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Crítica de la obra 'Hoy puede ser mi gran noche': autoficción noventera con retranca gallega
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Crítica de la obra 'Hoy puede ser mi gran noche': autoficción noventera con retranca gallega

martes 17 de noviembre de 2020, 19:07h

La saudade y la morriña, la mitificación de lo banal, la ilusión de lo que pudo haber sido y no fue, el análisis de lo cotidiano que sucedió -o no- más allá de lo imaginado. En todo caso, visto 25 o 30 años después, todo fue extraordinario, maravilloso, sorprendente y hasta heroico.

Verdad y verosimilitud, historia y ficción, realidad y autoficción sobre una niña y su padre (“Este es un espectáculo sobre el padre. ¡No va a ser Angélica la única!”), contadas en escena por Noemi Rodríguez, una actriz polifacética, tragicómica y valleinclanesca partiendo de su propia historia familiar allá en tierras gallegas, “donde el cielo es siempre gris”, como dijera Siniestro Total. Y la cita no es caprichosa porque el padre de la protagonista, según confesión propia, era también cantante en una de las cientos y cientos de orquestas existentes en Galicia entre finales de los 80 y principios de los 90 del siglo pasado: “Hay más orquestas que municipios”.

El montaje, escrito y dirigido por las dos integrantes de Teatro en Vilo, Andrea Jiménez y Noemí Rodríguez, e interpretado por Noemi y su hermana Darlene Rodríguez, forma parte del 38º Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid y se ha representado en la Sala Mirador del 13 al 15 de noviembre. Real o no, recordado o inventado, o mitad y mitad, lo cierto es que todo lo que se cuenta en esta fábula es cercano, emociona y divierte a la vez, y todo gracias a Noemí Rodríguez que se mete al público en el bolsillo desde el mismo momento en que pisa el escenario durante los aproximadamente 75 minutos de duración del espectáculo.

Años 90 en Galicia. El paisaje musical lo marcan, como en toda España, Sergio Dalma y su Bailar pegados (“Bailar de lejos, no es bailar /Es como estar bailando solo / Tú bailando en tu volcán/ Y a dos metros de ti / Bailando yo en el polo…”), el incombustible Bertín Osborne, y las raciales Azúcar Moreno, que venían de lucir palmito en Eurovisión. Y, en medio de todo, las Olimpiadas de Barcelona 92 que no pudieron acoger la actuación de Freddie Mercury junto a Monserrat Caballé porque el maldito SIDA se llevó al líder de The Queen justo un año antes. Años también en los que el hipotético (o real) padre de Noemi continúa yendo de pueblo en pueblo con su orquesta y soñando que su hija mayor un día pueda llegar a ser famosa más allá de las fronteras de la tierra de Breogán, a través del mítico programa descubridor de talentos Lluvia de Estrellas.

La escenografía de Mónica Boromello, la luz de Miguel Ruz y el vestuario de Paola de Diego dibujan un ambiente festivo y verbenero (tiras destellantes de papel, luces y vestuario festivos, humo, inundan un escenario casi vacío. Al fondo, a la izquierda, el teclado de su hermana Darlene, una silla en el centro y un micrófono de pie a la derecha. No le hace falta más a Noemi Rodríguez para cautivar, divertir y hacer un emotivo viaje a los 90 al espectador que asiste convencido a la ficción que se le propone.

Noemi dialoga con el público cara a cara, haciéndole constantes guiños, obligándole -en el mejor de los sentidos- a implicarse, vitorear, tararear, dar palmas y rememorar en voz alta sus recuerdos compartidos de la época. Y los sueños, las ilusiones, los proyectos y los juegos, colores, sonidos y olores que configuran la memoria común de las hermanas Noemí y Darlene con una madre entregada a su educación y cuidado, y un padre que, noche tras noche (sobre todo en verano), va de pueblo en pueblo, de verbena en verbena, disfrutando y haciendo disfrutar a los demás. Y, de paso, soñando que algún día su hija, circulando por estos u otros derroteros, acabe extendiendo su sombra artística mucho más allá del Miño y del Duero.

Noemi narra, baila, imita, canta, se mueve como pez en el agua en un ejercicio vocal, corporal y gestual constante, y permanentemente matizados, que saca a la luz la gran actriz cómica que lleva dentro. El espectáculo, desde luego, es un primor y desempolva la sonrisa del espectador más deprimido. Estupendo trabajo el de Teatro en Vilo.

‘Hoy puede ser mi gran noche’

Dirección y dramaturgia:

Andrea Jiménez y Noemi Rodríguez

Intérpretes:

Noemi Rodríguez y Darlene Rodríguez

Escenografía:

Mónica Boromello

Espacio sonoro:

Nacho Bilbao

Iluminación:

Miguel Ruz

Vestuario:

Paola de Diego, Sigrid Blanco y Candela Ibáñez

Coreografía:

Amaya Galeote

Música:

Lise Belperron

Vídeo:

Ro Gotelé

Fotografía:

Danilo Moroni

Ayudante de dirección:

Macarena Sanz

Asesoría dramatúrgica:

Eva Redondo

Producción:

Teatro en Vilo

Prensa:

María Díaz

Distribución:

Proversus / Isis Abellán

38º Festival de Otoño de Madrid

Sala Mirador, Madrid

13, 14 y 15 de noviembre de 2020

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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