El año pasado estuvo en el Festival de Teatro Clásico
de Mérida y en esta primavera 2015 'Pluto',
la comedia clásica de Aristófanes (445 a.C-380 a.C.),
pero en versión adaptada de Emilio Hernández, y bajo la dirección de Magüi
Mira, ha llegado al Teatro de La Latina de Madrid. Dos milenios y medio después,
este 'Pluto' se ha convertido en comedia musical, y el dios del dinero (Pluto)
y el de la pobreza están siendo encarnados ni más ni menos que por Javier
Gurruchaga, uno de los iconos de la movida madrileña de los años 80 del siglo
pasado.
Javier Pluto o el dios
pagano Gurruchaga (los dioses, mejor, porque
encarna a dos) hace honor a su mordacidad imparable y a su provocadora
figura de hombre espectáculo que, desde luego, no defrauda a su legión de seguidores
pero que, al mismo tiempo, seguirá proporcionando
argumentos a sus detractores para continuar formando parte de ese bando. Más
adelante me explico, pero antes déjeme que le sitúe en la acción y que le diga
que sobre el escenario el espectador
contempla el lamentable espectáculo de una Grecia del siglo IV antes de Cristo,
pobre y en donde la corrupción era ya la regla general de la cosa pública -eso
que desde entonces los mismos griegos llamaban política-, y donde el reparto
justo de la riqueza era ya tanto objeto del sueño de los pobres, como
preocupación de los ricos. ¿A que las cosas no han cambiado tanto desde
entonces?, ¿A que si en lugar de Grecia pensamos en España, en Europa, en el
mundo..., tampoco nos desviamos ni un ápice?
Sí, es cierto, no hemos
cambiado nada porque el combate sobre el ring del ágora de la metrópoli (en
realidad, el patio de butacas) sigue en el mismo punto. La lucha de clases y la
tensión creciente entre ciudadanos pobres y ricos; de ciudadanos que hacen de
la corrupción su forma de medrar a costa
de los demás; del abuso del
empresario ante el trabajador -ahora
convertido en esclavo, con la espada de Damocles pendiendo permanentemente
contra su cuello-; con todo un recital
de privilegios de los que solo puede hacer uso la casta, o quienes ya acarician
la idea de pasar a formar parte de ella. En una
palabra, que sigue mediando un abismo entre el plato de lentejas al que,
como máximo, puede aspirar el pobre y la más
absoluta, desvergonzada y escandalosa opulencia en la que vive una
minoría que acapara todo el poder del dinero.
Comienza el espectáculo
dando voz al personaje sobre el que cae
toda la desgracia, el pueblo, representado aquí por el clásico coro del teatro griego, que no deja de lanzar al
aire algunas denuncias en forma de consignas típicas de las manifestaciones del
siglo XXI: ("Esta democracia es una desgracia", "queremos el dinero en casa del
obrero", "repartir la riqueza/erradicar la pobreza", "el trabajo, ¿dónde está?" o "estamos de ladrones
hasta los cojones"). Acto seguido aparece Javier Gurruchaga, el dios del
dinero, ciego, que al ritmo de un blues delicioso, al más puro
Gurruchaga y de su Orquesta Mondragón, se pasea por Atenas con una venda sobre
sus maltrechos ojos ("... solo estoy, solo
estoy, sin esa luz perdida").
Allí mismo se encuentra con
Crémilo (Marcial Álvarez), un agricultor arruinado, que le habla de la crueldad
de sufrir la pobreza e intenta convencer a Pluto de que su poder es aún mayor
que la del mayor de los dioses. Pluto se lamenta de no haber sabido hacerlo
bien. Crémilo y Carión (Jorge Roelas), su criado, prometen devolverle la vista
y, con ella, la razón para saber hacer una distribución más justa del dinero.
Este es el engranaje de una
historia que parece va a ser de redención para el pueblo. Pero Aristófanes no era, ni
mucho menos, un idiota y sabía
perfectamente que el dilema no es tan fácil de resolver como algunos demagogos
pretenden, simplificando la realidad y lanzando
caramelos de utopía fabricados a gusto del consumidor (elector, en nuestros días, en este caso) y él mismo se
encarga de poner en boca de alguno de sus personajes las dudas y las
contradicciones que busca esa postura buenista: "Si desaparecen
los pobres, ¿quién trabajará para los ricos?" o "Si todos los pobres se
convierten en ricos... ¿quién se partirá el lomo?".
Aristófanes, por cierto, era famoso en su
época por su conservadurismo. Prefería la monarquía a la democracia, y las
ideas filosóficas y teológicas establecidas a las nuevas ideas de los
sofistas. En su comedia
no hay ningún enredo y la historia se sucede de manera abierta y lineal, y no
cuenta con un final explícito, de modo que el espectador no conoce si
finalmente es posible o no esa pretensión de repartir la riqueza o si aún habrá
que esperar otros cuantos milenios para poder verlo alguna vez sobre la faz de
la tierra.
Versión actualizada
Los intérpretes, encabezados por Javier
Gurruchaga (Pluto y La pobreza), constituyen un gran reparto ya que todos son nombres
conocidos de la escena y desempeñan sus papeles con la solvencia y la eficacia
esperadas. Ellos son Marisol Ayuso (La dama), Marcial Álvarez (Crémilo), Jorge
Roelas (Carión), Ana Labordeta (la reivindicativa Praxágora), Santi Celaya
(Tesorero), Toni Miso (Blepsidemo) y Cayetano Fernández (Joven Puto).
Personalmente me gustó más Gurruchaga
haciendo de mujer, y considero también que le sobró gestualidad en
ciertos momentos de sus intervenciones, aunque en lo musical -que, al fin y al cabo,
es lo suyo- estuvo estupendo.
Esta era la meta a donde quería llegar cuando al
principio decía que Gurruchaga divide al público entre quienes piensan que a la
estrella de la música ochentera le está
todo permitido, y quienes, por el contrario, consideran que su sobreactuación
lo debilita en su faceta de actor. Ese es un dilema irresoluble del mismo modo
que podría plantearse con actores de
marcada personalidad como pudieran ser
Arturo Fernández o el Brujo, por poner dos términos extremos. Y, hablando
de música, hay que subrayar también los nombres de los letristas, Juan Mari Montes y Emilio
Hernández, autores de las canciones que se interpretan (música y voz) en directo,
a las que han puesto música Marco Rasa y el propio Gurruchaga.
Magüi Mira utiliza el coro de forma permanente -como
se hacía en el teatro griego-, formado por todos los actores escondidos tras
máscaras, que permanecen todo el tiempo en escena, y que solo se la quitan
cuando van a desempeñar un papel personal. Visualmente, el grupo es muy atractivo, y no solo por sus
movimientos sino también por un excelente vestuario diseñado por Lorenzo
Caprile, y también está ayudado en los momentos musicales de la sátira por una
iluminación muy próxima a la de los grandes conciertos de las figuras del rock
de nuestro tiempo.
Y, para finalizar, un 'pero' al montaje que no sé muy bien si
atribuirlo a la parte de la adaptación o a la de la dirección -ellos mismos
deberían reflexionar sobre el asunto-. ¿Creen, de verdad, necesaria esa reiteración
hasta la saciedad de peinetas,
cortes de manga, blasfemias, exabruptos, concierto de pedos,... para pronunciar
la comicidad de cuanto sucede en escena? El efecto final, mucho me temo que es
el contrario al que se busca.
'Pluto', una sátira de Aristófanes
llena de blues, soul y swing
Ahora, en el Teatro La Latina de Madrid, hasta el 3 de
mayo (después, en Murcia, Pontevedra, Santiago...)