y una sonoridad celestiales.
Este 'Enrique VIII y la Cisma de
Inglaterra' que ha puesto en pie el CTNC supone un colosal colofón a una
temporada de grandes montajes extraordinarios que serán difícilmente
superables en las venideras. Encantados
pueden estar en Almagro porque esta pieza será la encargada de inaugurar este
verano el Festival de Teatro Clásico de
la ciudad manchega.
'Enrique VIII y la Cisma de Inglaterra',
de Calderón
de la Barca (Teatro Pavón, de Madrid, Embajadores, 9).
Dirección:
Ignacio García.
Adaptación:
José Gabriel López Antuñano.
Hasta el 26
de abril.
https://www.youtube.com/watch?v=zafm90EO1n4